¿Para Quién Escribo?

Cuando escribo, lo hago para mi sol, quien también es mi luna. Para esa rosa, que ilumina mis días, y en crepúsculos se convierte en pena. Por cada estrella, le entrego un respiro; por cada lamento, mil letras, las cuales derramo sobre este lienzo.

Hoy escribo para ti, para tu presencia ausente. Eres para quien interpreto mi personaje en este teatro lleno de rostros desconocidos.

Llevo tu alma tatuada en mis manos, tocar tu piel ha sido un pecado mortal. Pero cuando esa muerte oscurece mis ojos, renazco en las hojas de tu alba, recordando el destello de tu sonrisa, desde esta penumbra.

Buscando La Mujer Perfecta

En aquella quimera, nos encontrábamos en la marquesina de mi casa, yo tendría entre los siete u ocho años de edad. Ella llevaba un gorro verde, y su cabello amarrado caía a media espalda. Vestía de manera militar, con una camiseta crema y unos pantalones de camuflaje. Su piel era cobriza, como la mía, y tenía una mirada dulce. Me enamoré de aquella fantasía, y aunque no conocia su nombre, la llamé “la chica de mis sueños”.

Aunque el rostro de aquella jovencita se fue borrando con el tiempo, renacía en otros nombres. Fueron aquellos amores platónicos escolares quienes le prestaron sus facciones y le dieron sus nombres.

Solía vivir en este cándido mundo de fantasía enamoradiza, sin pretensiones, pero también, imposible de vivir. La verdad era: ¿A quién le importan los sueños de un niño, y más cuando son amores ilusos? ¿Qué sabe un niño de estos temas? En esos años nacieron mis primeros versos, rústicos, pero sinceros.

Recuerdo mi primer beso. Fue con una jovencita quien, casualmente, fue quien me dijo el primer “te amo”. Tendríamos aproximadamente catorce años. Todo fue un increíble idilio telefónico, el cual duró meses.

Un día le prometí que cuando la viera, le daría el beso más rico que le habían dado hasta el momento. ¡Qué sabía yo de besos, si toda mi práctica había sido besando mi propia mano! Sin importar cualquier impresión que fuera a causar, la besé cuando la vi. Pese a mi inexperiencia, puedo acertar que fue uno de los mejores besos que jamás haya dado. No por lo diestro en el arte de besar, o lo deseable que fuéramos el uno o la otra, sino porque era el primero. Era aquel momento que había esperado por tanto tiempo. Pero Eduardo no podía sacar de su cabeza la perfección de aquella jovencita que había soñado hacía años, así es que decidió continuar con esa búsqueda.

Más allá de mi primer beso, como puedo olvidar la primera vez que hice el amor. Antes, había tenido varios encuentros del “Tercer Tipo”, pero esto fue casi mágico, por lo menos, para mí. Cabe la posibilidad que el tiempo transcurrido realmente haya sido menor al que yo recuerdo, pero sin lugar a dudas, fue el suficiente para permanecer en cavilaciones durante años. A ella nunca le dije que fue mi primera vez., pero qué más daba. Desde el comienzo de mi relación con ella, sabía que su culminación era inminente. Era un amor con demasiadas condiciones, y me escapé.

Durante mis años universitarios, hubo demasiados rostros distintos, algunos de los cuales ya no tienen ni nombre. La “chica de mis sueños” había perdido su esencia. Los pantalones militares se cambiaron por jeans cortos, cuerpos bañados de pétalos de rosa, chocolate y crema batida, y sexo en todo tipo de lugar, concurrido o vacío. Debo admitir que fue una época muy divertida, aunque muy desenfocada.

Me detengo aquí. Espero que no me juzguen las desafortunadas a quienes descorazoné con mis cosas, mis manías, infidelidades o mis exigencias vanas, ridículamente colmadas de falta de madurez. Todo fue parte de un complot entre mi imaginación, y la búsqueda de aquel animal mítico, a quién busqué tanto, y nunca encontré.

La perfección de la mujer existe sólo en los ojos que la logran ver. Es algo que no radica ni en la piel, ni en el deseo. Dónde único vive ese amor cándido es en los sueños de infancia. Las tan afamadas “almas gemelas” no existen, sólo son alimento de nuestra imaginación ilusa.

