1975
El Plymouth Cricket azul frenó, y si no llega a ser porque ambos se encontraban en uso de su cinturón de seguridad, hubieran atravesado el parabrisas con sus rostros.
Justo al frente, un carruaje cargado sobre los hombros de decenas de huestes celestiales huía mudo, y a toda velocidad, hacia el cielo: eran ángeles de distintos colores elevándose de la Tierra con velocidad divina.
Como acto seguido, un terremoto sacudió el automóvil de la pareja. Fue el impacto de otro conductor boquiabierto por el espectáculo que acababa de presenciar.
Nuevamente, aquel cinturón de seguridad les salvó de cualquier evento lamentable: desde complicaciones en el embarazo de mi madre, hasta de la muerte misma. El único daño recibido fue una abolladura en la defensa.
1979
Miré hacia el lado, y un destello de luz me cegó. Era el reflejo de una cruz que mamá había colgado de la pared, para que me ofreciera protección contra los malos espíritus.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…
Pero seguía ahí, aquel Cristo de plastico animado mirándome fijamente, con sus manos haciendo gestos para que me acercara.
Cubrí mi cara con las sábanas, pero el resplandor era tal, que las atravesaba sin dificultad. Distinguía su piel pálida y sus ojos vacíos, como cuencas sin vida de una calavera.
— “¡Mamá!”, grité desde la profundidad de mis pulmones.
Ella llegó en una fracción de minuto, para apaciguar mi miedo ante aquella aterradora visión. Al encender la luz, la habitación se mostró en calma, con aquel Jesús siempre pacífico y dispuesto a vigilar mi sueño.
— “Calma, fue una pesadilla”, me decía con su dulce voz. Y con los ojos llenos de lágrimas, volví a dormir.
1983
Salí a buscar un vaso de agua a la nevera, pero me distrajo un movimiento que divisé por la ventana, que permitía vista al patio, en la parte de atrás de la casa. Caminé hacia la sala para poder ver mejor.
Coloqué el vaso de agua sobre una mesita que había junto a una pared, y mi boca se abrió, estupefacto. Era un disco con luces de múltiples colores, como salido de una película de ciencia ficción.
— “Estoy soñando”, me repetía en voz baja. Lentamente, perdí el control de mi cuerpo, y no me podía mover. Trataba de gritar, pero las letras colgaban mudas de mis pulmones.
Entonces, súbitamente y de un salto, desperté en mi cama, y arropado hasta el cuello.
1984
De madrugada, me despertó la sensación de ser observado. Cuando abrí los ojos, estaba ahí parado este ente blanco e iridiscente, de ojos gigantes, oscuros y profundos. Su boca era una pequeña línea en su pequeña mandíbula. Su rostro no tenía expresión alguna. Sólo me miraba, casi hasta con un aire de ternura.
Nos observamos unos instantes. Su gran cabeza asemejaba al fantasma Gasparín. Además, al igual que un espectro, parecía flotar sobre los pies de mi cama, y aparentaba no tener extremidades.
Grité, pidiendo ayuda, y debo haber despertado a la mitad del vecindario. Llegó mi madre, encendió la luz del cuarto, y se quedó conmigo en lo que recobraba el sueño.
1996
Entre risas y caricias, y ocultos tras unos vidrios empañados, nos besábamos y conversábamos en mi Corolla del ’93. No era la primera vez que iba ahí, aquella playa vacía era uno de mis lugares favoritos. Nuestra compañía eran la arena, el Océano Atlántico, la luna, y una multitud de estrellas, que bailaban sólo para nosotros.
— “¡Mira mi cielo, estrellas fugaces!”
— “Parece que es una lluvia de estrellas. ¡Wow, mira que muchas!”
Pasaron los minutos, y aquel espectáculo se intensificó, con una peculiaridad: aquellas estrellas no surcaban el cielo como meteoritos, sino que formaban patrones geométricos. Se desplazaban en línea recta, formando triángulos y cuadrados imaginarios. Estos movimientos asemejaban una maniobra militar de la fuerza aérea. Gradualmente, puedo estimar que decenas de esas luces aparecieron en el cielo, no sobre nosotros, pero a lo lejos, sobre el mar, y parecían sumergirse, y regresar al cielo.
