Mentiras de la Memoria

Hoy te recordé áurea en mi ayer
cuando por poco me enamoraste
robaste mi aliento sin querer
sólo pensándote hasta el desgaste.

Claro, porque fuiste una ausente
te dibujaba versos en un desierto
transeúnte invisible y pesadumbre
mientras abrazaba nubes y cuentos.

Infatuaciones sin muchas razones
te soñaba, y tu aliento saboreaba
eran mentiras en diez canciones
historietas que iluso fantaseaba.

Irreal nuestro tiempo compartido
no hubo ni piel, ni muertes, ni vahídos
ni desgarré tu corto vestido
fue neblina sin tiempo ni sentido.

Hoy quiero un abrazarme a tu piel
condecorar con gemidos mi victoria
acariciar con mis labios tu desnudez
aunque sean mentiras de mi memoria.

Perdida, O Huyendo

Ella estaba de alma presente ahí
transparente, niebla entre mis dedos
mis manos la buscaban con anhelo
pero la perdí, ni su medio vivir.

No sé dónde dejé nuestras charlas
si las extravié en un tono digital
en la cueva marrón del auricular
junto a las bromas durante el desvelo.

Perdida o huyendo, ¿dime dónde estás?
mis victorias mueren sin destilar
no ves que sin ti vuelvo a ser mortal
te fuiste, en silencio y sin avisar.

Noventa y Dos

Nos recuerdo escuchando música en aquel Ford Thunderbird del ochenta y ocho, mientras su padre ofrecía el Servicio Dominical en la Iglesia. Compartíamos uno de los asientos, y nos acariciábamos el cabello, sin un sólo beso.

Nunca olvidaré su cintura estrecha, ni sus caderas, ni su piel pálida, como luz de estrella, ni los lunares que llevaba prendidos, como luciérnagas de sus nubes, ni su boca pícara, siempre una tentación para la mía.

Guardo en mi memoria como en el noventa y dos le robe ese beso, y cómo luego nos golpeó como pared el que su padre no nos quisiera juntos. ¿Como era posible que aquel hombre, siendo un mensajero de Dios, nos privara del amor? De haber permitido nuestro romance, nuestra historia hubiera sido una diferente, y no hubiera pasado todos estos años imaginando cómo hubiese sido el “esto” inexistente. Aunque él apartó nuestros caminos, el destino es destino, y nos volvió a encontrar.

Yo solía ser una persona de mucha fe, en todos los aspectos. Creía en el ser humano, y su buena voluntad, y tenía esta alocada idea que existía alguien, más allá de mi entendimiento, que me observaba y me escuchaba. Esos eran los días en los cuales conservaba mi juventud espiritual. Con el pasar de los años, mi alma se volvió vieja, al igual que mis deseos, mis ambiciones – maltrechas por el tiempo y la vida.

Isabel era la hija de un ministro luterano, y mi madre frecuentaba la iglesia en la cual su padre ofrecía sus servicios. Yo la acompañaba, y ahí la conocí. Desde que la vi, la quise para mí. Tenía el cabello rubio y rizado, casi por su cintura. Su piel era como la nieve, y sus ojos, como la noche. Quería, a como de lugar, apoderarme de aquellos labios carnosos, adornados siempre por una pequeña sonrisa, y endulzados por una dulce y suave voz.

Luego vinieron sus lágrimas, luego un dulce beso, y luego, una despedida seca y orgullosa, como quien piensa que se lo merece todo. Yo era joven, adolescente, inmaduro, con esa maldita tendencia de alejar todo lo que quería tener cerca. Sólo tenía que mantenerme ahí, perseverando, pero no estaba dispuesto a enfrascarme en una guerra con un General Cristiano a quien yo no le hacía ninguna gracia.

Pasaron los días; así mismo, los meses y, finalmente, los años, y nuestro contacto se volvió frío. Nuestras vidas tomaron caminos diferentes. Aunque realmente desconozco cual fue el suyo, puedo hablar semanas del mio.

Un día, años después, y luego de varios amores y sábanas, decidí volver a acompañar a mi madre a visitar aquella iglesia, sólo por curiosidad. Al menos, esa era la excusa que me daba, por no aceptar la verdadera razón. Un sólo paso dentro del templo fue suficiente para darme cuenta que no podía engañarme.

