Buscando La Mujer Perfecta

En aquella quimera, nos encontrábamos en la marquesina de mi casa, yo tendría entre los siete u ocho años de edad. Ella llevaba un gorro verde, y su cabello amarrado caía a media espalda. Vestía de manera militar, con una camiseta crema y unos pantalones de camuflaje. Su piel era cobriza, como la mía, y tenía una mirada dulce. Me enamoré de aquella fantasía, y aunque no conocia su nombre, la llamé “la chica de mis sueños”.

Aunque el rostro de aquella jovencita se fue borrando con el tiempo, renacía en otros nombres. Fueron aquellos amores platónicos escolares quienes le prestaron sus facciones y le dieron sus nombres.

Solía vivir en este cándido mundo de fantasía enamoradiza, sin pretensiones, pero también, imposible de vivir. La verdad era: ¿A quién le importan los sueños de un niño, y más cuando son amores ilusos? ¿Qué sabe un niño de estos temas? En esos años nacieron mis primeros versos, rústicos, pero sinceros.

Recuerdo mi primer beso. Fue con una jovencita quien, casualmente, fue quien me dijo el primer “te amo”. Tendríamos aproximadamente catorce años. Todo fue un increíble idilio telefónico, el cual duró meses.

Un día le prometí que cuando la viera, le daría el beso más rico que le habían dado hasta el momento. ¡Qué sabía yo de besos, si toda mi práctica había sido besando mi propia mano! Sin importar cualquier impresión que fuera a causar, la besé cuando la vi. Pese a mi inexperiencia, puedo acertar que fue uno de los mejores besos que jamás haya dado. No por lo diestro en el arte de besar, o lo deseable que fuéramos el uno o la otra, sino porque era el primero. Era aquel momento que había esperado por tanto tiempo. Pero Eduardo no podía sacar de su cabeza la perfección de aquella jovencita que había soñado hacía años, así es que decidió continuar con esa búsqueda.

Más allá de mi primer beso, como puedo olvidar la primera vez que hice el amor. Antes, había tenido varios encuentros del “Tercer Tipo”, pero esto fue casi mágico, por lo menos, para mí. Cabe la posibilidad que el tiempo transcurrido realmente haya sido menor al que yo recuerdo, pero sin lugar a dudas, fue el suficiente para permanecer en cavilaciones durante años. A ella nunca le dije que fue mi primera vez., pero qué más daba. Desde el comienzo de mi relación con ella, sabía que su culminación era inminente. Era un amor con demasiadas condiciones, y me escapé.

Durante mis años universitarios, hubo demasiados rostros distintos, algunos de los cuales ya no tienen ni nombre. La “chica de mis sueños” había perdido su esencia. Los pantalones militares se cambiaron por jeans cortos, cuerpos bañados de pétalos de rosa, chocolate y crema batida, y sexo en todo tipo de lugar, concurrido o vacío. Debo admitir que fue una época muy divertida, aunque muy desenfocada.

Me detengo aquí. Espero que no me juzguen las desafortunadas a quienes descorazoné con mis cosas, mis manías, infidelidades o mis exigencias vanas, ridículamente colmadas de falta de madurez. Todo fue parte de un complot entre mi imaginación, y la búsqueda de aquel animal mítico, a quién busqué tanto, y nunca encontré.

La perfección de la mujer existe sólo en los ojos que la logran ver. Es algo que no radica ni en la piel, ni en el deseo. Dónde único vive ese amor cándido es en los sueños de infancia. Las tan afamadas “almas gemelas” no existen, sólo son alimento de nuestra imaginación ilusa.

¿Pesimismo? Para nada. Lo que hago es sólo racionalizar estas nociones. Alguien es tan perfecto como tu pensar lo permita. Dicho esto, planteo un problema, pero también una solución.

Lo único que podemos hacer para sobreponernos a esta limitación humana es aprender a vivir el momento, el día a día. Es, en lo cotidiano, que encontramos a personas con características admirables que despiertan esa atracción irresistible, y finalmente, nos llevan a sentirnos inexorablemente enamorados.

