Vampiro

“La eternidad es un concepto imposible de comprender por el hombre, por la naturaleza perecedera de todo lo que conoce.”
Hace mucho tiempo que soy vampiro. He aprendido bastante acerca de nosotros en los libros y en la televisión, aunque la mayoría es ficción. Ni las cruces ni el agua bendita me afectan, ni siquiera atravesar mi corazón podría causarme algún daño: todas son falacias del cine y de escritores con mucha imaginación. Lo único que tengo prohibido es caminar durante el día, porque sólo un destello de luz solar podría transformar mi cuerpo en cenizas. Mas aún así, quién lo puede asegurar, tal vez es también parte de la mitología popular.

Soy vivo, mas evidentemente, no en una forma natural. Soy, como puede imaginar, inmortal.

Puedo escuchar los lamentos de las ánimas y los latidos de un corazón a varias millas de distancia. Mis colmillos son largos, como los de una pantera, y afilados, como la espina de una rosa. Mis uñas parecen de cristal, y mis lágrimas son sangre. Cuando no me he alimentado por largos periodos de tiempo, mi piel irradia cierta brillantez sobrenatural, la cual me dificulta el caminar entre los mortales sin levantar sospechas acerca de mi origen. Y creo que usted, amigo lector, debe conocer el tipo de dieta que llevo, la cual es la característica que más distingue mi naturaleza de la humana. Han sido el tiempo y la experiencia mis mejores compañeros en esta aventura, ayudándome a separar los mitos de las verdades.

Este relato que les voy a narrar describe uno de los sucesos más significativos en mi existencia como caminante nocturno. Ocurrió luego de seis meses de haberme convertido en Vampiro.

Unas nubes grises, las cuales amenazaban con derramarse sobre la tierra fresca, opacaban los destellos de la luna en cuarto menguante.

Podía escuchar el crujir de las hojas al ser acariciadas por el viento; distinguir, mejor que nadie, los colores de los murales pintados en los viejos edificios de la universidad; respirar el delicioso perfume de las margaritas que florecían en bosques lejos de aquí, inalcanzables por la mano del hombre.

Algo que me deleitaba, y aún lo sigue haciendo, era escuchar el murmullo característico de las ánimas de las multitudes.

Allí me encontraba, parado frente al teatro, mi pensamiento dirigido hacia aquel torrente de emociones que emanaba del público, de los actores, del director de la obra que allí se presentaba. En fin, de todos los cuerpos almados que allí se encontraban. Jugué con sus mentes — con todas ellas — y las leía, como quien lee una revista. Me burlaba de sus deseos, de sus miedos, de sus risas y de sus llantos silenciosos, porque yo conocía el verdadero significado de la existencia. Fue ahí donde la encontré.

Su piel era blanca como la nieve; sus labios, como los pétalos de una rosa, suaves y delicados. Su alma tenía una delicadeza angelical y una sensualidad que enloquecía mis sentidos. Pude saborear su nombre en mis labios: Verónica.

Quería robar sus besos, sin quitar su aliento; sentir su piel, sin quitar el color rosa de sus mejillas. Pensar en su sangre recorriendo mis venas me hacía vivir. Sentía nuevamente el delirio humano, el cual había olvidado hace algún tiempo.

Verónica, ven, y dame tu aliento.

Yo estaba recostado de una pared sombría, desde la cual podía estudiar el movimiento de las multitudes entrando y saliendo del teatro, y, al mismo tiempo, ocultar el extraño resplandor característico de mi piel. Contemplaba la puerta de salida del teatro, donde ella aparecería.

Poco a poco, la penumbra que envolvía aquel lugar dejaba entrever una figura. Ahí estaba, bella en un vestido rojo, que resaltaba irresistiblemente la palidez de su piel. Su cabello estaba recogido, permitiéndome ver claramente su cuello, el cual se extendía hasta el cielo mismo.

Puse mi nombre en sus labios, y aunque me encontraba a muchos metros de distancia, pude ver como se transformaba su boca al invocarme en un débil suspiro.

Ella caminaba hacia la oscuridad que me rodeaba. Nos atraíamos como los polos opuestos de un cuerpo, ahora los polos opuestos de la existencia misma.

Ahí estaba yo, en mi vestimenta impecable. Llevaba una camisa negra de mangas largas y unos pantalones gris oscuro. Mi cabello negro, que hacía juego con mis ojos azabache, caía un poco más abajo de mis mejillas. Mi sonrisa perlada resplandecía, y resaltaban mis colmillos felinos.

