El Fuego del Demonio

Ese ángel desconocido,
un demonio por conocer,
me atontaba
con su calor,
con su aparente amor.

Me quemaba,
por dentro.

Mi cabello
cubría mis sentidos
no me dejaba ver
ni la dulce vida
ni el amargo real.

Siempre confiado
la perseguía en sueños
en versos
por senderos dulces
hasta el fuego.

Me quemaba,
con sus deliciosas llamas.

Mi cuerpo
ya estaba calcinado
y mi alma
estaba acorralada
en una cárcel de cenizas.

Ya no llevaba
el cabello cubriendo
mis ojos –
sólo veía polvo
en el suelo,
humo y gris.

Todo estaba arruinado:
mi casa
mis amigos
hasta esas ciudades
que una vez visité.

Este demonio,
hasta ahora cubierto
en ropas satinadas
y alas doradas,
reía sin amores
ni vergüenzas
sobre una pila
de rescoldo y recuerdos.

Mi alma
derrumbó la prisión
que representaba
mi cuerpo ceniciento,
escapó libre.

Ya no me quemaba,
pero mi cuerpo ausente
dolía.

Mi cabello
era hollín,
ya no amordazaba
mis ojos.
Ahora discernía
el amargo
de lo dulce.

Mi espíritu
se encontraba humillado
sentado, por ahí.
A veces
de rodillas
en una nube,
o quien sabe dónde.

Al menos,
ya no sufro
por amar
a un demonio
que por un beso
me vendía fuego.

Ahora no estoy,
y sólo siento
frío.

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