Cuando hayamos logrado esto, teniendo en cuenta que nadie es cien por ciento lo que uno espera, y que los individuos son dueños de su mente singular, sujeta a cambios, es que habremos encontrado a esa mujer perfecta que soñamos cuando niños.

Soñando Con Pájaros

Tuve un sueño de lo más extraño.

Estábamos caminando – tú y yo – por la orilla de una playa desconocida, aunque era en Puerto Rico. Te señalé un islote que estaba al lado de una plataforma petrolera, y te dije que ese islote se llamaba “Isla”, porque la compañía petrolera de la plataforma tenía ese nombre. El pedazo de tierra estaba cubierto por unas nubes, y una intensa lluvia.

Mientras andábamos y conversábamos, nos encontramos con un tumulto de gente mirando un hoyo en la arena, de algunos cuatro o cinco pies de profundidad. Aquí se encontraban un cubo de plástico, y tres pájaros moribundos: dos reinitas y un chango. También el mar había logrado su acceso, y estaba inundando lentamente este espacio. Los pájaros se iban moviendo, y se ayudaban entre si, moviéndose a lugares más altos.

Repentinamente, volaron rápidamente sobre las cabezas de la muchedumbre, hacia cielo abierto.

En ese momento, desperté.

Te Hice Grande

Reconozco que te he agigantado
en mi mente, en mi sueño alado
con fantasías que llevo en mi costado
son mentiras que mi mente ha creado.

Te imaginé amorosa y callada
te pensé como en cuentos de hada
claro, si tu despedida me ha dejado con nada
sin conocerte, como canción olvidada.

A veces pretendo ignorarte
aunque sólo quiera acurrucarte
robar tus besos en un instante
son espejismos guardados en un estante.

Te hice grande con gestas y gestos
perdona si insisto, perdona si molesto
es que no me acostumbro a sentir esto
eres esta espina que llevo por dentro.

Te fuiste, furtiva y desconocida
sin llegar, observé tu partida
tu cuerpo esquivo se fue a la huida
dejando mi curiosidad completamente rendida.

Soñando con Gloria

Me abría paso entre la espesa multitud que se formaba frente a La Confiserie. A lo lejos se escuchaban las sirenas de la policía. Sobre mi cabeza se observaba un lánguido atardecer y las lámparas de la calle.

— “¡Déjenla respirar!”, gritaba uno.

— “¡Pero si no respira, no hay pulso!”, gritaba el otro.

Primero vi unas muletas en el suelo. Mi corazón se aceleraba. Luego vi su cuerpo inerte, con una aureola roja, que crecía coronando sus bellos cabellos miel.

Buscaba mi voz, pero no la encontré. Buscaba mi vida, pero huyó, para nunca regresar.

Realmente esto era todo un experimento. ¿Un triatlón? Y menos con mi increíble condición física.

Era un poco de correr bicicleta, un poco correr a pie, y un corto nado en la piscina. No era tampoco algo muy exigente. Aunque no gané, no hice mal tiempo, lo cual le dio el puntaje necesario a mi equipo para ganar la competencia. Todo este evento era un increíble cliché, encajonando para esta pequeña isla tropical caribeña, dónde no era bueno vivir, pero si divertirse.

Humillante para mí, quien tampoco ganó la carrera, pero me ganó a mí, fue una muchacha coja. Gloria, se llamaba. Tenía una sonrisa simpática, un cuerpo delgado, pero no precisamente atlético, ojos un poco grandes para su rostro, y una piel excesivamente blanca, como la de un fantasma, muy en contraste con mi naturaleza mediterránea. Lo que despertó mi interés en ella fue que me hubiera estado mirando tanto luego de la competencia, así es que me acerqué y le platiqué un rato.

— “¿Sabes que ganaste porque te dejé, verdad?”

— “What? I didn’t win! I just beat you, and you were one of the last.”

— “Como quiera, los tiempos no estuvieron malos. Digo, eso dicen. Yo no sé nada de esto. Yo sólo nadé y corrí.”

— “Pues estuvo patético”, Y se sonrió. Yo sé que había un click por algún lado.

