Me encontraba escribiendo un ensayo acerca de “la corta memoria sociocultural del puertorriqueño”, cuando me di cuenta que la tierra que estaba arando era esteril.
Entre más enfatizaba la manera en la cual, paulatinamente, se nos roba nuestra identidad nacional, más me daba cuenta que nadie nos la roba: nosotros mismos la estamos dando en bandeja de plata, o más bien, intercambiando por un supuesto progreso económico. Enfatizo en lo “económico” porque es en el único plano en que nos estamos enriqueciendo, aparentemente.
No pienso perder el tiempo explicando todas las ventajas que tiene Gringolandía con este intercambio. Es completamente inútil, porque mis compatriotas están ciegos, y cambiaron la razón por el Cable TV, y su dignidad por los “cupones” y la Beca Pell.
Me siento inútil e inefectivo en mi discurso, y es una sensación completamente frustrante. Es una pena que los grandes ilustres de principios y mediados de siglo — Hostos, Betances, Arce De Vázquez, Albizu, y muchos más — hayan dejado su sangre en papel, y tan grandes discursos hayan quedado en el olvido. Así es que por este medio les comunico mi parecer, aunque no espero empatía de nadie. Sólo me cabe agradecerles el tiempo que perdieron leyendo mi fluir de conciencia, muy poco compartido por mis compañeros puertorriqueños.
Yo sí lo comparto.