Cuando nos hablan los muertos

El muerto nos habla, y lo ignoramos.

Los soñamos en una alta nube, o nos invaden sus daltónicos recuerdos. Pasean entre risas o quejidos, siempre rondando sombríos. El muerto divaga discreto, mientras alargamos su partida. Pero no lo escuchamos, tan sólo lo lloramos.

Pero léanme bien: Los yertos, aunque han culminado su trayecto, en su silencio aparente nos narran, entre estampas, fotos, sueños, y recuerdos, su historia, la vivida previa a su huida.

Nos narran sus cuentos, recitan sus canciones, y entonan sus versos. Y es en ese momento cuando los damos por vivos, porque los oímos. Pero están más que muertos, son una colección de huesos fríos. Y lo que conocemos como la voz del despedido, no es más que el viento recorriendo su recuerdo.

Nos hablan de sus errores, sus aciertos, de odios sin sentido y del cariño, ¿pero qué saben de eso los muertos?

Pues en su aparente ignorancia, nos han legado la experiencia de los años. Recordemos esos cantares, épicas, y romances legendarios, esos que tanto imitamos los que caminamos.

Cuando los muertos nos hablan, mediante su quedo testamento, esperan que los escuchemos, aprendamos, y vivamos. Y mejor si no los pensamos muertos, más bien, de carne livianos.

Carne Corazón

Carne corazón
que olvidó su canción
vaga buscando refugio
bajo la luz del sol.

Buscando versos ocultos
persigue una sombra esquiva
donde la locura es cotidiana
y la cordura no halla son.

Viste palabras áfonas
que huyen de su boca
se escurren entre los dedos
caen al suelo, polvorientas.

Etéreo sinsazón
regala su piel yerta
anda tras los arrullos
ocultos de la razón.

Musa muerta
engañosa y revuelta
dale sol o sombra
diario o mensual.

Musa furtiva
ladrona de poesía
si duermes, muere ya
si vives, duerme ya.