A Mi Estilo (Thug Life)

Cafre en progreso
inspirado en el seso
llevando esta vida
paseando en excesos
entre diamantes, medio lelo
en la lengua de kilates
y en los chismes
de tu abuelo.

Dicen que transcurrir
al garete es reducir
al machete y seducir
al mozarbete sin sentir.

Que importa
si no vivo como quiero
– quien lo dijo, yo primero –
que me joda, yo prospero
entre días y regueros.

Lo que pasa y no traspasa
lo que hiere y no mata
lo que pienso y me hace
lo que hago y me ata.

Aunque muchos dicen
y la experiencia me repite
como un eco y sin chistes
que al que hierro mata
igual merma, igual fallece
pero como rama
crece y reverdece.

Con metal me defino
entre las palabras,
el destino y lo fino
como visto y me rijo
como camino y me fijo
siempre en lo mío.

El enemy vive testigo
envidiando mi acertijo
enviando su corillo
pero me defiendo
con hacha y martilllo
y les digo, y les repito:
“Yo transcurro,
no me reduzco
no me muero sin lucha
no caduco”.

¿Verme muerto?
En ochenta años
en mi entierro
a mi estilo
siempre despierto
bien en alto
a lo diestro.

Por Qué Negarnos

Fuimos, claro que fuimos
estuvimos, caminamos, y soñamos
nos burlamos de los años
pero nunca llegaron,
más bien, nunca llegamos.

Por qué negar nuestro cuento
si cuando retozábamos en el cielo
nos hacíamos uno entre espasmos
mientras nuestros pasos descalzos
se hundían mudos en el Infierno.

De qué sirvió morir chiquito y lento
si andábamos sonámbulos en el desierto
de qué sirvieron en la ambigüedad los besos
cuando llevábamos el cuero enjuto
y los pies sedientos.

Por qué negar al tiempo lo vivido,
si bailamos al son de boleros perdidos
eramos emisarios errantes malheridos
campeones entre migajas y destinos.

Aun así, no veo ninguna razón
para mentirle al pecho
y matar al vivo corazón
aunque es triste, y no hay hadas
aunque es verdad, es agua pasada.

Por qué negar al mundo lo que fuimos
si como reyes, y en alto las frentes
llevábamos ocultas las venidas
melodías con nuestras caricias
con orgullo en el pecho erguido.

Ya no huyo de tu reflejo en mis sueños,
ni me lamento, ni me reprendo,
fuiste más que lo que más quiero
entre lo fugaz, entre los desesperos.

Me Da Igual

Ya lo he vivido todo
las caricias en el rostro
los insultos del viento
los amores invisibles
los deseos indecibles
son mementos inservibles
el maltrato del tiempo
los momentos irredimibles
los holas y adioses dulces
y aquellos que maldicen
ya todo me da igual.

Ya no importan
ni los besos esquivos
ni el pájaro malherido
ni las aguas turbias
ennegrecidas por escoria
ni el techo cayendo en mi cabeza
ni la rueda que rueda y no cesa
ni el impulso de esta vida
ni el llamado del ocaso
ni el respiro del fracaso
ni los esfuerzos olvidados
es todo el tiempo cíclico
son minutos y letras
vidrio, arena y cerezas.

Carne y mente similar
sean lluvia o huracán
son iguales al manantial
te empapan de vida glacial
cual si fuera un volcán
porque el mundo es igual
que diferencia hace un ente
si en su enajenación celeste
cree que hace y deshace
camina, pero no construye
esperando el desenlace.

Échenme ánimo y fuerzas
o envuélvanme entre siluetas
momias, brujas y dientes
viajes, viejos y velos celestes
las caretas con rostro de muerte
vente acá, que quiero verte
permanecer de sonrisa inerte
no importa, son sinónimos
este árbol, ciencia inmortal
incierto es si reverdecerá
que importa, si a fin de cuentas
será el mismo reflejo
será el mismo espejo de cristal
y todo será igual.