— “Voy a la barra a buscar un poco de gasolina. ¿Te compro un trago? ”

— “Alright: Bourbon with Coke.”

— “Coño, tu bebes como hombre.”

Cuando regresé con los tragos, me estaba esperando al borde de la piscina, donde continuamos hablando durante varias horas y varias copas.

A medida que se iba acercando la noche, el alcohol se convirtió en atrevimiento, y la besé. Ella me correspondió dulcemente. No fue el beso apasionado que vemos en las películas, fue un beso simple, corto, con el cual saboreé sus labios. Luego, su lengua. No tengo que explicar que la pasamos muy bien.

Ya era hora de despedirse, y decidimos escaparnos a su habitación. Los cuartos del hotel dónde nos quedábamos no eran suntuosos, más bien, eran pequeños y simples, evocando un ambiente rústico. Abrías la puerta, y ahí estaba la cama, que no era muy grande. Había una pequeña mesa adornada con flores, y un cuadro completamente genérico que mostraba una playa pintada.

No perdimos tiempo, y nos desnudamos el uno al otro, mientras mordíamos nuestros labios. La levanté del suelo y la lancé bruscamente a la cama, y me abalancé sobre ella a hacerle cosquillas en la cintura con mi lengua. Las risas se fueron convirtiendo en suspiros, a medida que recorría su cuerpo con mi boca. Y esos suspiros húmedos se evaporaron, cuando se abrió la puerta, mostrando dos figuras de vestimenta formal.

Creo que el tiempo se congeló, deben haber pasado como cinco minutos, y no podía moverme. Cuando recuperé el aliento, me di cuenta que Gloria nos había arropado con un edredón.

Eran sus padres, quienes dieron media vuelta y salieron de la habitación. Ella me dijo que no tenía idea que llegarían allí, aunque sabía que tenían copia de las llaves del cuarto, porque ellos fueron quienes lo habían reservado inicialmente.

Nos vestimos y los invitamos a la habitación. Su madre entró, y su padre me haló de un brazo, hacia el pasillo.

— “¿Who the fuck are you, jodido perla de mierda?”

La verdad es que no sabía que contestar, no había pensado en el estatus de nuestra relación.

— “Yo soy Eduardo, amigo de Gloria.”

— “No jodas. Clase de amigo, ah. ¿Sabías que veníamos a buscarla hoy para su operación mañana? Sacando ventaja de su condición, eres tremendo maricón, y te voy a joder.”

Me agarró de la camisa y me lanzó contra la pared de aquel largo corredor. Las puertas del resto de las habitaciones estaban cerradas: claro, estaban todos disfrutando del sol y la playa. Gloria y yo habíamos estado disfrutando de nuestros cuerpos.

— “¡Déjalo papá! ¡Él no sabe nada! ¡Por qué le dijiste!” — Gritaba Gloria, con una voz temblorosa que jamás había escuchado, en legua española, matizada con ese acento estadounidense.

Repentinamente, me sentí fuera de la conversación, totalmente ajeno a este gran secreto, que sabían todos menos yo.

— “¿De qué hablan? Gloria…”

Aquel hombre, mucho más grande que yo, comenzó a llorar. Sus lágrimas se mezclaban con su ancho bigote, y me soltó. Ana, su esposa, se acercó y lo abrazó.

— “A Gloria le operan su pierna mañana. No hay remedio, la pierde. La infección no se detiene.”

El tiempo se detuvo nuevamente. O sea, Gloria cojeaba porque su pierna estaba dañada, pero no sabía que a ese extremo. Cuando la acariciaba, la sentía un poco fría, pero jamás pensé que se debía a algo similar. Se veía completamente normal, blanca, como el resto de su cuerpo, su cintura, y sus senos. Durante el tiempo que pasamos juntos en aquel paraíso, bailamos, bebimos, y disfrutamos de las excursiones, de la playa, como si fuéramos una pareja con veinte años de historia, sin secretos. Pero esto era algo completamente nuevo para mí.

