Me Da Igual

Ya lo he vivido todo
las caricias en el rostro
los insultos del viento
los amores invisibles
los deseos indecibles
son mementos inservibles
el maltrato del tiempo
los momentos irredimibles
los holas y adioses dulces
y aquellos que maldicen
ya todo me da igual.

Ya no importan
ni los besos esquivos
ni el pájaro malherido
ni las aguas turbias
ennegrecidas por escoria
ni el techo cayendo en mi cabeza
ni la rueda que rueda y no cesa
ni el impulso de esta vida
ni el llamado del ocaso
ni el respiro del fracaso
ni los esfuerzos olvidados
es todo el tiempo cíclico
son minutos y letras
vidrio, arena y cerezas.

Carne y mente similar
sean lluvia o huracán
son iguales al manantial
te empapan de vida glacial
cual si fuera un volcán
porque el mundo es igual
que diferencia hace un ente
si en su enajenación celeste
cree que hace y deshace
camina, pero no construye
esperando el desenlace.

Échenme ánimo y fuerzas
o envuélvanme entre siluetas
momias, brujas y dientes
viajes, viejos y velos celestes
las caretas con rostro de muerte
vente acá, que quiero verte
permanecer de sonrisa inerte
no importa, son sinónimos
este árbol, ciencia inmortal
incierto es si reverdecerá
que importa, si a fin de cuentas
será el mismo reflejo
será el mismo espejo de cristal
y todo será igual.

Vampiro

“La eternidad es un concepto imposible de comprender por el hombre, por la naturaleza perecedera de todo lo que conoce.”
Hace mucho tiempo que soy vampiro. He aprendido bastante acerca de nosotros en los libros y en la televisión, aunque la mayoría es ficción. Ni las cruces ni el agua bendita me afectan, ni siquiera atravesar mi corazón podría causarme algún daño: todas son falacias del cine y de escritores con mucha imaginación. Lo único que tengo prohibido es caminar durante el día, porque sólo un destello de luz solar podría transformar mi cuerpo en cenizas. Mas aún así, quién lo puede asegurar, tal vez es también parte de la mitología popular.

Soy vivo, mas evidentemente, no en una forma natural. Soy, como puede imaginar, inmortal.

Puedo escuchar los lamentos de las ánimas y los latidos de un corazón a varias millas de distancia. Mis colmillos son largos, como los de una pantera, y afilados, como la espina de una rosa. Mis uñas parecen de cristal, y mis lágrimas son sangre. Cuando no me he alimentado por largos periodos de tiempo, mi piel irradia cierta brillantez sobrenatural, la cual me dificulta el caminar entre los mortales sin levantar sospechas acerca de mi origen. Y creo que usted, amigo lector, debe conocer el tipo de dieta que llevo, la cual es la característica que más distingue mi naturaleza de la humana. Han sido el tiempo y la experiencia mis mejores compañeros en esta aventura, ayudándome a separar los mitos de las verdades.

Este relato que les voy a narrar describe uno de los sucesos más significativos en mi existencia como caminante nocturno. Ocurrió luego de seis meses de haberme convertido en Vampiro.

Unas nubes grises, las cuales amenazaban con derramarse sobre la tierra fresca, opacaban los destellos de la luna en cuarto menguante.

Podía escuchar el crujir de las hojas al ser acariciadas por el viento; distinguir, mejor que nadie, los colores de los murales pintados en los viejos edificios de la universidad; respirar el delicioso perfume de las margaritas que florecían en bosques lejos de aquí, inalcanzables por la mano del hombre.

Algo que me deleitaba, y aún lo sigue haciendo, era escuchar el murmullo característico de las ánimas de las multitudes.

Allí me encontraba, parado frente al teatro, mi pensamiento dirigido hacia aquel torrente de emociones que emanaba del público, de los actores, del director de la obra que allí se presentaba. En fin, de todos los cuerpos almados que allí se encontraban. Jugué con sus mentes — con todas ellas — y las leía, como quien lee una revista. Me burlaba de sus deseos, de sus miedos, de sus risas y de sus llantos silenciosos, porque yo conocía el verdadero significado de la existencia. Fue ahí donde la encontré.

Su piel era blanca como la nieve; sus labios, como los pétalos de una rosa, suaves y delicados. Su alma tenía una delicadeza angelical y una sensualidad que enloquecía mis sentidos. Pude saborear su nombre en mis labios: Verónica.

Quería robar sus besos, sin quitar su aliento; sentir su piel, sin quitar el color rosa de sus mejillas. Pensar en su sangre recorriendo mis venas me hacía vivir. Sentía nuevamente el delirio humano, el cual había olvidado hace algún tiempo.