Mi Ella

Antes que nada, mi ella vive, respira, e irradia una paz armoniosa. Es un ente pálido y pelirrojo que se apodera de mi aire cada vez que lo veo caminar.

Ahora, puede ser que la ella que tanto añoro y deseo contenga también un fragmento mitológico. Áurea, me dice cosas dulces al oído, besa mis labios, y nos hacemos uno sobre una telaraña etérea.

La ella que todos ven es una chica de piel sedosa y lozana, de ojos oscuros y dulces, de manos y pies delicados y tersos.

Mi ella me habla en sueños, me cuenta cómo ansió verme durante todo el día, escucharme y rozar sus labios contra mi piel. Su presencia huele a rosas marchitas, y sus besos saben a caramelo. Ella es pétalo, canto de un ruiseñor. Viento que acaricia mi cabello, agua que enjuaga mi rostro.

Cuando me despierta el alba, me doy cuenta de la diferencia que existe entre mi ella y la que todos ven. Su versión corpórea, que camina en su cuarto y en el comedor de su casa, que conduce su automóvil todos los días, y que ríe, llora, duerme, y fantasea con su felicidad, como lo hacemos todos, lo más probable es que no viva suspirando por mí, ni que en sus sueños me haga el amor sobre las hileras del viento. No sólo que es más que posible que no comparta mis fantasías, sino que no se acuerde de mí del todo, que cuando piense en mí, lo haga porque me vio caminando en la plaza. Tal vez piensa “por ahí va él”, sólo por cierta cortesía subconsciente humana, o porque le resulta graciosa la forma en que llevo peinado mi cabello.

Mi ella es sólo un espejismo, pero es lo único que tengo. Es quien colorea mis sueños monocromáticos.

Tal vez, los momentos que he vivido junto a la ella del tiempo en vigilia, son los que han dado rienda a esta alocada fantasía.

La primera vez que le hablé, me despertó cierta curiosidad atrevida. Luego tuvimos nuestros momentos, pero fueron muy casuales.

Una noche salimos a comer con todos nuestros amigos, me despedí de ella luego de la salida y sostuve sus manos por unos instantes. Creo que fue ese momento lo que hizo estallar mi imaginación. Finalmente, me encontré en varias situaciones en las cuales pude haber besado sus labios, pero no lo hice, tal vez por timidez, tal vez por miedo.

Esos momentos con aquella dama de carne y hueso no forman parte de mi imaginación, ocurrieron. Pero sólo ella, el tiempo que transcurrió, la brisa que nos envolvió, y yo, somos testigos.

Esta explicación sólo me sirve a mí, para conservar mi cordura, y, para que cada vez que empiece a sentir que la realidad se comienza a desdoblar, tener en cuenta de qué es lo vivido y qué es lo soñado. Sólo espero que algún día la ella de mi fantasía y la ella de mi realidad se encuentren, y los tres disfrutar de sueños y verdades.

Pensamiento En Tres Tiempos

El tiempo futuro es una maraña de sucesos que no han ocurrido, las cuales causan tensión, y sólo sirven para percudir la imaginación. Con el “ay, si fuera” o el “podría ser”, el ser humano tiende a planificar toda su vida. Todo su destino gira en torno a una posible mentira o a un remoto tal vez.

El tiempo presente es como las líneas que se forman cuando vas en el asiento trasero de un automóvil mirando hacia afuera por el cristal pequeño. Es todo un itinerario de detalles prácticamente imperceptibles; un conglomerado de colores y formas indivisibles. Todo ocurre tan rápido: es tiempo presente, el cual, al culminar su análisis, ya es pasado.

Admito que soy parásito del tiempo pasado — es lo único claro, lo único acerca de lo cual puedes estar seguro, a ciencia cierta, que es completamente veraz. Está evidenciado, y podemos regresar a él cuantas veces queramos. Sólo existe una condición: regresamos en calidad de espectadores. No es posible cambiar nada ahí, y revivimos sin claridad, a veces perdiéndonos en una temporalidad tempestuosa.

