Hierro Sobre Papel

Soy el que esculpe la piedra
el que moldea el barro
el que dibuja sueños
en el mar o en el cielo
el que te lleva hasta el espacio
cualquier día, con mis textos.

A veces el que vuela,
otras, el que te eleva
pisando trastes sobre un lienzo
cavilando fantasías
pensando épicas poesías
para trazarlas con humildes
y menudas letras.

Soy derecho, y medio ciego
muestro mi rostro
en estos letreros
estantes para arañas y lagartijos
para los más
para los menos.

Quisiera escribir hasta morir
con mis letras extinguir
las pasiones mal fundadas
las confusiones y sus razones
darle a mi pueblo motivaciones
para querer vivir.

No quiero rezar por libertad
prefiero publicar un cuento real
dónde hay fuerzas para quebrar
estas cadenas, esclavistas del tema
ataduras muy poco sinceras
son sistemas y condenas ajenas.

Quisiera cantar de amor
pero mi voz no es la mejor
por eso mi obsequio
para usted, amado lector
son mis manos formando palabras
la hierba sobre la tierra.

Aunque mis causas no sean las tuyas
aunque mis gritos sean letras en fuga
aquí te ofrezco este testamento
dónde narro lo que hago y lo que anhelo
no mi mejor ni mi último intento
de llegarte a la cabeza e hincharte el pecho
con mi pluma, trazando tinta casi eterna
hierro sobre papel.

Amo Nuestros Años

Cuando te digo que te amo
lo hago con urgencia
porque mis labios quieren repetir
lo que siente mi alma.

No me dudes:
El temblor en mis manos
no es por miedo
sino por estos setenta años
aquí, a tu lado
que me han maltratado.

¡Pero sólo la edad!
Nunca tú, amor eterno
tu les has dado a mis días
una razón para persistir.

Te amo a ti,
amo cuando frunces el ceño
amo tu piel castigada por el sol
amo tu cabello maltrecho
por las cenizas.

Hemos visto el mundo,
pero el planeta es poco
para el universo
que he vivido contigo.

Amo tus manías
tus malos humores
tus días buenos
y también los peores.

Gracias por ser la dueña
de mis mejores años,
de mis mejores ojos
y los recuerdos de antaño.

¿Recuerdas nuestros encuentros furtivos
el sexo en la grama
la luna en la mañana
esos pequeños detalles
secretos, nuestros?

Ahora podemos hacer el amor
en una mirada, un suspiro
hasta en una taza de café
sin temor a que nos vean
en nuestra desnudez
ni en nuestros gemidos.

Mi amor ha sido implacable
a pesar de los hijos, los nietos
a pesar que nuestra cintura
ya no es como antes
pero es que al lado tuyo
me siento gigante
porque soy el dueño
de la victoria más grande
que puede tener
cualquier ente pensante
amante.

Amor, te tengo al lado mío:
¡Qué más puede desear
un loco en este delirio!
Qué más puedo querer
en lo poco que me queda
de mente y de días
si no es a ti.

Dios, Todopoderoso

Veo niños y ancianos
el amor, que es un milagro
la vida, y como nos sublimamos
en nuestra vejez.

Veo el verde en las hojas
el rojo de las rosas
el azul del cielo
y hasta el rosado de los gusanos
y no puedo pensar en otra cosa
que no sea en lo perfecto.

Y llega la idea del Dios
omnisciente y todopoderoso,
compasivo, pero furioso
ese Padre enajenado
que pide alabanza, rezo y sacrificio.

Pero hasta donde llega la perversidad del hombre
que ha convertido a un organismo creador –
a un ente cíclico en la eternidad –
en un libro polvoriento en un estante.

Y nos llega la ira del Grande,
transformada en plagas, inundaciones,
y en mil cataclismos,
en arañas, langostas,
y doscientas calamidades
que aún no tienen ni nombre,
y nos quita los respiros
la paz en que vivo.

Es entonces que nos llega su salvación –
luego de su maldición –
convertida en cruces doradas,
plata y astillas,
en un hombre triste
cubierto de sangre
ahí clavado
acompañado de su madre
quien lo llora hasta hoy,
y cuyo sufrimiento
se apodera del cerebro
y el corazón del hombre.

