La Felicidá

Solemos caminar largos senderos
perdiéndonos en el proceso
imaginándonos la felicidá
en la lontananza de nuestro seso.

Pero a veces, sólo de vez en cuando
si observamos con cuidado
sin detener el paso del tiempo
oculta, a plena vista, va la felicidá.

Y ahí está, tras unos dientes ajenos
o colgada del pasar de un beso
a veces en la cosquilla entre costillas
o rodeando el cerco de una pupila.

Tan pequeño ese animal esquivo
tan grande el hallarlo entre suspiros
tan largo puede ser el camino recorrido
tan simple que va, es un café y un mirar.

Piedra de Río

Me he vuelto un ser de amar frío
en el sexo, hoy por hoy, soy un lío
me mal acostumbraste, mañosa
maldicion que mi cuerpo atesora.

Montaña inmóvil, o piedra de río
huracán inerte en el amorío
en calma, como lodo inseparable
de pie sobre losa inquebrantable.

Sólo a ti puedo rendir reverencia
a tu fuego interior, a tu malevolencia
fui horma, eres medida perfecta
fuimos engranaje y turbulencia.

Has dejado una sed de tu cuerpo
los sentidos y mi tacto revueltos
ningun otro líquido parece saciar
esta sed de tus besos, ni el mar.

El Ambicioso Inconveniente

Malo es querer cuando se tiene, envidiar al que se divierte, y vierte su sudor entre sus manos, como mar y su oleaje iluso.

Mala es la codicia, deseando un caminar, cuando ya tus piernas andan con más de un par.

Malo es el pensamiento indecible que anhela salud para su pecho, cuando lo correcto es callar y anidar en silencio, el cuerpo envuelto en un pajar.

Pero peor que malo, es el vagar cabizbajo divagando en ayeres, o presentes no murientes, como avestruz dinosaurio, desplumado, escamado, porque es así, porque aún no ha llegado su evolución.

Y cuando se cree que ha llegado lo peor, falta la puntuación: las tildes que no llegan con excusa de licencia poética. Son errores que mutan en vocablos nuevos — esa es el cambio cierto que espera aquel ave de cuello largo, pero estrecho.

Tanto Verso Pa’ Qué

No entiendo porque existen
tantas líneas dedicadas al aire
si la brisa, aunque es suave
no entiende letras ni claves.

Ni me da esta gigante cabeza
para entender al tiempo
que se muestra brevemente hoy
y se esconde en el ayer.

Y eso que llaman “el cariño”
es lo más que me entumece el seso
uno quiere una piedra en exceso
para luego asfixiarla con papel.

Los Tiempos Breves

Cuando estudiaba en la universidad, entendí que no hay mal que dure cien años, ni bien que nos mantenga en gracia eterna. Lo único que permanece es la certeza de que la carne envejece, y que el tiempo cambia el significado de las palabras.

Tenemos que aprender a capturar los momentos, microenamorarnos de ellos, como lo hacemos con esa mariposa que encerramos en un envase de cristal. Nada nos prohíbe atesorarlos, porque para eso existen: son esas sonrisas que llegan para ser disfrutadas, esos mimos que se tatúan bajo la piel. Pero nadie puede mostrar sus dientes por tiempo indefinido, a menos que sea un maniquí en la vitrina. Somos transeúntes en un hilo de vida, armados con un arsenal de recuerdos.

Las partidas duelen. Pero esa sensación es sólo celo y sentido de pertenencia. La espina que no aprieta, no puede doler. Nada tiene realmente dueño, sólo circunstancias que nos entrelazan. Lo que nos quiebra es la adicción a la presencia, y es la naturaleza humana. Somos entes gregarios, aprendemos a necesitar llenar huecos, en lugar de reconocerlos y vivir con ellos.

Cuando estudiaba en la universidad, aprendí que las únicas caricias eternas que tanto recitan, sólo existen en los libros, y en música que suena un tiempo, y luego cansa. Son “siempres” que sólo permanecen contenidos en el vidrio de los tiempos breves.

El Flojo

Aquel día era uno de cielo nublado
o sea, mi pensar era complejo
me tronaban el gris, y los sesos
planificando un buen comienzo.