¿Pesimismo? Para nada. Lo que hago es sólo racionalizar estas nociones. Alguien es tan perfecto como tu pensar lo permita. Dicho esto, planteo un problema, pero también una solución.

Lo único que podemos hacer para sobreponernos a esta limitación humana es aprender a vivir el momento, el día a día. Es, en lo cotidiano, que encontramos a personas con características admirables que despiertan esa atracción irresistible, y finalmente, nos llevan a sentirnos inexorablemente enamorados.

Cuando hayamos logrado esto, teniendo en cuenta que nadie es cien por ciento lo que uno espera, y que los individuos son dueños de su mente singular, sujeta a cambios, es que habremos encontrado a esa mujer perfecta que soñamos cuando niños.

Añoro

Hoy te quiero dedicar un poema
De esos trillados, de versos malogrados
Hablarte de amor en las mañanas
Soñar con nuestros logros y hazañas.

Te quiero escribir mil cartas patéticas
argumentos vagos, hundirnos en dialéctica
pero tan difícil es tenerte a mi lado
que hasta hablar creo que he olvidado.

Lo único que me queda son versos
deseos de besarte, la boca acariciarte
y unos ojos que suplican por verte
y unas manos que añoran tenerte.

Hoy No

Y es que desde antes te amo y te adoro
y te hecho la dueña de mi desespero
y eres quien habita mis pensamientos.

Pero no.

Y es que estas noches te deseo y te anhelo
y eres esas manos que me visten de desvelo
y la musa que en sueños y poemas destilo.

Pero no.

Porque sólo de amores no vive uno, menos dos
gestos que calman las ansias, no sanan dolores
y es que tú en mi pecho provocas temblores.

Pero hoy no…
Mañanal tal vez bailemos esta canción.

Aires de Alborada

Aquí estoy, cantando al oído de mi almohada
que no habla ni respira, tampoco cuenta nada
le entono con mi mal canto estas patéticas tonadas
canciones del que se niega a renacer en alboradas.

Claro es que me faltas tú, y tu mirada traviesa
a quién no quiero como un accesorio para mi cama
anhelaba que fueras más, de mis poemas palabras
que fueras letras presentes con aires de mañana.

Los Últimos Héroes

Hermanos en la sangre Taína:

Aquí nos congregamos, bajo este cielo azul, este seis de octubre para ofrecerles mis últimas palabras antes de esta honrosa revolución.

Mañana nos lanzamos en esta gesta heroica, que llena mi pecho de honra. Sé que estamos listos en cuerpo y alma para defendernos y ahuyentar nuestros invasores yanquis.

La estrategia ha sido discutida en demasía, y no es mi propósito abordar ese tema en este momento. Solo quiero desearnos el más dulce de los éxitos.

Sabemos que es posible que ninguno de los dos mil doscientos cincuenta y seis hombres y mujeres que aquí nos encontramos de pie regrese a su hogar. El enemigo es poderoso, pero más poderosa es nuestra sed de libertad. Vamos a finalizar lo comenzado en Lares, Jayuya y Utuado. Vamos a tomar a San Juan, aunque nos bombardeen con aviones, o nos envíen la mismísima bomba nuclear.

Nuestro país ha sido esclavo durante demasiado tiempo. Nuestras indias fueron violadas, nuestros caciques, destronados sin honores ni funerales. Nuestra sangre ha sido derramada por españoles y gringos desalmados, en busca del crecimiento de sus respectivas naciones, negándonos nuestro derecho al libre albedrío, el mismo que nos ha sido otorgado por Dios, y solo él nos puede quitar.

Ahora, hombres y mujeres Borincanas, es posible que seamos los últimos héroes de nuestra patria. El proceso de asimilación alienígena es lento, pero de paso firme e incansable, hasta su culminación, que está próxima a ocurrir en varios años. Si no triunfamos, es posible que la patria caiga junto a nuestros cuerpos yertos.

Mañana tomamos el Capitolio. Luego, el resto de nuestro terruño, nuestro país que respira con nuestro sudor. Somos la punta de la lanza caribeña. Hoy los insto a levantar los fusiles y nuestras voces al unísono ante este cielo que nos cobija en este momento histórico: ¡Qué viva Puerto Rico libre!

