Solemos caminar largos senderos
perdiéndonos en el proceso
imaginándonos la felicidá
en la lontananza de nuestro seso.
Pero a veces, sólo de vez en cuando
si observamos con cuidado
sin detener el paso del tiempo
oculta, a plena vista, va la felicidá.
Y ahí está, tras unos dientes ajenos
o colgada del pasar de un beso
a veces en la cosquilla entre costillas
o rodeando el cerco de una pupila.
Tan pequeño ese animal esquivo
tan grande el hallarlo entre suspiros
tan largo puede ser el camino recorrido
tan simple que va, es un café y un mirar.