Parecía un hormiguero de cabezas de alfiler marchando sobre un pedazo de tela negro. Y así mismo como comenzó aquella insólita visión, culminó en segundos.
— “Si le contamos a alguien, no nos va a creer, así es que ya sabes, no viste nada hoy.”
1998
Abrí mis ojos en medio de la clara oscuridad de mi habitación, y lo miré a sus profundos ojos negros. Vestía plateado, y estaba ahí, observándome tranquilamente, como quien observa una cebra en un zoológico.
Sus facciones grisáceas eran familiares, debo haberlas visto en cientos de imágenes a través del Internet y en el cine. Con delicados gestos, movía su enorme cabeza de lado a lado, y miraba un reloj de muñeca.
Traté de avisar a mi esposa, quién dormía a mi lado, pero no me pude mover ni hablar. Las palpitaciones de mi pecho rugían como una fiera atrapada en mi pecho. Sentía como el sudor bañaba mi frente y mi almohada. Pensé en un momento que iba a morir.
En un pestañear, ya mi cuerpo estaba libre, y aquel hombrecillo no invitado ya no estaba. Y de un salto, encendí la luz.
— “¡Apaga la luz!”, me dijo ella.
— “Dame un minuto, que acabo de tener una pesadilla.”
1998
— “¡Giancarlos!”, grité frente su casa, como cuando tenía doce años.
— “¡Gian!, pero nadie contestaba.
Me percaté que no había viento, ni pájaros silbando, ni el vecino lavando su carro, ni se escuchaban las típicas peleas matutinas dentro de las casas. Sólo había unas hojas en el suelo, que cayeron de aquel árbol gigantesco que estaba frente a su casa hacía mas de cuarenta años. Y cuando me acerco a tomar algunas en mis manos, un brazo delgado abrazó mi cuerpo, y otra mano gris tapó mi boca. Con una voz áfona, como pronunciada con el alma, me dijo: No tengas miedo.
Como acto seguido, desperté.
Busqué a mi esposa entre la tenue claridad del amanecer, y al encontrarla, vi como se encontraba tranquila, en la seguridad de su modorra. La abracé, e intenté descansar un poco más sin ningún éxito. El fuerte latir de mi corazón, al igual que la noche anterior, no me permitió conciliar nuevamente el sueño.
2009
Un zumbido metálico interrumpió mi descanso.
Una y cuarto de la madrugada. Y como acto seguido, se activó la alarma de la sala, y luego, todas.
Tomé un bate de beisbol que guardo bajo la cama, cuando sonó el teléfono.
— “Hemos recibido una alerta de escalamiento proveniente del sensor de seguridad de la puerta trasera, otra del sensor de movimiento de la sala, luego del sensor cuatro, del pasillo. ¿Se encuentra bien?”
— “Si.”
— “¿Contraseña por favor?”
— “Claroscuro. Pero no te vayas, déjame revisar la casa.”
Caminé habitación por habitación, y no había ninguna señal que alguien pudiera haber entrado a mi propiedad. Encendí todas las luces, me asomé al patio y a la calle: Nada.
— “Todo está bien, gracias.”
2010
Me encontraba fumando un cigarrillo en el balcón de mi oficina, cuando pude divisar sobre unas residencias a lo lejos, un globo anaranjado que subía y bajaba.
Pensé que era algún tipo de aerostato, un helicóptero, o una estrella fugaz, pero se movía demasiado rápido.
Y así mismo como lo ví, se elevó hacia el cielo abierto, y desapareció. Immediatamente, tomé el teléfono.
— “Victoria, no me vas a creer lo que acabo de ver…”
2022
Abrí los ojos.
Una figura oscura e indescifrable cruza su mirada con la de mi cuerpo inmóvil y somnoliento. Sólo podía distinguir su silueta, que alcanzaba casi el techo de mi habitación.
El terror no me permitió moverme, más allá de los pequeños saltos que daba mi cuerpo con cada latido de mi pecho. Luego de algunos segundos, alcancé fuerzas para volver a cerrar los ojos.
De regreso a la penumbra.