El Dragón de la Calle Melquiades

Desperté desnudo, desorientado, y con las manos cubiertas de sangre. Mi memoria era un revoltijo de imágenes borrosas, en las cuales nada era inteligible. Creo que tenía carne y pelo en mis uñas, las cuales llevaba un poco largas. Mi boca tenía un sazón mórbido de sangre y vómito.

Me acerqué a una pequeña charca, dónde enjuagué mi rostro y mi cabello. Luego froté mi pecho, y me di cuenta que estaba herido. Tenía un orificio en un costado, como un disparo. Al palparlo con mis dedos, un dolor agudo cruzó meridionalmente mi cuerpo. Me sentí un poco mareado, y me recosté en la grama boca arriba, mirando el sol del mediodía con ojos entreabiertos.

Creo que perdí la cuenta de las veces cuando despertaba en un lugar desconocido, desvestido y malsentido. De hecho, ya estaba acostumbrado a la rutina de robarle su ropa a algún vagabundo, llegar a casa, curar mi cuerpo, como haciendo remiendos de costurera, y continuar mi vida como si nada. Usualmente las heridas sanaban por completo al final del día.

Durante la semana, ejercía como profesor de literatura inglesa en la Universidad de Coralinde, y ya mis estudiantes estaban acostumbrados a mis cortas e inesperadas ausencias.

Todo parte de mi estilo de vida prácticamente perfecto, hasta que se acercó Clara con el periódico de antes de ayer en sus manos.

– “Profesor, siempre que usted se ausenta, ataca el Dragón de la Calle Melquiades. ¿No será usted el monstruo?” – preguntó, con una sonrisa pícara en su rostro.

La miré y le gruñí, como haciendo un chiste. Ella sonrió por compromiso.

– “¿Quieres tomar un café?” – pregunté.

– “Seguro que sí. Vamos, profe.”

Desperté desnudo, desorientado. En mis ojos, el sol naciente. En mis labios un sabor a sangre y lápiz labial. En mis manos, cabello. A mi derecha, un cuerpo de mujer, destrozado. A mi izquierda, la otra mitad del mismo cuerpo de mujer.

Con una pésima combinación de llanto y asco, corrí desnudo por aquel parque, y me encontré de frente con unos policías que hacían su ronda mañanera.

– “Justino Vidal” – repitió el investigador – “háblenos acerca de su noche.”

No tenía absolutamente nada que decir, mi memoria estaba en blanco. Sólo recuerdo un olor a café, una luna en menguante, sus senos apretados a mi pecho, y su suave boca derretida sobre mis labios.

– “Justino Vidal” – insistió – “¿es usted el Dragón de la Calle Melquiades? Este asesinato concuerda con el patrón. La víctima despedazada, como atacada por una bestia. Hay hasta partes que nunca aparecen. ¿Come usted partes de sus víctimas, Vidal?”

– “No. Y no soy el Dragón ese. No sé que hago aquí. Sólo sé lo que aparece en el periódico.”

– “Ahora nos va a negar que usted mató a la joven Clara Montero. Usted no es sólo un animal, sino también un embustero. ¿Quiere ver las fotos?”

– “No. Estuve anoche con ella, pero fuimos atacados por alguien que robó mis pertenencias y le debe haber hecho daño a la muchacha.” – le contesté al policía, con toda la seriedad del planeta.

– “¿Y usted espera que le creamos?”

– “Sí.”

Esta celda era una pequeña y aislada. Me consideraban un prisionero peligroso, aunque realmente siempre fui un caballero con todos ahí, hasta hoy.

– “¡Déjenme salir! ¡Soy inocente! ¡Necesito salir de aquí!”

Pero nadie escuchaba, y a nadie le importaba. Estaba sudando y me dolía mucho la cabeza, asumo que era la ansiedad.

Con cada uno de mis gritos, mi voz cambiaba, y se tornaba más gruesa, más violenta. Estaba perdiendo el control de mi cuerpo, y cada vez aquella pequeña gruta enrejada me parecía más pequeña. Y con un mareo súbito, creo que desmayé.

Abrí los ojos, y no reconocí dónde me encontraba. Uno de los guardias de seguridad tenía un rifle apuntado a mi cabeza.

– “¿Qué ocurrió? ¿Dónde estoy?”