Caminaste mirando al suelo
miraste la hora, como esperando
yo, de mangas largas, nada que nada
mi rosto inmóvil, de sonrisa plantada.

Aún sigo esperando al viento
porque se llevó mi lengua y tu aliento
aún sigo esperando tus pasos
reticencia de un mal comienzo.

Aún me pregunto porque no hablé
aún le pregunto a mi boca
por qué se volvió como fría roca
por qué no me acerqué, y te besé.

Es Más Fácil

Es más fácil escribir un verso
narrar el silencio tras los besos
que nuestra historia, sus tropiezos
los vahídos lentos, nuestros excesos.

Es más fácil componer mil canciones
hablarle al alba y a sus peones
que mirarme en ti, espejo ausente
reflejo que me hace huir del presente.

Es más fácil delinear un lienzo
azul cerezo, sin el rojo de tu boca
que una silueta simple con ojos negros
el simple contorno de la piel de tu cuerpo.

Es más fácil librar veinte largas guerras
con miles de carnes y voces de almas muertas
que despertar vestido de otro ente
victorioso, pero sin tu desvelo.

Me cuesta andar los surcos del mundo
entre fantasmas, sin color, medio difunto
entre tus dedos, hebras quebradas tiempo
persiguiendo tu aliento, arena nadando en viento.

Sediento

Si te dañé
lo siento mucho
fuiste mi vida
yo tu veneno.

No es lo que dices
es lo que escucho
el diálogo quedo
de tus ojos yertos.

Antes, vagaba
de cuerpo despierto
por dentro muerto
como brisa lenta.

Tomaste mi mano
robaste mi beso
fuimos marea
en el desierto.

Si te hice daño
pues lo lamento
pierdo yo más
es mi destierro.

Huyó tu sonrisa
nació mi lamento
pierdo tu hálito
quedo sediento.

Libre de alma

Esta mañana repasaba, entre silencios
tus cartas, tus celos y tus flores
con un fusil cargado en mis manos
deseándote (la muerte) en vano.

Entre humo y sueños te recordaba
siendo las hebras de tu tacto
péndulos que se mecen de tus ojos
café, periódico, y premonición.

Nombrabas cada latido en el acto
con un susurro, o un frágil gemido.
tus senos menudos guardaban mi mundo
me vestía de lujo tu cabello cenizo .

Pero ya no, sólo quiero nacer de nuevo
aunque sea bajo la rama de un árbol
llegando al azul, rompiendo huesos
libre de alma humana y quebranto.

Porque ya no te quiero en mi cuerpo
ni quiero tu sangre, ni tus peces
ni quiero la luna, ni al tiempo
sólo ser liviano hálito del viento.

Ya no quiero tus veinte espejos
ni a mis estrofas, ni a tu arena
ni a tu hilo, sólo quiero vacío mi tinto
finalmente, terminar con este hastío.

Cuando nos hablan los muertos

El muerto nos habla, y lo ignoramos.

Los soñamos en una alta nube, o nos invaden sus daltónicos recuerdos. Pasean entre risas o quejidos, siempre rondando sombríos. El muerto divaga discreto, mientras alargamos su partida. Pero no lo escuchamos, tan sólo lo lloramos.

Pero léanme bien: Los yertos, aunque han culminado su trayecto, en su silencio aparente nos narran, entre estampas, fotos, sueños, y recuerdos, su historia, la vivida previa a su huida.

Nos narran sus cuentos, recitan sus canciones, y entonan sus versos. Y es en ese momento cuando los damos por vivos, porque los oímos. Pero están más que muertos, son una colección de huesos fríos. Y lo que conocemos como la voz del despedido, no es más que el viento recorriendo su recuerdo.

Nos hablan de sus errores, sus aciertos, de odios sin sentido y del cariño, ¿pero qué saben de eso los muertos?

Pues en su aparente ignorancia, nos han legado la experiencia de los años. Recordemos esos cantares, épicas, y romances legendarios, esos que tanto imitamos los que caminamos.

Cuando los muertos nos hablan, mediante su quedo testamento, esperan que los escuchemos, aprendamos, y vivamos. Y mejor si no los pensamos muertos, más bien, de carne livianos.