Malo es querer cuando se tiene, envidiar al que se divierte, y vierte su sudor entre sus manos, como mar y su oleaje iluso.
Mala es la codicia, deseando un caminar, cuando ya tus piernas andan con más de un par.
Malo es el pensamiento indecible que anhela salud para su pecho, cuando lo correcto es callar y anidar en silencio, el cuerpo envuelto en un pajar.
Pero peor que malo, es el vagar cabizbajo divagando en ayeres, o presentes no murientes, como avestruz dinosaurio, desplumado, escamado, porque es así, porque aún no ha llegado su evolución.
Y cuando se cree que ha llegado lo peor, falta la puntuación: las tildes que no llegan con excusa de licencia poética. Son errores que mutan en vocablos nuevos — esa es el cambio cierto que espera aquel ave de cuello largo, pero estrecho.