Al igual que antes, su piel blanca como pétalo de margarita, su delgada cintura, sus senos menudos, sus caderas radiantes. Lo único diferente era el color de sus rizos, que eran ahora miel.

Al final del servicio, me acerqué y extendí mi mano. Y ese ademán se volvió un abrazo cálido. Pero ahí quedo todo: “Bye”, y nos despedimos. Yo me adelanté a mi progenitora, y me marché en mi carro a quien sabe donde.

Esa noche, Isabel llamó a mi apartamento, lo cual me sorprendió mucho. Mi madre le había dado mi número telefónico, por mas que siempre le decía que era privado y que “a nadie” se lo podía comunicar. Pero esa voz familiar fue más que bienvenida. Hablamos por horas, y quedamos en que la recogería en su casa para dar una vuelta.

Si mejor no recuerdo, fuimos al cine. Luego, decidimos ir a la playa, donde caminamos por la arena y las rocas sin que importara el tiempo. Hablamos sin parar durante horas, de lo mucho que había cambiado mi físico, de porque había dejado crecer mi cabello hasta los hombros, de mi barba, de cómo ella permanecía intacta ante el paso de los años, con la única excepción de su cabello y su mirada, la cual reflejaba más madurez. Charlamos de nuestras vidas, de nuestros estudios y trabajos.

Cuando nos cansamos de hablar, nos besamos. Nuestras lenguas bailaban y se fundían como dos espadas sobre la brasa. Mis manos acariciaban su cintura, y sus manos se enredaban en mi cabello. Jamás podré borrarlo de mis recuerdos.

Que ocurrió conmigo, no lo se todavía. Mientras ella parecía retomar todo con la misma candidez que antes, yo trabajaba incansablemente en la manera más fácil de llevarla a mi cama. Es a lo que estaba acostumbrado, a los amoríos de una noche, y así la traté, como a una sábana más. Y ella, ni corta ni perezosa, decidió que eso no era lo que quería.

Ese día era perfecto. La brisa que refrescaba los cuerpos, las nubes formaban animales salvajes. Nos dirigíamos, por idea suya, a un cementerio donde estaba sepultada una abuela de ella, y, junto a su lapida, me dijo las siguientes palabras: “Entre nosotros no va a haber más nada, esto se acabó. Seremos amigos, y ya, sin besos ni más nada.”

En mi cabeza no cabía eso. Me sentí tan humillado, despreciado, que la lleve a su casa y no la volví a llamar, con excepción de una vez, pero ella estaba tan indiferente en el teléfono, que colgué.

La última vez que supe de ella fue porque, hace aproximadamente un año, me encontré con su hermano en un centro comercial. Cuando le pregunté por ella, me contesto que estaba en Alemania, casada y con hijos. Ni siquiera recuerdo si era un hijo o una hija, o si era más de uno. Y como magia, aquel dulce beso adolescente de domingo se convirtió en cianuro.

Me parece increíble como todavía recuerdo el sabor de sus labios, con el aroma del mar y la textura de la suave arena. Me parece increíble como cada vez que escucho aquellos viejos boleros, me es inevitable recordar a Isabel, juntos escuchando música en aquel carro, y mis esperanzas de robarle un beso.

Por Qué Negarnos

Fuimos, claro que fuimos
estuvimos, caminamos, y soñamos
nos burlamos de los años
pero nunca llegaron,
más bien, nunca llegamos.

Por qué negar nuestro cuento
si cuando retozábamos en el cielo
nos hacíamos uno entre espasmos
mientras nuestros pasos descalzos
se hundían mudos en el Infierno.

De qué sirvió morir chiquito y lento
si andábamos sonámbulos en el desierto
de qué sirvieron en la ambigüedad los besos
cuando llevábamos el cuero enjuto
y los pies sedientos.

Por qué negar al tiempo lo vivido,
si bailamos al son de boleros perdidos
eramos emisarios errantes malheridos
campeones entre migajas y destinos.

Aun así, no veo ninguna razón
para mentirle al pecho
y matar al vivo corazón
aunque es triste, y no hay hadas
aunque es verdad, es agua pasada.