Verónica, ven, y dame tu aliento.

Yo estaba recostado de una pared sombría, desde la cual podía estudiar el movimiento de las multitudes entrando y saliendo del teatro, y, al mismo tiempo, ocultar el extraño resplandor característico de mi piel. Contemplaba la puerta de salida del teatro, donde ella aparecería.

Poco a poco, la penumbra que envolvía aquel lugar dejaba entrever una figura. Ahí estaba, bella en un vestido rojo, que resaltaba irresistiblemente la palidez de su piel. Su cabello estaba recogido, permitiéndome ver claramente su cuello, el cual se extendía hasta el cielo mismo.

Puse mi nombre en sus labios, y aunque me encontraba a muchos metros de distancia, pude ver como se transformaba su boca al invocarme en un débil suspiro.

Ella caminaba hacia la oscuridad que me rodeaba. Nos atraíamos como los polos opuestos de un cuerpo, ahora los polos opuestos de la existencia misma.

Ahí estaba yo, en mi vestimenta impecable. Llevaba una camisa negra de mangas largas y unos pantalones gris oscuro. Mi cabello negro, que hacía juego con mis ojos azabache, caía un poco más abajo de mis mejillas. Mi sonrisa perlada resplandecía, y resaltaban mis colmillos felinos.

Me acerqué a ella, y no sintió miedo: sabía quien yo era antes de ser Vampiro. Ya mis ojos se habían reflejado en los suyos; ya su nombre se había derretido en mi lengua.

Tal vez por eso la llamé. Siempre deseé poseer su carne y su espíritu; siempre quise sentir su dulce beso y su piel bajo mis uñas. Ahora todo era diferente: podía entrar en su mente y leer su espíritu, lo cual hice, nuevamente, mientras la miraba a los ojos.

Verónica sabía lo que yo estaba haciendo, mas no se resistió. Todo lo contrario, me abrió su interior y me mostró sus más íntimos secretos, sus fantasías y sus delirios. Desbordó toda su pasión en un pensamiento que estremeció mi cuerpo. Se acercó a mí, y tomó mis manos heladas, acarició mi rostro muerto, y siguió perdida en mi mirada. Era ella, ahora, quien trataba de buscar en mi alma, pero su condición humana no se lo permitía.

“¿Qué te ha pasado? ¿En qué te has convertido? ¿Qué eres?” – susurraban sus labios, ahora, con un poco de miedo.

Yo estaba ahí, sólo repitiendo su nombre en mi pensamiento. Mis labios eran incapaces de moverse. De la misma manera en que había puesto mi nombre en sus labios antes, susurré en su mente:

Verónica, hace tiempo que mi alma clama por la tuya. Hace tiempo que mi boca delira por tu piel, y mis manos por tu beso. Acércate a mí, y regálame tu hálito. Déjame beber del cáliz de tu cuerpo, y bebe del mío, para así culminar esta desesperación y comenzar una aventura. Vamos a convertirnos en una historia sin comienzo ni final, porque así es mi deseo por ti, infinito.

Ella parecía saber en qué consistía el ritual. Era lo único que los libros y el cine habían logrado reconstruir de la manera más fiel.

Se acercó aún más a mí, soltó su cabellera, y me besó. Aquel beso duró más de una vida, y fue, en ese momento, que se desbordó toda mi pasión. Ella cortó accidentalmente su lengua con mis colmillos, permitiéndome saborear esa sangre, tan llena de pasión y de vida, que circulaba sus venas. Un suspiro y mil gemidos escaparon de mi boca. Un escalofrío recorrió su delicada piel. Mordí mis labios, para que ella también pudiera saborear mi sangre. Al hacerlo, enloqueció apasionadamente. Ahora ella gemía.

Nos habíamos deslizado de sombra en sombra, hasta llegar a un lugar completamente desolado, lejos del teatro. Nuestros labios estaban llenos de una misma sangre; bebíamos de la copa que formaba nuestro besar.

En medio de ese remolino de emociones y caricias, deslicé mi boca desde sus labios hasta su cuello, y clavé mis colmillos de la manera más sutil, ella sintiendo el más delicioso dolor. Dejó escapar un suspiro, y otro escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza.

Sus manos encontraron las mías, y con sus uñas desgarró la piel de mi muñeca, derramando mi sangre con la promesa de una vida eterna.

Toma, bebe mi sangre, y sé eterna en tu amor por mí. Eterno soy en mi amor por ti.

