La única iluminación que existía en la discoteca provenía de aquellas luces intermitentes, las cuales provocaban que las decenas de almas que ahí se movían rítmicamente, se congelaran en el tiempo por una fracción de segundos. El conjunto de los sonidos selváticos exhalado por las bocinas, y el estruendo de las respiraciones extáticas de las almas que ahí se encontraban, nublaban mis sentidos. Tomé a mi compañera firmemente de la mano, y nos adentramos en la multitud. Cegados por el resplandor de la oscuridad, comenzamos a bailar, y, luego de más o menos veinte minutos, nuestro ánimo formaba parte de la gran orgía musical que allí tomaba lugar.
Al mirar a lo lejos, se podían distinguir los celajes de los cuerpos involucrados en un ritual sin inhibiciones, cuyos únicos testigos eran algunos ojos extraviados y la música que sacudía las extremidades de todos aquellos seres, de todos nosotros, hipnotizados por la luz irregular, embriagados por el alcohol, y entregados a la música de los tambores y las voces confusas de los sintetizadores. Se comenzaban a escuchar los gemidos del deseo, contagiosos y exuberantes. Yo simplemente apreciaba la belleza de quien bailaba exóticamente frente a mí. Desde que entramos a aquel lugar, nuestro interior se inundaba con pasiones ocultas y erotismo prohibido.
La sensualidad de los movimientos aumentaba, hasta que nos encontramos contra una pared que nos impedía escapar el uno del otro. Era un rincón oscuro, como el resto de la pista de baile. Nos besábamos, y acariciábamos nuestros cuerpos de la forma más exquisita. Nuestras lenguas vagaban erráticas dentro de nuestras bocas, que eran una, al igual que nuestros alientos. Sus manos jugaban y quitaban los botones de mi camisa; mis manos sentían sus senos fríos. Mi cuerpo se movía al ritmo de sus caderas; nuestros deseos se encontraban y bailaban, como danzaba la llama del fuego que llevaba en sus manos aquel que caminó por nuestro lado encendiéndo un cigarrillo.
Los latidos y las respiraciones se comenzaban a intensificar, nublando la atmósfera, opacando la música, la cual no era ya sino el deseo desesperado de nuestros cuerpos queriéndose sentir. Aunque no era posible ver claramente, podía sentir su mirada intensa clavándose en la mía.
Comencé a quitar los botones de su camisa, y mis besos bajaron de su boca a su cuello, de su cuello hasta sus hombros. Luego, besé sus senos delicados y un pequeño lunar que adornaba el espacio entre ellos. Podía sentir los escalofríos que recorrían su cuerpo, su piel erizada por mis besos y por frialdad de esta gruta.
Con cada movimiento nuestro, su falda, la cual era bastante corta, se levantaba cada vez más, revelando su ropa interior, cuyos encajes blancos se tornaban azul neón bajo las luces negras. A lo lejos, se escuchaban las respiraciones agitadas de la multitud, y se podían ver las expresiones congeladas en sus rostros. Sus encajes blancos se encontraban ahora en un bolsillo de mi pantalón.
Mis manos la instruían a entregarle su sexo a mi boca, la cual descendía lentamente, deslizándose por su cuerpo. La devoraba y acariciaba, mientras ella enredaba sus dedos en mi cabello, aproximándome contra su pubis. Saboreaba su delicioso néctar, mientras escuchaba como su respiración se transformaba en un gemido, y su vientre bailaba al ritmo de mi lengua. Entre más ella tiraba de mi cabello, mas intensas se volvían mis caricias. Mis manos y mi paladar disfrutaban de su humedad interior.
Su cuerpo comenzaba a temblar, sus gemidos se volvían entrecortados, y sus manos se volvían heladas en mi espalda. Con un gesto rápido, pero delicado, ella retiró mi boca de su cuerpo.
Con su sabor en mi boca, observaba como su piel resaltaba entre la oscuridad que la envolvía. La acerqué a mi pecho, y la abracé rozando su cuerpo con mi sexo erguido, contenido sólo por mi ropa. Ella acariciaba mi pecho con sus mejillas, mientras aquel roce, lento y rítmico, se volvía apasionado y desesperado. Sentíamos la multitud bajo nuestros pies, mientras nosotros continuábamos con nuestro propio baile.
Utilizando la pared para mantener nuestro equilibrio, envolvió con una de sus piernas mi cintura, mientras con sus manos liberaba el infierno que llevaba dentro de mi ropa, dirigiéndolo a su interior. Besando sus labios conocí su interior, explorando sus más íntimos secretos y profundidades. Entre más me adentraba en su cuerpo, más se intensificaba nuestro movimiento, y mas se elevaba el volumen de nuestro canto sordo.
Su otra pierna se abrazó a mi cuerpo también, mientras yo la sostenía por sus caderas. Ella, utilizaba mis hombros y la pared para impulsarse hacia mí, mientras yo me impulsaba hacia ella. Sentía su humedad bañando mis piernas y su sudor en mi pecho. Nuestros delirios se volvían uno, en una experiencia exquisita dónde no había tiempo, sólo sonidos sordos y nuestro baile erótico.
Al transcurrir los minutos, se aceleraba la métrica de nuestro ritmo, aumentaba el temblor de nuestras piernas, y se volvían mas intensos los gritos mudos susurrados en nuestros oídos. Nuestros ojos, llenos de éctasis, vagaban entre las miradas extraviadas e insospechadas de la gente.
En un último gemido, nuestros cuerpos temblorosos se deslizaron hasta al suelo. Nos miramos un rato, y mi boca no podía pronunciar ninguna palabra descifrable, me había quedado sin aliento. Ella rió, acarició mi cabello y besó mis labios. Junto a su respiración, la cual se encontraba un poco menos agitada que la mía, se escaparon algunas palabras poco inteligibles, pero era evidente la necesidad de llevar nuestra aventura prohibida a otro lugar. Sin vacilar, y con una sonrisa traviesa en nuestros labios, nos levantamos, caminamos entre la gente, y salimos de allí.