Hace muchos miles de años nació el Puertorriqueño, cuando llegó la cultura Ortoiroide desde el Orinoco hasta nuestras tierras. Años después, llegaron los indios Arahuacos y los Saladoides, también de Sur América. Los estudios antropológicos muestran que, aunque eran razas pacíficas, dedicadas a la agricultura y a la artesanía, eran muy feroces al momento de defender sus tierras y su gente. Esta ascendencia se fusionó en quienes conocemos como Taínos.
Más o menos a mediados del milenio pasado puso pie en la Isla, para aquel entonces llamada Borikén, por accidente, el hombre Europeo Occidental. Notando el potencial económico de su importante hallazgo, regresó con miles más, y nos dejó su legado: quinientos años de régimen Español, durante el cual se cambió como veinte veces el nombre de la tierra conquistada, se exterminó la raza Taína, y se implementó una política esclavista y elitista, de la cual todavía sentimos las réplicas. Más de cinco mil años de antropología, ignorada y borrada en un abrir y cerrar de ojos.
El control de aquel Imperio fue culminado como consecuencia de la Guerra Hispanoamericana, sólo para ser reemplazado por el control de otro más grande y poderoso: Los Estados Unidos de América.
Grandes Puertorriqueños, cómo Hostos y De Diego, vieron esto con buenos ojos, porque pensaron, ilusamente, que este sería el primer paso para el reclamo de nuestra libertad nacional, pero vieron sus sueños de libertad pisoteados. El nuevo imperio, no sólo intentó borrar el ente puertorriqueño como pieza cultural, sino que aniquilaron en su totalidad cualquier movimiento social con reclamos hacia la autosuficiencia. Muchos de nuestros más importantes pensadores emigraron a otros países, al darse de frente con una muralla de piedra. ¿Cómo puedes defender sólo a un pueblo de su gigante opresor, cuando al pueblo no le interesa ser defendido?
Cuando el país estaba viviendo su propia versión de la Alta Edad Media, un puertorriqueño se levantó con deseos de erradicar el hambre y la pobreza: Este hombre se puso de pie, y su voz clamó por igualdad social. Y se paseó por todos los arrabales y barriadas. Y le ofreció al hombre pan, tierra y libertad. Y le ofreció a un pueblo en desventaja socioeconómica un pacto con el Dios Norteamericano. De ahí surgió el Estado Libre Asociado, y su padre fue Luis Muñoz Marín. Todavía hoy sentimos las repercusiones de este contrato fáustico – ni los cuentos de Don Abelardo, ni los reclamos de Albizu serían capaces de sacudir las mentes que, hasta el día de hoy, están enmarañadas con el fruto del Árbol del Bien y el Mal.
Hoy en día no nos falta nada, pensamos. Hemos alcanzado un nivel de progreso inigualable, envidiable por todos nuestros compañeros Antillanos. Tenemos televisores del tamaño de una pantalla de cine, y hasta el más pobre tiene un automóvil súper moderno, de esos que se deslizan por nuestras carreteras como plumas a merced del viento. Lo que se perdieron los Taínos – pensamos – que andaban por ahí jugando con piedras en el batey. O nuestros abuelos, que tenían que caminar con sus zapatos rotos y trapos a la iglesia – ahora puedes ver la Misa de Gallo por Internet. Hemos cambiado nuestros valores sociales y culturales por el poder adquisitivo que nos ofrece el progreso económico. ¿Es esto motivo de orgullo?
Cada día que pasa, perdemos más nuestra identidad. No conocemos a nuestros hombres ilustres, ni nuestra historia, pero si conocemos a los dos “Em Jays”: Michael Jackson y Michael Jordan, aunque nada malo tiene el conocer la historia estadounidense. De igual manera, es importante permearse con el conocimiento de la historia universal, obviamente, porque somos una sola especie humana, y no somos precisamente la cultura más vieja del planeta. Hacer un llamado a acoger esa mentalidad insularista es un grave error.
Por otro lado, permitir que nuestra identidad sociocultural se diluya es otro error, pero ese es nuestro legado tras más de setecientos años de coloniaje. Nos enseñan que la alienación de nuestras raíces es el elemento clave para ser par humano con la “Gran Corporación”, como le dicen algunos. Nosotros no necesitamos ser pares con nadie, pues tenemos grandes elementos que nos distinguen de los demás, pero se nos enseña a sentir vergüenza de nuestra personalidad puertorriqueña. Cada vez se toca menos Plena, y vemos menos artesanía autóctona, favoreciendo el producto extranjero, el cual se nos ha inculcado que es mejor.
Como señalé anteriormente, el conocimiento de una cultura que nos une a nivel universal no es el problema, el problema es la falta de reconocimiento de la local como una con igual o mayor validez dentro de nuestro marco histórico. Es increíble ver como nuestro Eugenio María de Hostos goza de reconocimiento y homenaje a través de toda América Latina. En el mundo se le reconoce como “El Ciudadano de las Américas”, y aquí lo relegamos a “el tipo ese que tiene un día de fiesta que no sé ni cual es”.
Don Pedro Albizu Campos, fue gran revolucionario puertorriqueño. Muchos lo recuerdan en mi Puerto Rico por ser un terrorista, un gritón, y por incitar a las masas a la subversión. Además, era Ingeniero Químico y Abogado, graduado de Harvard en ambas disciplinas, y dominaba con fluidez los idiomas español, inglés, francés, alemán, portugués, italiano, latín y griego. Este país está lleno de inmortales a quienes se nos fuerza a olvidar. Nos han convertido en un país sin logros, ni estrellas.
No sólo se nos enseña a tapar nuestras huellas, sino que también llevamos generaciones vendiendo, a precio demasiado barato, nuestros logros y nuestra libertad. ¿Hay dignidad en regalarle el sudor de tu frente y los callos de tus manos a un terrateniente malagradecido, a cambio de que te condicionen la forma en que tienes que vivir? En el amor a la progenitora hay dignidad, en el desprecio a la patria que sostiene a ambos, sencillamente no la hay. El trabajo dignifica, el ocio te condena. Y esperar que venga el más grande y te solucione los problemas que él mismo te causa, cuando a él le dé la gana, es sencillamente humillante. El puertorriqueño no debería suplicar por ayudas, ni por condiciones dignas de vida – como ser humano capaz, debe levantarse en sus propios pies y obtenerlo por sus propios méritos.
Esta es nuestra nación, aunque se nos haya restregado en la cara generación tras generación que somos un territorio sin identidad ni sabor. Puerto Rico tiene alma, y es esa del indio altivo que daba la vida por proteger su legado.