Existen muchos pensares en cuanto al pasado, y reina la idea que al ser pretérito, no vale la pena regresar. ¿Pero no es este tiempo que pretendemos olvidar nuestra mejor guía acerca de como conducir un presente cuyo diario sea uno digno de releer?

Existen también quienes hacen de su ayer un hoy. ¿Es eso posible? Podemos hablar de cómo, al momento de cavilar sobre lo viejo, lo hacemos nuevo, por estar invirtiendo recursos disponibles sólo a la contemporaneidad. Quien sabe, tal vez al pensar en el pasado, estamos haciendo un viaje temporal, histórico.

Estas son sólo ideas torcidas en cuanto a un tema incierto, variable. Siéntase libre de crear su propio criterio, y quien sabe, tal vez cuando alguien lo visite, ese pensamiento añejo podría convertirse en uno corriente, hogaño.

Que Me Entierren Como Gánster

Cuando yo fallezca
cuando esta barba ya no crezca
que me entierren como gánster
con cadenas de platino y diamantes.

Quiero ser recordado como gigante
y sepultado pomposo y galante
con un gabán de cabello de camello
con bufandas de oro y terciopelo.

Si muero en un río ahogado
que mi ataúd quede siempre sellado
que me recuerden con un afiche
que cuelgue desde un piso quince.

Si muero baleado, masacrado
que me recuerden como Dios alado
reviviendo siempre mi grandeza
que de muerto me mienten alteza.

Y que mi música viva en voces y hologramas.
Y que mis versos los recen todas las semanas.
Y que mi sonrisa se recuerde sincera y perlada.
Y que mi esencia quede como esfinge, eterna.

Cuando yo fallezca
que me envuelvan en seda perfecta
y me entierren como a gánster
y me veneren como a magnate de Harlem.

(Gracias Tupac, poeta callejero)

Obvio, Desespero

Cuando estoy contigo
a veces no quiero
y cuando no estoy
sólo desespero.

Sentir tu caliente aliento
vivir tus suspiros
tu tacto, no miento
cuando te digo
que estando contigo
y cuando no estoy
se desborda un anhelo.

Cuando mis labios
rozan los tuyos
cuando tu lengua
y la mía son uno
cuando tus manos
blancas como alma
las tengo, cuando no
te extraño, sincero.

Sabes, te quiero
te amo y te idolatro
eres ese cuadro
que cuelgo de mi pecho
que me revive
cuando caigo muerto
nacen en mi lápiz
versos alfareros.

Abres las puertas
del cuarto y veo
menuda la ropa verde
me sientes y te siento
cuando los cuerpos
a un ritmo son uno
llegado el momento
te vas a tu vida
tu hálito se despide
extraño tu cuerpo
extraño tus besos
obvio, desespero.

Se fue

Ya no escribo como lo hacía antes. Tampoco dibujo, ni sueño, como en noches anteriores. Perdí la fuidez de los dedos, y la vividez durante la penumbra. La verdad es que poco hago para perseguir la niñez que me abandona día a día. Veo a otro yo en el espejo: un hombre cuya vida ha sido remplazada con los sueños de otros, sin ambición, sin deseo. A veces, este espejo muestra un campo esteril, seco.

Aunque recuerdo aun las cosas que me hacían perseguir estrellas y sueños fugaces, poco hago. He aceptado el frío del mundo real, lleno de almas etiquetadas y edificios grises.

Muchas veces me encuentro rodeado de gente que me ama, y sonrío, mientras ese otro yo divaga a través de un paraje melancólico, reminiscente. Veo las sonrisas jóvenes de antes, y me dejo seducir por su efímera y antigua verdad. Mis manos callosas ya no pueden arrastrar mi cuerpo a través de este océano de voces.