Me acerqué a ella, y no sintió miedo: sabía quien yo era antes de ser Vampiro. Ya mis ojos se habían reflejado en los suyos; ya su nombre se había derretido en mi lengua.

Tal vez por eso la llamé. Siempre deseé poseer su carne y su espíritu; siempre quise sentir su dulce beso y su piel bajo mis uñas. Ahora todo era diferente: podía entrar en su mente y leer su espíritu, lo cual hice, nuevamente, mientras la miraba a los ojos.

Verónica sabía lo que yo estaba haciendo, mas no se resistió. Todo lo contrario, me abrió su interior y me mostró sus más íntimos secretos, sus fantasías y sus delirios. Desbordó toda su pasión en un pensamiento que estremeció mi cuerpo. Se acercó a mí, y tomó mis manos heladas, acarició mi rostro muerto, y siguió perdida en mi mirada. Era ella, ahora, quien trataba de buscar en mi alma, pero su condición humana no se lo permitía.

“¿Qué te ha pasado? ¿En qué te has convertido? ¿Qué eres?” – susurraban sus labios, ahora, con un poco de miedo.

Yo estaba ahí, sólo repitiendo su nombre en mi pensamiento. Mis labios eran incapaces de moverse. De la misma manera en que había puesto mi nombre en sus labios antes, susurré en su mente:

Verónica, hace tiempo que mi alma clama por la tuya. Hace tiempo que mi boca delira por tu piel, y mis manos por tu beso. Acércate a mí, y regálame tu hálito. Déjame beber del cáliz de tu cuerpo, y bebe del mío, para así culminar esta desesperación y comenzar una aventura. Vamos a convertirnos en una historia sin comienzo ni final, porque así es mi deseo por ti, infinito.

Ella parecía saber en qué consistía el ritual. Era lo único que los libros y el cine habían logrado reconstruir de la manera más fiel.

Se acercó aún más a mí, soltó su cabellera, y me besó. Aquel beso duró más de una vida, y fue, en ese momento, que se desbordó toda mi pasión. Ella cortó accidentalmente su lengua con mis colmillos, permitiéndome saborear esa sangre, tan llena de pasión y de vida, que circulaba sus venas. Un suspiro y mil gemidos escaparon de mi boca. Un escalofrío recorrió su delicada piel. Mordí mis labios, para que ella también pudiera saborear mi sangre. Al hacerlo, enloqueció apasionadamente. Ahora ella gemía.

Nos habíamos deslizado de sombra en sombra, hasta llegar a un lugar completamente desolado, lejos del teatro. Nuestros labios estaban llenos de una misma sangre; bebíamos de la copa que formaba nuestro besar.

En medio de ese remolino de emociones y caricias, deslicé mi boca desde sus labios hasta su cuello, y clavé mis colmillos de la manera más sutil, ella sintiendo el más delicioso dolor. Dejó escapar un suspiro, y otro escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza.

Sus manos encontraron las mías, y con sus uñas desgarró la piel de mi muñeca, derramando mi sangre con la promesa de una vida eterna.

Toma, bebe mi sangre, y sé eterna en tu amor por mí. Eterno soy en mi amor por ti.

Acercó mi brazo a su boca, y bebió. Mientras yo bebía de su cuello, ella bebía de mi muñeca, formando un circuito de vida mortal y vida eterna. Sentía sus senos contra mi pecho. Mi sexo se erguía, lleno de su sangre. Ambos éramos inmortales en nuestro deseo.

Mis manos descendían hasta sus piernas, se deslizaban sobre su piel, jugaban con su cabello, con su vestido, y con la brisa que acariciaba mis dedos y su espalda.

Mis besos viajaron desde sus labios hasta su pecho, desde su pecho hasta su vientre, desde su vientre hasta su pubis. Ella, con una mano, acariciaba mi cabello, y con la otra, mi espalda, ahora caliente porque su vida nutría mi cuerpo.

Mis labios se enmarañaban en su sexo. Mi lengua saboreaba el dulce néctar de su interior. Mi alma escalaba sus piernas temblorosas, se ahogaba en un suspiro al besar su cintura blanca, y renacía en el dulce de su sangre, que bañaba nuestros cuerpos.

Ella rasgaba mi pecho y mi espalda. Yo clavaba mis uñas en sus muñecas, y bebía aquel vino, que chispeaba dulce en mi boca.

En aquel momento, nuestros cuerpos estaban cubiertos por los vestigios de nuestra ropa. Eran, sólo, trozos de tela tintos y húmedos con el rocío de la noche y de nuestro líquido vital.

