Sonámbulo

Hoy despierto, igual que ayer, sonámbulo. No recuerdo si ya lavé mis dientes, porque todos mis días son iguales. Enciendo mi televisión, y veo noticias que me consternan por sólo cinco minutos – ya lo he visto todo. Si lo que veo no son mis nuevas, y ese mundo no es el mío, que más da.

Me dirijo a cocinarme algo, porque gruñe mi estómago. Al mirar dentro de mi nevera, me pregunto: ¿tostadas francesas, huevos fritos o en revoltillo? Me da igual, porque el café es igual.

La ropa que llevo es la de anoche aun. La que tengo en mi closet es la de la semana pasada, o de la antepasada, si tengo suerte.

Veo algunos seres compartiendo mis pasos, también sonámbulos, con quienes cruzo miradas, pero están todas vacías. Mis ojos son sólo cuevas, órbitas cóncavas que no invitan a nada.

Ni siquiera el agua cayendo sobre mí auyenta esta anestesia. Mi vida vive confinada en un trance, inescapable, monótono, e innegable.

El orden en el cual realice mis labores matutinas no importa, el desenlace es el mismo: me dirijo a mi trabajo, intento sobrevivir algunas horas, para luego regresar.

Sin ninguna eventualidad, lavo mi cuerpo, y me acuesto a dormir. Es ahí donde despierto, en sueños, dónde soy la arena del envase de cristal, y dónde, con una pincelada, trazo valles verdes, muñecos de nieve, y millones de destinos.

Luego comienza el otro día, el mismo de ayer, la misma vagancia sonámbula, como el ratón en su laberinto genérico, cuya ruta ha memorizado. Luego, sólo queda correr en la rueda, sin dirección.

Una Noche De Programación

Estoy en mi oficina, acompañado de un acondicionador de aire que no se cansa de soplar, dos monitores, mi computadora portátil, y mi teclado. Es casi media noche, y realmente no quiero estar aquí, prefiero el calor de mi hogar, y ver la sonrisa de mi hija.

Inicializo mis herramientas de trabajo: Visual Studio 2010, SQL Server 2008, Internet Explorer y Notepad. Parezco el hijo perdido de Bill Gates, obviamente, sin la fortuna, pero patrocinando todos sus productos.

Una de mis pantallas lee: Page Language=”C#”, y tiene un cursor que parpadea incesantemente, causándome un poco de tensión.

Comienzo a escribir, como un secretario. Cada palabra que escribo complementa las vibraciones impersonales de este lugar. Tal vez debería colgar algunos cuadros aquí para crear una atmósfera mas familiar.

Al poco tiempo, comienzo a procrastinar. Accedo mi Facebook, a ver quien me ha escrito. La mayoría del tiempo, no hay nadie nuevo. A veces recibo una receta de la Chef Milani, o una invitación a jugar con “La Finquita”, la cual deniego gustosamente.

Luego leo mi Twitter, el cual permanece visible durante toda mi estadía en mi espacio privado, y continúo escudriñando a ver si hay alguna conversación en la cual pueda insertarme mágicamente.

Después de un rato, regreso a lo que hacía anteriormente. Ese cursor me atormenta. Reviso mis correos electrónicos para retomar el hilo de lo que hacía ayer, o antes de ayer, lo que tenga más prioridad. Continúo escribiendo impacientemente.

Al pasar algunas horas, comienza a atormentarme la soledad, y por alguna razón que no he entendido aún, siento una erección. Debe ser la falta de compañía, la necesidad de calor humano, inalcanzable dentro de estas letras robóticas. Tal vez es sólo que mi compañero dentro de mis pantalones esta aburrido. Quien sabe.

Me dirijo al navegador. Usualmente navego con Firefox, Internet Explorer es muy lento para mi gusto, y guarda demasiada información de mi actividad en el Internet. Busco un poco de pornografía, pero la verdad es que ya no me gusta como cuando tenía dieciocho años, o, al menos, no verla solo. Prefiero hacerlo acompañado, y jugar al “hagamos eso, a ver que pasa”.

Si la impaciencia me agobia demasiado, voy a la oficina de mi vecino, y le robo un cigarrillo. Aunque dejé de fumar oficialmente hace mucho, de vez en cuando me doy ese placer secreto, que cura todas mis ansiedades, al menos, por un rato.

Cuando termino de fumar, regreso a Twitter, y escribo un comentario dirigido a “#nomention”. Por lo general va en la línea de: “Me gustaría hacerte cosas, bla bla bla”. Asumo que ese mensaje se pierde en los confines del ciberespacio, sin leerse, sólo por mí. Lo persigo por horas, observando como se apiñan sobre él los mensajes de mis llamados “Amigos”, a quienes no conozco personalmente.

A veces entro a mi blog, a verificar el tráfico. Me gusta ver al menos diez visitas diarias, y si son más, me siento como el New York Times. Para mí, eso iguala a éxito.

Sin darme cuenta, ya he terminado casi todas mis tareas laborales. Ya son las 3 de la madrugada. Todavía no comprendo que hago en mi oficina un domingo a esta hora, pero aquí estoy.

Dentro de esta rutina agobiante, siento un peculiar placer. Me fascina mi vida electrónica, aunque no lo admita abiertamente. Creo que es cierto anonimato que uno cobra, como el que toma un dulce y lo come, sin pagar.

Veo el reloj. Creo que es hora de volver a la realidad, despegarme del brillo de las pantallas, y conducir a mi casa, a dormir un poco. Mañana me espera otro día, igual al de hoy.

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