Por lo general, cuando me siento a escribir, las ideas huyen de mi lápiz. ¡He olvidado tanto! ¿Se supone que el humano olvida de esta manera? No puedo dibujar labios, ni marcianos, ni vampiros. No puedo hablar de amigos y amores viejos, sin perder el hilo. Dibujaba las curvas de una mujer, o escribía acerca de ellas. Daba igual, se mantenían rondando mi cuarto — pasajeras, pero vivas.

Muchas veces prefiero el sueño a la vigilia, pues es en ellos queda alguna esencia de aquel yo. La noche me hace recordar la respiración de este cuerpo gris y frío, como glaciar de agua sucia. El sol me hace olvidar aquella sonrisa dinámica que me caracterizaba, y las ilusiones de barajas con las cuales entretenía, y los chistes. Ah, los chistes… Recuerdo uno solamente, y lo he hecho tantas veces, que me cuesta convencerme de su gracia.

Me he perdido en las memorias de otros. No me lamento, pues ni cuenta me doy. Camino cabizbajo por pasillos, atravieso puertas, mas esta somnolencia no me deja sentir.

¿Que a dónde voy? Quién sabe. Tal vez me dejo caer por uno de estos drenajes mohosos. Tal vez continúo recogiendo las frutas que se dan en mi patio, para sustentarme, para mantener los pasos que me llevan hasta mis cotidianas tazas de café.

¿Que qué queda? No sé. Sólo sé que quien estaba ya se fue.

Ring

A veces, cuando el ring del teléfono no me deja descansar, lo contesto, y suelen ser voces monótonas de otra época. Otras, no levanto el auricular, porque creo que puedes ser tú, y contigo no deseo compartir mi voz, sino mi presencia. Igual me pasa cuando recibo en mi portátil un mensaje tuyo: esas letras digitales que describen menudas palabras, sin te quieros ni sin mucha emoción.

Son esos vocablos tuyos, acompañados de esa mirada en la cual no me puedo reflejar, las que hacen volar mi imaginación, pensando tus labios susurrando mil cariños. Otras, cavilando abrazos perdidos en las corrientes del viento y en ondas electromagnéticas, que viajan sin consideración de los cuerpos y los besos.

Nunca antes había amado una ilusión sonámbula, quereres comatosos que se ahogan en el fondo de una nada fantástica y hueca.

Desde que te vi por primera vez, tuve la impresión de que serías la persona con quién caminaría de manos las calles de la vida. La pregunta que queda es: ¿Sabes que tu destino es ver el deshojar de los años a mi lado, acostada sobre mi pecho, escuchando el crujir de mi corazón?

Mis esperanzas cuelgan de una fábula en la cual me dices que sin mi eco no puedes vivir, que es ya incontenible el deseo de estrecharme, que tu voz no tiene aliento sin el mío. Son sólo quimeras.

El ansia me aturde y nubla mis pensamientos. Me hace fluir incoherentemente. Siento que camino un hilo flojo que cuelga sobre un mar, cuya sal golpea cada minuto que huye sin ti. Es agua que cubre la esperanza, mas no ahoga el deseo.

Si supieras cuanto te añoro, en lugar de llamarme para decir “hola”, llamarías para decir “ahora”. Ni enviarías mensajes de “dónde estás”, porque estuviera al lado tuyo.

Y ahora que el teléfono suena: ¿Quién será?

El Juicio Final

El temblor me despertó de mi corta siesta vespertina, y estremeció mi cuerpo, al igual que lo hizo con el suelo, las paredes, y decenas de personas que aquí trabajamos. Por poco caigo de mi silla del susto.

Levanté mi vista, aún borrosa por la modorra, y vi a través de la vitrina gigantesca varias columnas de humo que se entremezclaban con el firmamento.

— “Siete”, conté en voz alta.

Como moscas adheridas al vidrio se encontraban varias personas, estupefactas, todas testigos del espectáculo. Y así mismo volaron como muñecos de trapo cuando el cristal estalló a causa de la fuerte explosión.