Yo estaba agotado por la sangre que había perdido. Verónica, aunque había perdido más que yo, había cobrado una nueva fuerza sobrenatural — poseía el vigor de inmortalidad.

Ahora ella bebía de mi cuerpo, de las heridas que tenía en mi pecho y mi espalda, mientras mi sexo buscaba más sentido en su interior. Entre suspiros y gemidos corrían nuestras almas, dándole significado a esa muerte inmortal que ambos estábamos compartiendo en ese momento.

Nuestro éctasis culminó con la amenaza de la luz del alba, en esta primera noche de la aventura de nuestra nueva existencia. Estaríamos, ahora, juntos en un para siempre, a escondidas del Sol, durante todas las noches de la eternidad.

Esa noche murió el cielo. Las almas caían felices a la Tierra, donde pueden sentir, nuevamente, el delirio terrenal.

“ ‘Love?’ I asked. ‘There was love between you and the vampire who made you?’ I leaned forward.

“ ‘Yes,’ he said. ‘A love so strong that he couldn’t allow me to grow old and die. A love that waited patiently until I was strong enough to be born to darkness.’ ”

Fragmento de Interview with the Vampire,
escrito por Anne Rice.

Caminamos rápidamente cerca del teatro, el cual estaba ahora, completamente vacío.

La lluvia, que golpeaba impetuosamente las aceras de aquellos oscuros callejones y humedecía nuestros cuerpos, era la única compañía que teníamos. Nos movíamos tan rápido, que de alguien haber estado en las cercanías, no hubiera podido vernos. Bailábamos al unísono con las sombras.

Nos detuvimos frente a una ventana, la cual estaba iluminada por la luz tenue que ofrecían unas velas. Verónica se acercó y observó sus manos y el reflejo de su rostro en el cristal. El color rosa que habitaba sus palmas y sus mejillas había desaparecido, al igual que la vida como la había conocido hasta ese momento. Poco a poco, se le hacían visibles los colores imposibles de capturar por los ojos mortales. Poco a poco, comenzaba a escuchar los lamentos de las almas. Poco a poco, crecían unos colmillos afilados dentro de su boca.

“¡Qué eres! ¡Qué soy! Mis manos se han vuelto pálidas como la muerte, pero puedo respirar, ver y sentir. ¡Qué es este frío!” — gritaba Verónica, horrorizada y sorprendida — “¡En qué me has convertido!”

Le contesté, esta vez utilizando esa voz, tan natural para los humanos, pero tan olvidada para mí:

“Eres ahora quien siente la pena que acosa las almas, quien escucha el crujir y caer de los pétalos de una rosa. Eres, ahora, una con la noche. También quien le brinda la muerte súbita o la vida eterna a la existencia perecedera.”

“El frío que sientes es la sangre muerta que ahora circula por tus venas, y la nueva vida que estas adoptando. La vida que Dios una vez te brindó te está abandonando; al mismo tiempo, la que yo acabo de soplar en tu corazón sostiene tu alma y alimenta tu cuerpo, y así será hasta el final de tus días, el cual, tal vez, nunca verás.”

“Sé que esto puede parecerte sinsentido. Lo único que puedo asegurarte es que eres Vampiro en la eternidad, y eterna eres en mi amor.”

Hate!

…un post dedicado a #LaFamiliaDelOdio

Según la Real Academia Española, el término “odio” significa “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”, contrario a “amor”, que es un “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.”

No hay odio si no hay amor. Son los polos del alma. Amas los orgasmos, pero odias a Justin Bieber. Es algo #normal.

Yo odio bastantes cosas, pero entiendo que todos son odios justificados. Aunque pienso que Justin Bieber asimila un ratoncito pendejo, con un look rayando en lo marica, no lo odio, porque no odio a los maricas. Es cierto que siento cierta aversión hacia él, pero debe ser el peinado de mamalón que lleva.

Anyways, aquí les dejo una lista de diez cosas que odio apasionadamente:

1. Puedo decir que odio la estadidad, y a las personas que degradan mi país desinformadamente en pro de un ideal que no les pertenece. No tengo tanto problema si eres un estadista, y tu opinión en una educada: hay espacio para diferentes vertientes ideológicas. Pero si lo haces pensando que vas a obtener un progreso económico desmedido, y eres capaz de tirar al medio a tus compatriotas por dinero, estas en mi “hate list: to be brutally murdered”.