Por qué negar al mundo lo que fuimos
si como reyes, y en alto las frentes
llevábamos ocultas las venidas
melodías con nuestras caricias
con orgullo en el pecho erguido.

Ya no huyo de tu reflejo en mis sueños,
ni me lamento, ni me reprendo,
fuiste más que lo que más quiero
entre lo fugaz, entre los desesperos.

Mi Ella

Antes que nada, mi ella vive, respira, e irradia una paz armoniosa. Es un ente pálido y pelirrojo que se apodera de mi aire cada vez que lo veo caminar.

Ahora, puede ser que la ella que tanto añoro y deseo contenga también un fragmento mitológico. Áurea, me dice cosas dulces al oído, besa mis labios, y nos hacemos uno sobre una telaraña etérea.

La ella que todos ven es una chica de piel sedosa y lozana, de ojos oscuros y dulces, de manos y pies delicados y tersos.

Mi ella me habla en sueños, me cuenta cómo ansió verme durante todo el día, escucharme y rozar sus labios contra mi piel. Su presencia huele a rosas marchitas, y sus besos saben a caramelo. Ella es pétalo, canto de un ruiseñor. Viento que acaricia mi cabello, agua que enjuaga mi rostro.

Cuando me despierta el alba, me doy cuenta de la diferencia que existe entre mi ella y la que todos ven. Su versión corpórea, que camina en su cuarto y en el comedor de su casa, que conduce su automóvil todos los días, y que ríe, llora, duerme, y fantasea con su felicidad, como lo hacemos todos, lo más probable es que no viva suspirando por mí, ni que en sus sueños me haga el amor sobre las hileras del viento. No sólo que es más que posible que no comparta mis fantasías, sino que no se acuerde de mí del todo, que cuando piense en mí, lo haga porque me vio caminando en la plaza. Tal vez piensa “por ahí va él”, sólo por cierta cortesía subconsciente humana, o porque le resulta graciosa la forma en que llevo peinado mi cabello.

Mi ella es sólo un espejismo, pero es lo único que tengo. Es quien colorea mis sueños monocromáticos.

Tal vez, los momentos que he vivido junto a la ella del tiempo en vigilia, son los que han dado rienda a esta alocada fantasía.

La primera vez que le hablé, me despertó cierta curiosidad atrevida. Luego tuvimos nuestros momentos, pero fueron muy casuales.

Una noche salimos a comer con todos nuestros amigos, me despedí de ella luego de la salida y sostuve sus manos por unos instantes. Creo que fue ese momento lo que hizo estallar mi imaginación. Finalmente, me encontré en varias situaciones en las cuales pude haber besado sus labios, pero no lo hice, tal vez por timidez, tal vez por miedo.

Esos momentos con aquella dama de carne y hueso no forman parte de mi imaginación, ocurrieron. Pero sólo ella, el tiempo que transcurrió, la brisa que nos envolvió, y yo, somos testigos.

Esta explicación sólo me sirve a mí, para conservar mi cordura, y, para que cada vez que empiece a sentir que la realidad se comienza a desdoblar, tener en cuenta de qué es lo vivido y qué es lo soñado. Sólo espero que algún día la ella de mi fantasía y la ella de mi realidad se encuentren, y los tres disfrutar de sueños y verdades.

Obvio, Desespero

Cuando estoy contigo
a veces no quiero
y cuando no estoy
sólo desespero.

Sentir tu caliente aliento
vivir tus suspiros
tu tacto, no miento
cuando te digo
que estando contigo
y cuando no estoy
se desborda un anhelo.

Cuando mis labios
rozan los tuyos
cuando tu lengua
y la mía son uno
cuando tus manos
blancas como alma
las tengo, cuando no
te extraño, sincero.

Sabes, te quiero
te amo y te idolatro
eres ese cuadro
que cuelgo de mi pecho
que me revive
cuando caigo muerto
nacen en mi lápiz
versos alfareros.

Abres las puertas
del cuarto y veo
menuda la ropa verde
me sientes y te siento
cuando los cuerpos
a un ritmo son uno
llegado el momento
te vas a tu vida
tu hálito se despide
extraño tu cuerpo
extraño tus besos
obvio, desespero.