— “…la televisión. Un mensaje del Presidente”, una voz se escuchó a lo lejos.

— “Esta es una época de cambios, de iluminación intelectual”, hablaba pausadamente el intérprete, mientras un gigante rubio murmuraba palabras incomprensibles a su lado. Al otro extremo, el líder de nuestra nación asentía.

— “Creo que habla latín. ¿Quién habla latín en este siglo?”, comentó uno de mis compañeros de oficina.

Y aquella figura, que parecía pintada por Miguel Ángel, quitó su vestidura plateada, y, para la sorpresa de todos, unas gigantescas alas blancas se desplegaron de su espalda, semejantes a las de un cisne. Y rugió, como un trombón.

— “Soy la Estrella de la Mañana. Soy el Fósforo. Soy el hijo de Dios, y llevo aquí, junto a mi ejército, desde antes que el Homo Sapiens caminara sobre el verde y el marrón, construyera el gris, admirara el azul, y se refugiara del rocío. Hemos vivido entre ustedes, siempre cuidándoles y amándoles como si fueran nuestros hijos.”

¿Nuestros hijos?

— “Hoy”, prosiguió, “huestes que moran en el negro sobre nuestras cabezas han venido a traer desastres y calamidad, tal y como lo escribió Juan. Así, como antes lo anunció Gabriel, y hoy lo materializa Miguel. Mis trescientos cincuenta mil legiones ya se encuentran tronando sus trompetas y azotando sus tambores. Tienen sus lanzas y escudos en sus manos. Así mismo, los diferentes ejércitos de los distintos reinados de este tercer cielo ya se encuentran preparados para esta batalla.”

“No les digo que no teman, pues el enemigo llegará con sed de piel y llanto, y no escatimará. Sólo quiero que entiendan lo siguiente, pienso derramar mi sangre, mi cabello, mis alas, mi lanza, y las de mis hermanos, para que los escuden ese Cielo, quien viene a engullirnos a todos. Lo que hoy es luz, mañana será una tiniebla que durará el curso de esta batalla. Pero sepan que cuando se disipe la sombra, seguiremos aquí, ustedes y nosotros, como vencedores.”

“Éste, mis protegidos, es el Último Juicio. ¿Pero con que moral nos juzgará? ¿Él, quien, en su soberbia, no escucha nuestros ruegos, y nos niega su sabiduría? Hoy, con la punta de mi espada Lo señalo, y hoy caerá para ser enjuiciado por nosotros.”

Y aquel ser ultramundano desenvainó una enorme espada dorada, y la levantó como apuntando al firmamento: “Ésta es mi palabra”, concluyó.

Todos permanecimos con la boca abierta. El Presidente se acercó al podio, pero nadie lo escuchó.

— “¡Amén!”, gritó alguien, y muchos aplaudieron.

— “¡Dios habló! ¡Aleluya!”, gritó otro.

¿Ángeles rubios? Esto debe ser un montaje, un mal chiste, pensé. Y como acto seguido, otro temblor nos sacudió. Una señora cayó al suelo.

— “¡Miren afuera!”, gritó un joven, señalando el hueco donde solía estar la ventana, dónde se veían ráfagas de lluvia iluminada golpeando las nubes. Eran disparos de nuestra milicia. Y en ese momento, todo se oscureció, y un sonido hueco, pero ensordecedor, presagió lo inmediatamente incierto.

— “¡Fuego!”, se escuchó a lo lejos. No tuve que voltearme, el fuego descendía de las nubes, y todos los alrededores estallaron en llamas.

Cerré mis ojos, porque parecía inevitable el horrible desenlace de esta escena de ciencia ficción.

Dios mío…

El calor abrazaba mi piel. Olía la carne chamuscándose. Escuchaba los llantos resignados. Y en medio de ese largo pestañeo y luego de un increíble bramido, todo se volvió silencio.