Recuerdo que le pregunté a que se debía su claudicación, y sólo me dijo que era una infección “del tipo que no se contagia. No te preocupes, no me duele, no me molesta. Sólo, que no tengo mucha sensación en la pierna. That’s it.” Aparentemente, that was not it.

El crujir metálico de los tanques de guerra alemanes era inconfundible, junto a su respiración de vapor y su olor a aceite quemado. Los escuchaba acercarse, mientras yo esperaba para unirme a la tropa. Todo en Mauthausen estaba tranquilo. La gente caminaba por el poblado como si la guerra no estuviera cerca, aunque a veces la sangre se podía oler en el viento.

Al llegar la tarde, me dirigí al apartamento. Cuando abrí la puerta, todo estaba extrañamente oscuro, y faltaba el delicioso perfume de mi amada, con el cual me recibía a diario.

Entonces, escuché el sonido que hace la tela cuando se desgarra, y corrí en su dirección desenfundando mi Luger. Abrí la puerta, y ahí estaba aquel gigante rubio, barbudo, y hediento sobre el cuerpo blanco de Gloria. La prótesis de su pierna estaba a un lado, las muletas a otro, y su cara estaba llena de sangre. Definitivamente yo fui una visita inesperada: la cara de asombro de aquel hombre no necesitaba palabras. Sin pensarlo dos veces, hice un certero disparo en su cabeza.

En ese instante, entró la policía, junto a un hombre que había visto antes en pancartas cerca del teatro. Su nombre era Ricardo Gil, un famoso cantante de ópera, y me dijo en perfecto español, el cual era raro escuchar en aquellos lares: “¡Mataste a mi hermano!” Y se abalanzó sobre él, cuyo cuerpo yacía al lado de Gloria.

Yo me acerqué a mi querida, quien estaba muy maltrecha.

— “This man just followed me here. I don’t know what really happened. He came in and beat me, took out my leg, and tried to rape me, but I didn’t let him. I ate his ear. Then you shot him dead.”

Justo dijo estas palabras, y se desmayó.

— “¡Hijo de puta, mataste a mi hermano! Yo lo iba siguiendo e íbamos a entrar, cuando escuchamos el disparo. Él tenía ciertos problemas, pero no era malo. ¡Mataste a mi hermano, maldita seas, y ahora estoy solo!”, gritaba Gil.

Levanté a Gloria del suelo, la cargué en mis brazos, la dejé en nuestro cuarto, y regresé al baño, dónde yacía el hermano del cantante. La policía no hizo preguntas en aquel momento, era obvio lo que había ocurrido ahí. Entre todos cargaron el cuerpo de aquel individuo, y se fueron, no sin antes decirme que me visitarían luego para hablar acerca de lo sucedido.

— “Gute Nacht.”

Todo el planeta huele a vapor. Todos los lugares están rodeados por ductos de bronce. Hasta el frío era distribuido con vapor. A veces pensaba que tanta humedad era nauseabunda, pero por otro lado, ¿dónde estaríamos si no fuera por esta maravillosa tecnología?

Ahora el vapor impregnaba el tren en dirección a Toulouse.

— “El médico me dijo que la infección estaba en la otra pierna, y que la iba a perder.”

Quedé atónito. Tantos años juntos, y todavía aquel demonio circulaba su sangre. Ella lucía llorosa, pero resignada. Ella me hablaba, mientras tocaba aquella pierna mecánica, que llevaba al lado izquierdo de su cuerpo.

— “Sabes que te amo. Amo cada centímetro de tu cuerpo, de tu alma. Si es lo que hay que hacer, voy a estar aquí para ti. Mientras cargues esa mirada preciosa, y ese corazón cálido, te voy a amar.”

— “Come, I want to show you something…”, dijo, con aquella sonrisa traviesa que la caracterizaba.

Caminamos hacia un vagón que transportaba leña, y se encontraba apartado del ojo humano. Era como un laberinto de madera, tenue, pero intrigante. Con sus ojos depositados en los míos, y con súbito, pero sensual movimiento, acarició mi sexo por encima del pantalón.

— “Gloria…”

— “You are my man, my first and only gentleman. I don’t know any better, or worse. And I love you, and I don’t need anything else”, susurró a mi oído.