Ring

A veces, cuando el ring del teléfono no me deja descansar, lo contesto, y suelen ser voces monótonas de otra época. Otras, no levanto el auricular, porque creo que puedes ser tú, y contigo no deseo compartir mi voz, sino mi presencia. Igual me pasa cuando recibo en mi portátil un mensaje tuyo: esas letras digitales que describen menudas palabras, sin te quieros ni sin mucha emoción.

Son esos vocablos tuyos, acompañados de esa mirada en la cual no me puedo reflejar, las que hacen volar mi imaginación, pensando tus labios susurrando mil cariños. Otras, cavilando abrazos perdidos en las corrientes del viento y en ondas electromagnéticas, que viajan sin consideración de los cuerpos y los besos.

Nunca antes había amado una ilusión sonámbula, quereres comatosos que se ahogan en el fondo de una nada fantástica y hueca.

Desde que te vi por primera vez, tuve la impresión de que serías la persona con quién caminaría de manos las calles de la vida. La pregunta que queda es: ¿Sabes que tu destino es ver el deshojar de los años a mi lado, acostada sobre mi pecho, escuchando el crujir de mi corazón?

Mis esperanzas cuelgan de una fábula en la cual me dices que sin mi eco no puedes vivir, que es ya incontenible el deseo de estrecharme, que tu voz no tiene aliento sin el mío. Son sólo quimeras.

El ansia me aturde y nubla mis pensamientos. Me hace fluir incoherentemente. Siento que camino un hilo flojo que cuelga sobre un mar, cuya sal golpea cada minuto que huye sin ti. Es agua que cubre la esperanza, mas no ahoga el deseo.

Si supieras cuanto te añoro, en lugar de llamarme para decir “hola”, llamarías para decir “ahora”. Ni enviarías mensajes de “dónde estás”, porque estuviera al lado tuyo.

Y ahora que el teléfono suena: ¿Quién será?

Tiempo Dividido

Estos cariños cotidianos
entre acordes meridianos
besos y caricias incompletas
gemidos en guarida secreta.

Lindos lunares compartidos
como galaxias que invadimos
gestos medios y medias muecas
sonrisas y miradas chuecas.

Pero el amor sólo es uno
burlón del tiempo, morboso
risueño con nuestro gozo
de corto tiempo y vanidoso.

Cariños con música propia
entre acordes y melancolías
un roce, caricia incompleta
suspiros y huídas secretas.

Crepúsculos y Fantasmas

Dedicando canciones a fantasmas
pidiendo crepúsculos a las mañanas
mis manos llenas de sinsentidos
y tu nombre enrollado en el bolsillo.

Cuál más, si yo, mal perdedor
ardiendo llamas sin encendedor
señor iluso, rey de mi casa
pero sin tu verbo nada me pasa.

Eres ausente de mi pensar presente
eres reina de mi universo adyacente
eres musa de mil versos patéticos
eres quien mora tras mi reir cosmético.

Te veo caminando, mi alma ausente
y yo, con esta obsesión adolescente
ya ni se que hacer, camino sin querer
pidiendo crepúsculos al amanecer.

Amigos De Poca Elocuencia

Somos amigos de poca elocuencia
faltan los verbos y las palabras necias
falta el espaldarazo y la conciencia
y si te veo cruzar la calle, amnesia.

No llegamos ni a medios amantes
faltaron los besos y los desplantes
escasearon las palabras galantes
fue sólo puro gusto y desgaste.

Somos poco menos que extraños
entonces no nos debemos los años
pero igual flaqueo cuando te veo
tus labios y tu caminar los quiero.

Es que esto no debiera ser, lo sé
y sé que mis caricias no te van a tener
es sólo esperanza con sabor a hiel
es sólo un vahído, que se va a hacer.

Pero es inevitable que te piense hoy
eres espacio vacío en mi interior
que lleno con versos, falsos deseos
canto en voz baja, soñando despierto.

Es que esto no debiera ser, lo sé
es que hoy te pienso más que ayer
es sólo espejismo con sabor a hiel
es sólo un vahído, que se va a hacer.