Y ya con la idea del Dios
omnisciente y todopoderoso,
compasivo, pero furioso
ese Padre enajenado
que pide alabanza, rezo y sacrificio,
el mismo que nos protege
que nos castiga, y nos ilumina
y a veces hasta nos latiga…

…pero las ideas tienen una peculiaridad,
y es que sólo existen
en la cabeza de quien las piensa,
y al igual que la vida, la belleza y el verde
son efímeras.

Cien Años de Imposible

Allí estaba
aún amarrado al castaño
enjuto su rostro
y fuerte su vida.

Aunque deseaba morir
esas amarras lo sostenían
al recuerdo
a la vida.

Muchos pájaros
anidaron en sus manos,
muchas abejas
cultivaron su miel
en su cabello largo,
a veces enmarañado,
pero nadie logró
tocar su corazón.

Ese antiguo guerrero
luchó, batalló
mas nunca murió
mas nunca ganó.

Las cruces:
aquellas cicatrices
todavía eran visibles.

Sus uñas
sus dientes
su mirada
estaban carcomidos
por el tiempo.

Sus pies
eran el reflejo
de cuantos ríos,
trincheras y desiertos
cruzó en su vida.

Sus ojos,
eran diario
eran historia
a veces negra
a veces roja.

Así vivió
muriendo todos los días un poco —
agonizando —
atado al castaño de un imposible
acompañado de algunos pájaros
porque los guerreros
desdichados en el amor
aunque honrosos en los cuentos
viven condenados
a un centenario
de soledad.

Recordando a Eduardo

Hoy nació Eduardo
sin nada de cabello,
con las piernas
un poco torcidas,
jincho y chimuelo.

Por ahí lo vi
persiguiendo unas chicas
en la universidad.

Calvo o con más pelo,
a veces gordo, a veces flaco,
más o menos cegato,
idealista, un poco vago,
desde siempre
viviendo su sueño,
de ser recordado
entre letras y lienzos.

Ayer se murió, era él,
lo veo en su mirada
aunque ahora estaba frío
y arrugado su ceño,
su sonrisa
era la misma
que retrataba
desde niño.

Ese fue Eduardo,
el de los retratos,
el que escribía versos
y dibujaba senos,
desde el ’75 molestando
y para siempre
en mi recuerdo.

Trato

Muchas veces
trato de escucharte,
trato de leerte,
en tu silencio.

Tal vez
son ideas vanas,
tratar de saber
lo que ronda
tu juicio,
pero es necesario.

Necesito saber
si cuando saboreas
la suave brisa
en tus labios
sientes mis dedos
acariciando tu rostro.

O si cuando
oyes el eco
del tic toc del reloj
escuchas mi corazón
latiendo
entre tus brazos.

Hay veces
que cierro mis ojos
y pienso
que me imaginas
en tu cintura
en tus ojos
en tu lengua.

Mi paz lo implora,
porque cada paso que doy
lo hago acompañado
de la esperanza
de tu deseo.

El Fuego del Demonio

Ese ángel desconocido,
un demonio por conocer,
me atontaba
con su calor,
con su aparente amor.

Me quemaba,
por dentro.

Mi cabello
cubría mis sentidos
no me dejaba ver
ni la dulce vida
ni el amargo real.

Siempre confiado
la perseguía en sueños
en versos
por senderos dulces
hasta el fuego.

Me quemaba,
con sus deliciosas llamas.

Mi cuerpo
ya estaba calcinado
y mi alma
estaba acorralada
en una cárcel de cenizas.

Ya no llevaba
el cabello cubriendo
mis ojos –
sólo veía polvo
en el suelo,
humo y gris.

Todo estaba arruinado:
mi casa
mis amigos
hasta esas ciudades
que una vez visité.

Este demonio,
hasta ahora cubierto
en ropas satinadas
y alas doradas,
reía sin amores
ni vergüenzas
sobre una pila
de rescoldo y recuerdos.

Mi alma
derrumbó la prisión
que representaba
mi cuerpo ceniciento,
escapó libre.

Ya no me quemaba,
pero mi cuerpo ausente
dolía.

Mi cabello
era hollín,
ya no amordazaba
mis ojos.
Ahora discernía
el amargo
de lo dulce.

Mi espíritu
se encontraba humillado
sentado, por ahí.
A veces
de rodillas
en una nube,
o quien sabe dónde.

Al menos,
ya no sufro
por amar
a un demonio
que por un beso
me vendía fuego.

Ahora no estoy,
y sólo siento
frío.