2. No tengo ningún miedo a decir que odio a Félix Plaud. Con su delicada voz, y su falta de elocuencia, no convence, pero hiere oídos, y falta el respeto de cualquier persona con sentido común. Es uno de esos estadistas descritos en el punto #1.

3. Odio, al igual que las reses estadistas mal educadas, a los religiosos criticones, ciegos, y que todo lo resuelven con una “oracioncita a Dios”. No tengo problemas con que pertenezcas a la religión que sea. Hasta me puedo sentar contigo a hablar de tu Dios, sea cual sea, porque conozco algo de la historia de las religiones del mundo. Pero en el momento que me digas que los Haitianos se buscaron el terremoto por no llevar a Crihto en su corazón, que Ghandi va al infierno por ser Budista, o que sencillamente me empieces a “mandar fuego”, te puedes ir al soberano carajo. Si lo haces, eres tan becerro como el individuo que cito en el punto #2.

4. Odio – puñeta – sobremanera la gente presentá. Uno más uno es igual a dos, no a tres ni cuatro. O sea, haz la maldita matemática, y no te incluyas dónde no te han llamado. Y si lo haces, mantente al margen, porque puedes terminar con un golpe encima del ojo. Yo soy un presentao en las redes sociales, pero pues, si escribes tus problemas en un medio público, te expones a la opinión popular, y yo tiendo a ser bastante opinionado.

5. Detesto la gente bruta. Si, suene como suene, los odio con lo más profundo de mi corazón. Y si odio los brutos, más los odio si tienen una cuenta de banco jugosa, y su mensaje es uno que inspira la emulación de su intelecto. Mi odio está fundado en el hecho que esta trulla de cabrones con el cerebro de un mime son quienes, en resumidas cuentas, terminan dominando al país. Para más detalles, véase el siguiente punto.

6. Odio la cara de pendejo de Luis Fortuño. Hay veces que pienso que es un simple organismo similar a una ameba con piernas, y con limitadas habilidades para gobernar. Otras, que es un brillante estratega, y que todo lo hace con “un plan premeditado para conquistar el mundo”. Pero la mayoría del tiempo pienso que es un bruto, cuya cara refleja lo que es. El cabrón debería apodarse “Clueless”. Sinceramente pienso que es una de esas bestias que comenté en mi punto anterior, de los que logra, por suerte, agarrar al país por las pelotas.

7. Pero no sólo siento aversión hacia seres humanos, y algunas de sus actitudes. Hay algo que no sólo odio, sino que me repulsa sobre manera, y es el caldito de zafacón. Ese hedor que lo acompaña es, sencillamente, naunseabundo. Y odio, aborrezco, y cualquier sentimiento peor que pueda imaginarse, cuando ese líquido anaranjado, apestoso, y muchas veces medio pegajoso, me toca las manos o la ropa. El que se inventó que los alimentos podridos debían supurar pendejaces, deberían colgarlo del Sears Tower en Chicago.

8. También, deseo que desaparezcan de la faz de la Tierra las cabronas cucarachas. Acepto que es pendejismo mío, les tengo “un poco” de fobia. Pero, ¿qué maldito rol juegan ellas en nuestro ecosistema? Entiendo que es sólo y exclusivamente el de joder a tipos como yo, que no toleran esas antenas y alas color marrón. Pero dígame usted, estimado lector, imagínelas caminando, con su distintivo vaivén desorientado, por sus cachetes y adentrándose en su boca cuando esté durmiendo. O velando la güira para comerse ese pincho de cerdo que tanto está deseando. Lo colocas en la mesa y… fuás! Se te adelantó, y está dandole mordiscos invisibles, impregnándolas de sabrá Dios que, porque las hijas de la gran puta no se lo pueden comer completo: Ni tan siquiera un pedazo divisible. Por eso se han ganado mi odio. Son peor que un ratón de ferretería, que como no pueden comerse los clavos, los mean.

9. Tengo que decir que odio la gente mentirosa. Tal vez se debe a mi inhabilidad de ser buen embustero. A mí se me nota en la cara, y peor aún, se me olvidan. Pero soy bastante buen lector de rostros mentirosos. Cuando una persona miente, le cambia el semblante, y el todo con que dice la falacia. Te trata de convencer más allá de toda duda razonable que su historia es una veraz, y por eso los odio. No es ni siquiera por la mentira, porque eso es problema del embustero, sino por la cantidad de mierda que tienes que escuchar, leer, o simplemente tolerar para añadir credibilidad a la aventura ficticia.