Acercó mi brazo a su boca, y bebió. Mientras yo bebía de su cuello, ella bebía de mi muñeca, formando un circuito de vida mortal y vida eterna. Sentía sus senos contra mi pecho. Mi sexo se erguía, lleno de su sangre. Ambos éramos inmortales en nuestro deseo.

Mis manos descendían hasta sus piernas, se deslizaban sobre su piel, jugaban con su cabello, con su vestido, y con la brisa que acariciaba mis dedos y su espalda.

Mis besos viajaron desde sus labios hasta su pecho, desde su pecho hasta su vientre, desde su vientre hasta su pubis. Ella, con una mano, acariciaba mi cabello, y con la otra, mi espalda, ahora caliente porque su vida nutría mi cuerpo.

Mis labios se enmarañaban en su sexo. Mi lengua saboreaba el dulce néctar de su interior. Mi alma escalaba sus piernas temblorosas, se ahogaba en un suspiro al besar su cintura blanca, y renacía en el dulce de su sangre, que bañaba nuestros cuerpos.

Ella rasgaba mi pecho y mi espalda. Yo clavaba mis uñas en sus muñecas, y bebía aquel vino, que chispeaba dulce en mi boca.

En aquel momento, nuestros cuerpos estaban cubiertos por los vestigios de nuestra ropa. Eran, sólo, trozos de tela tintos y húmedos con el rocío de la noche y de nuestro líquido vital.

Yo estaba agotado por la sangre que había perdido. Verónica, aunque había perdido más que yo, había cobrado una nueva fuerza sobrenatural — poseía el vigor de inmortalidad.

Ahora ella bebía de mi cuerpo, de las heridas que tenía en mi pecho y mi espalda, mientras mi sexo buscaba más sentido en su interior. Entre suspiros y gemidos corrían nuestras almas, dándole significado a esa muerte inmortal que ambos estábamos compartiendo en ese momento.

Nuestro éctasis culminó con la amenaza de la luz del alba, en esta primera noche de la aventura de nuestra nueva existencia. Estaríamos, ahora, juntos en un para siempre, a escondidas del Sol, durante todas las noches de la eternidad.

Esa noche murió el cielo. Las almas caían felices a la Tierra, donde pueden sentir, nuevamente, el delirio terrenal.

“ ‘Love?’ I asked. ‘There was love between you and the vampire who made you?’ I leaned forward.

“ ‘Yes,’ he said. ‘A love so strong that he couldn’t allow me to grow old and die. A love that waited patiently until I was strong enough to be born to darkness.’ ”

Fragmento de Interview with the Vampire,
escrito por Anne Rice.

Caminamos rápidamente cerca del teatro, el cual estaba ahora, completamente vacío.

La lluvia, que golpeaba impetuosamente las aceras de aquellos oscuros callejones y humedecía nuestros cuerpos, era la única compañía que teníamos. Nos movíamos tan rápido, que de alguien haber estado en las cercanías, no hubiera podido vernos. Bailábamos al unísono con las sombras.

Nos detuvimos frente a una ventana, la cual estaba iluminada por la luz tenue que ofrecían unas velas. Verónica se acercó y observó sus manos y el reflejo de su rostro en el cristal. El color rosa que habitaba sus palmas y sus mejillas había desaparecido, al igual que la vida como la había conocido hasta ese momento. Poco a poco, se le hacían visibles los colores imposibles de capturar por los ojos mortales. Poco a poco, comenzaba a escuchar los lamentos de las almas. Poco a poco, crecían unos colmillos afilados dentro de su boca.

“¡Qué eres! ¡Qué soy! Mis manos se han vuelto pálidas como la muerte, pero puedo respirar, ver y sentir. ¡Qué es este frío!” — gritaba Verónica, horrorizada y sorprendida — “¡En qué me has convertido!”

Le contesté, esta vez utilizando esa voz, tan natural para los humanos, pero tan olvidada para mí:

“Eres ahora quien siente la pena que acosa las almas, quien escucha el crujir y caer de los pétalos de una rosa. Eres, ahora, una con la noche. También quien le brinda la muerte súbita o la vida eterna a la existencia perecedera.”

“El frío que sientes es la sangre muerta que ahora circula por tus venas, y la nueva vida que estas adoptando. La vida que Dios una vez te brindó te está abandonando; al mismo tiempo, la que yo acabo de soplar en tu corazón sostiene tu alma y alimenta tu cuerpo, y así será hasta el final de tus días, el cual, tal vez, nunca verás.”

“Sé que esto puede parecerte sinsentido. Lo único que puedo asegurarte es que eres Vampiro en la eternidad, y eterna eres en mi amor.”