“Hola” a los pocos que se den la vuelta por aquí. Mi nombre es Eduardo, como ya se habrán percatado. Lo dice por ahí, en algún lado. Ya mismo cumplo 35, o sea, que estoy más o menos en el ombligo de mi vida. A la vista de muchos, parezco una persona común y corriente, a la de otros, tal vez un superhéroe español, y a los que viven conmigo, les debo dar la impresión que lo que me gusta es dormir.
La verdad es que soy un perezoso. No soy un vago. Es que, sencillamente, me gusta soñar. No necesariamente estar completamente dormido, sino dejarme ir, estar al borde de la vigilia y el sueño, e imaginar mil y una cosas disparatadas.
A veces, me sueño vampiro, alimentándome de los demás, con uñas de cristal, y colmillos afilados. Seduciendo con la mirada, con la violencia sutil que solamente esos entes nocturnos poseen.
Otras veces, me sueño quince años más joven, estudiando en la universidad aún. Sin muchas responsabilidades, con muchas fiestas, rodeado de amigos viejos, falsos y verdaderos, de alcohol y placeres de la piel.
Hace como diez años sueño con mi abuela muerta. No es nada inquietante. A veces, ella pasa por mi lado y mira. Otras, la sueño con las risas o los regaños de antaño. ¿Será que la extraño? Casi nunca pienso en ella, excepto cuando duermo, o cuando escribo.
Recuerdo una época cuando solía soñar con sexo constantemente. No era algo agobiante. Era cuando más feliz me levantaba a ir a trabajar, a estudiar, o, sencillamente, a vivir. Gracioso era que casi nunca sabía con quien estaba intercambiando mi aliento. Sólo me levantaba con este cosquilleo cotidiano en todo el cuerpo, con fuerzas renovadas para enfrentar mi día.
Cuando era pequeño, me encantaba relajarme hasta casi dormirme, sentir como el ritmo de mi respiración disminuía, escuchar los latidos de mi corazón, y mover los dedos. Cada minúsculo movimiento se sentía como si estuviera haciendo el más intenso ejercicio. No me extenuaba, pero podía sentir cada uno de los músculos involucrados en el gesto. De vez en cuando trato de evocar esa sensación, pero no tengo éxito. Tal vez, la candidez del antes hacía disfrutar esos pequeños placeres ocultos, libres de malicias y superficialidades.
Hace algunos meses, me acostaba a dormir, y sentía la sensación de no soñar nada. Por más que buscaba, no había nada ahí. Creo que fueron las peores noches de todas, sin descanso real, ni imaginación, sólo una aparente vigilia constante. Esto me causaba pavor. Sólo oscuridad y vacío, todo un día constante.
Increíblemente, existen personas quienes, por el contrario, tienen miedo a soñar. ¿Será que la perversidad de su interior los asusta? ¿Será que su falta de imaginación los aburre? ¿Serán pesadillas, malos amores, y vidas anteriores, que regresan en la oscuridad a acecharlos, como un tigre a su presa?
Una pesadilla no es otra cosa que tus sueños dejándote saber que estás vivo, que sientes y padeces. Te están jugando una broma, porque a veces pareciera que tienen mente propia. Pero es la tuya, así es que no hay miedo necesario, no hay perversidad que no esté ahí ya, ni vida pasada, mi mala acción.
Los sueños no se limitan por el cuerpo que habita, ni por su cerebro consciente, ni por su entorno inmediato. Muchas veces me he soñado pez, nadando sin respirar, o ave, observando a todos desde arriba. Una vez soñé que desaparecía, pero estaba ahí aún. ¿Cómo es eso posible?
Por eso me encanta dormir. Puedo vivir más de una vida, o vivir una, y verla a través de cien ojos diferentes. Pues, soy un holgazán entonces. Sin sueños, no soy ente, ni aquí, ni allá.
Me siento totalmente identificada con cada cosa que dices 😉 cuando era niña me encantaba el momento de irme a la cama y poder imaginar un montón de cosas. Me parecía que eran como otras vidas de las que sin duda también disfrutaba. Un saludo