– “Definitivamente, el Dragón de la Calle Melquiades es un apodo muy acertado.”

Aunque me encontraba atado al suelo, pude observar a mis alrededores lo que parecían ser pedazos de seres humanos. Creo que alcancé a contar doce o trece cuerpos, pero puedo equivocarme.

– “¡Dispárale en la cabeza!” – gritó uno de los policías.

– “¿Entonces no recuerdas nada de esto?” – me preguntó aquel hombre, mirándome a los ojos, y con una pistola en mi cara. El sargento tenía la piel abierta en el área del cuello, y mucha sangre en la ropa. No quería ni preguntarle qué o quién había causado esas heridas.

– “¡Quítenle las amarras!”

Se acercaron un par de hombres uniformados enormes, y desamarraron aquellas cadenas. Me puse en pie, y miré mis alrededores.

– “Veinticinco hombres muertos. Doce heridos, incluyéndome a mí. Nunca había visto algo así. Es como una película de terror. Cuénteme Vidal, ¿realmente no recuerda nada de esto? Ah, y no haga ningún movimiento brusco, porque hay francotiradores esperando por mi orden para matarle.”

– “No recuerdo nada de esto. Estaba dormido en mi celda.”

– “Cinco horas tratando de detenerle. Trasladamos a los prisioneros fuera de esta área. Usted es un monstruo. Debería matarle ahora mismo, pero por ahí viene alguien que va a trabajar con usted. ¡Maldito sea, Vidal!”

Me acerqué a su oído, y susurré una palabra: licantropía. Y acompañando mi voz, se abrió fuego contra mi cuerpo. Caí al suelo, sintiendo como me rodeaba una tiniebla espesa y negra, y cómo se me escapaba la vida a borbotones.

Mi Plan Maquiavélico Para Conquistar El Mundo

Recientemente, he ideado un plan maquiavélico para lograr la conquista del mundo.

Tiene una mecánica sencilla: consiste en lograr que me extrañen, en hacerme necesario. Sé que suena como un mal chiste, pero no lo es. También sé que no será fácil, y que tomará tiempo. ¿Qué cómo lo haré? Les explicaré ahora.

Primeramente, me tengo que acercar a todos ustedes, aunque sea por un muy corto instante, y decirles un secreto. Nada complejo, sólo una corta frase que me permita permanecer en sus cavilaciones aunque sea durante algunos minutos. Una vez me encuentre nadando en el tejido de sus cerebros, el resto es sencillo, pues puedo plantar ideas con mis propias manos. Hasta que un día, y con toda naturalidad, yo mismo seré sus ideas, o más bien, las semillas que cultive lo serán.

Lo complejo de este plan es encontrar la frase perfecta, el secreto que los haga pensar, que me permita masajear esa materia gris la cual llamamos “los sesos”. Pero no crean que no la he ideado, ya tengo esa parte de mi estrategia bajo control, y en producción. Imagino que ahora estarán esperando que les diga cuál es ese secreto. Pues no lo haré. Esta parte la tendrán que imaginar, porque si les digo, deja de ser secreto. No importa que me rueguen, no les diré. No es que no quiera… ¡es que no les puedo decir! Bueno, algún día lo compartiré, pero no mientras mi operación esté en desarrollo.

Lo que sigue es simple. Cuando concluya mi tarea de renacer en las cabezas de al menos un millón de personas, entonces dependerá del viajar de boca en boca y de acto en acto, en la exploración de mis temas, porque sé que estas ideas serán expuestas hasta en los más altos foros. Este elemento es uno aleatorio, pero confío en que todas las leyes de probabilidades estarán a mi favor.

Será en este momento, cuándo mis planteamientos y concepciones se encuentren en su momento más intenso, que aparentaré mi desaparición del universo. Y mediante esta ilusión, permaneceré en los verbos y los sueños de todos los entes para siempre, porque la escencia de los ausentes se hace más fuerte cuando no la acompaña su presencia corpórea. Cuando ocurra esto, definitivamente habré conquistado el mundo.

Suena descabellado. Suena inverosímil. Suena prácticamente imposible. Claro, como todo plan maquiavélico para lograr la conquista del mundo. Si fuera una maquinación que tuviera raíces en la realidad, o aunque fuera tuviera un cimiento levemente concreto, ya otro la hubiera llevado a cabo.