10. Más que nada en el mundo, odio, al mismo tiempo que me inspira lástima, la gente que odia sin razón. Entiendo que para odiar algo, debes tener algún motivo. Aquí yo he expresado razones específicas justificando mis detestos. Por lo general, los autoproclamados “haters” son niños entre dieciséis y veintidós años que se aprendieron a limpiar el culo la semana pasada, y odian por pura rebeldía. Yo era uno de esos, hasta que aprendí que es una pérdida de tiempo, porque cuando odias por odiar, terminas engulléndote esa antipatía analmente. El problema no es ni siquiera ese, es que cuando te encuentras en plena ingestión culífica de tu odio, hay alguien que te está mirando y sacándotelo en cara. No pierdas el tiempo, además, los que odian sólo para cumplir con los rigores de la moda, no van al cielo. Verifiquen, lo dice en Tesalonicenses 3:56.

Algún día escribiré una lista que cosas que amo, pero eso no ocurrirá pronto, porque soy un pesimista de mierda. Y aunque lean mis escritos, y piensen que soy un cursi, engreído, y tal vez hasta con una dulzura que raya en lo maricón, están jodidos, porque esta entrada es diferente. Es más, al que piense eso, lo odio también.

Jódanse, y odien, pero con gusto y razones.

El Viajero Del Tiempo

“I am the magic man
the one who flies through time
dipping my fingers in the sand
shaping the blast
without breaking the glass.”

Recuerdo cuando te conocí, tenías veintidós años. Eras joven y llena de vida, eterna en la alegría que iluminaba tus ojos, y la sensualidad que adornaba tu cuerpo. Recuerdo tus rizos cobrizo, tus manos blancas, y tu suave piel. Tus mejillas aún conservaban el rosa de tu niñez.

Atesoro tus rasguños en mi espalda, y el eco de tu voz en mi alma. Aún llevo tus besos prendidos de mis labios, y tu cuerpo en mi respiración. Cuando cierro los ojos, veo la belleza de tu desnudez, tu cintura delicada. Siento tus caricias en mi cabello, y tu gemir se adueña de mis sentidos. Fue tu amor el que despertó mi deseo de convertirme en tu crónica de aire.

Era mi voz la que deletreaba tu nombre en las cuerdas del viento; mi mano la que provocaba tus inexplicables escalofríos; mis besos, los que acariciaban tu rostro cuando llorabas; mi canto, el que te arrullaba cuando querías dormir.

“I watch you from nearby
surfing the whiskers of air
diving in your body of sin
hell and heaven well aware.”

Ayer te vi niña, envuelta en tu cabellera castaño. Tu piel blanca y el rosa en tus mejillas te hacían lucir como una figurita de porcelana. Con tu falda de cuadros y tu presencia angelical, despertaste en mí una ternura que hasta entonces era desconocida para mí.

Yo era quien que te observaba cuando salías del colegio con el cabello revolcado y los zapatos polvorientos. También, a quien veías de vez en cuando en el reflejo del espejo, y jurabas que era tu imaginación haciéndote bromas.

Antes te vi anciana, tu rostro y tus manos cubiertos de arrugas. Tu piel maltratada mostraba una vida dura, y las líneas de tus ojos revelaban tu experiencia, inteligencia y madurez. Tu cabello plateado daba un toque irreal a tu presencia, que era por sí sola, monumental.

Sí, yo era quien te ayudaba a cruzar la calle cuando la vista te comenzó a fallar. También, quien te mecía en aquel sillón que tanto te encantaba. Yo fui el que te devolvió el periódico cuando el dolor te la arrancó de las manos. A mí era a quien confundías con la brisa, cuando acariciaba tu rostro. Tu vejez despertó en mi respeto y admiración, y el deseo de permanecer mis últimos años a tu lado, aunque fuera en delirios.

“Now I wave my magic wand
to watch you, both young and old
forever enthralled with your soul
you eyes and your fiery tongue.”

No sabes cuánto me hace sonrojar tu sonrisa; no sabes cuánto me hacen sufrir tus lágrimas. Habito tus venas, y en aquella foto sepia que conservas aún en nuestra habitación. Hoy vivo enamorado de ti: de tu niñez, de tu vejez, y de esos besos, los cuales llevo inscritos en mi existencia.

Sólo tu existencia me aparta de extinguirme, y alimenta el deseo de latir contigo. Es por ti que soy un viajero del tiempo. Aunque mi cuerpo ya no sea, siempre te acompañaré. Viajo contigo y a través de tu historia, aunque no me veas. Soy, sólo por ti.

“I am your magic man:
swinging though your life with ease
playing with time
holding your light
teasing your stare, forever mine.”