— “Shut up, and fuck me, just like you used to when we were teenagers. Fuck my wetness, and lick it, like only you know how to.”

Puse mi mano bajo su falda, y sentí su calor. La besé violentamente. Me sentía como un ladrón robando el secreto de la vida. Y descendimos, poco a poco, ocultos entre madera y oscuridad.

Eran aproximadamente las cuatro de la madrugada, y la sala de mi antigua casa de Berlín estaba iluminada muy tenuemente.

Mi abuela estaba sentada en el sofá como de costumbre, y yo, un niño aún, fui a sentarme en su falda.

Me miró de manera seria: ¡Gloria es una puta! Asumo que lo dijo con su mirada, porque nunca movió los labios.

Levante mi cuerpo adulto de su regazo, y le di una bofetada, pero fuerte, como se la daría a un hombre. Ella cerró sus ojos lentamente, y volvió a mirarme, llorosa. Yo la abracé, y ella se volvió polvo.

— “Perdón, abuela”, dije llorando yo también. “La amo desde el primer día que la tuve entre mis brazos. El hombre que maté trató de violarla. ¡Yo le creo abuela! ¡Yo le creo!”

“Esta infección se encuentra en su punto de máximo desarrollo, Gloria, no hay más nada que podamos hacer. Ve a tu casa, prepara la cena para tu marido, ámalo y cuéntale.”

Llorosa, se fue a casa a esperarme. Al menos, eso me contó el médico semanas después.

— “Eduardo, let’s get married and have children. We’ve wandered through half the world, and we have never been married.”

— “¿Pero, para qué? Llevamos más de seis años juntos. A quién le importa eso del matrimonio. Total, todos piensan que estamos casados.”

— “Yes, but God knows…”

— “Dios no existe.”

— “How can you tell?”

— “Tú sabes el cuento de cómo el Emperador Romano Constantino regó la voz acerca del Cristianismo. Si no hubiera sido por él, creeríamos en Zeus ahora mismo, y le llevaríamos uvas a Dionisio.”

— “Baby, forget about the Bible. God lives inside us, and he’s watching us. The one thing that is sacred to God is love. Let’s get married in front of him, and have an enormous family.”

— “¡Basta de estupideces! ¿Para qué quiero traer hijos a este mundo tan cruel, lleno de guerra y maldad?”

Di media vuelta, y me dirigí a la puerta.

— “Baby, I’m dying…”

— “We all are”, constesté, y me fuí.

Caminé por el pueblo durante horas, y recordé que Gloria había ido al médico un poco más temprano. Un extraño pensamiento me invadió la cabeza. ¿Sería que aquella infección infernal por fin estaría acabando con ella? Mi terquedad había nublado mi razón.

Regresé a casa, había atardecido, pero ella ya no se encontraba ahí. Una vecina me dijo que la había visto caminando hacia la dulcería del pueblo, y hacia allá me dirigí.

A lo lejos, escuché un trueno, y vi cómo se arremolinaba un tumulto frente a La Confiserie. Corrí, y empujé la gente, y ahí estaba ella, en el suelo. Había sangre en todo el suelo, y ahora en mis manos. Volteé, lloroso, y no podía creer lo que veían mis ojos: el famoso español Ricardo Gil, se alejaba lentamente de aquel lugar.

Volví a empujar a la gente, pero ahora la multitud era más densa, y como magia, el cantante desapareció frente a mis ojos.

La mañana era muy clara, y su luz me despertó. No había sangre, ni multitud, ni disparos: sólo estaba yo envuelto en mis sábanas, lloroso, sufriendo en mi vigilia por un sueño.

Fue interesante, nunca he estado ni en Francia, ni en Alemania, pero fue todo demasiado real. Tenía el sabor de Gloria en los labios, o al menos, esa impresión tenía. Su perfume también parecía reposar suavemente en mi respiración.

Me levanté de la cama, y caminé hacia el comedor. Tomé el lápiz y el bloque de papel que estaban ahí cerca, me senté, y comencé a escribir.