Hola, vida…
Siempre, durante una despedida, quedan cosas sin decir, porque el adiós generalmente no tiene un libreto. Es un acto de improvisación que cala hasta en el tuétano. Y me faltó por decir tanto, que creo que me haría falta toda una vida de hojas de papel, o dos, o tres existencias. Como quiera que sea, aquí lo resumo lo mejor que puedo con estas humildes líneas.
Esta lista no se encuentra en orden, porque después tu súbita despedida, mis neuronas quedaron golpeando descorazonadas dentro de mi cráneo. Aturdidas y desorganizadas, lo que exhalan es ese mismo aire de confusión. Lo único que saben a ciencia cierta es que, cada segundo que pasé contigo, lo guardarán entre sus sinapsis hasta el último de mis días.
1
Nunca te dije que aun con el tiempo limitado que compartimos, le devolviste a mi pecho los suspiros. Te digo desde ahora que son todos tuyos, si no estás, no los quiero. Me devolviste la felicidad del niño que desoja margaritas o escribe poesías en su pupitre. Eres una de esas personas a quienes denomino “especial”.
2
Me faltó por decirte “buenos días” apropiadamente, y eso significa despertando una mañana junto a tu cuerpo tibio, tu aliento mustio, y tus reflejos torpes. Nos faltó rascarnos los cuerpos con los primeros destellos del alba, y sostener nuestras manos buscando el calor que no ofrecen las sábanas.
3
Me faltó agradecerte por mi resucitación cardiovascular cuando yo creía que estaba muerto. Sí, porque mi corazón no latía, o al menos, no lo sentía ahí. Bueno, creo que te lo agradecí varias veces, pero no me refiero a decirlo, sino a demostrarlo con todo el cariño, trayéndote estrellas y besándote el ceño.
4
Nunca besé tus pies. Los tuve en mis manos, los acaricié, pero no besé las raíces de tu cuerpo. Eso no denota debilidad, al contrario, besar tus pies les ofrece toda mi fuerza a tus pasos, a tus decisiones, a perseguir tus horizontes incansablemente. Es aliento y admiración por lo que sostienen y a donde te llevan.
5
Nunca te dije lo mucho que te quería, porque un millón de “te quieros” no fueron suficientes. Hasta creo que te amé en esos momentos que nos besábamos, rodeados de caricias y tirones de pelo. Jamás lo sabrás, porque quedó sin decir, aunque sé que lo podías percibir.
6
En ningún momento reñimos por indecisión al ir a comer, al cine, o al teatro. A nuestros encuentros furtivos los rodeó la cotidianidad, pero nunca nos sumergimos en ella. ¿Cómo extrañar algo que nunca se tuvo? Creo que se llama añoranza.
7
Nunca nos dijimos “Feliz Cumpleaños”, “Feliz Navidad”, o “Feliz Día de San Valentín”. Nunca compramos disfraces para el “Día de Brujas”, ni compartimos en familia o entre amigos. No llegamos al todos los días, esos que damos por regalados, y que cada día que pasa, sueño más. Pero son deseos ciegos, porque nosotros estamos más cerca de lo imposible, que del para siempre.
8
Me faltó discutir contigo en las mañanas porque olvidaste tomar tus medicinas, porque no comiste tu desayuno, o por cualquiera de esas nimiedades que le alteran a uno el humor, pero se reconcilian con un beso.
9
Nos faltó lavarnos las espaldas mientras nos bañábamos, luego de hacer el amor. Pero qué diablos, si nos faltó hablarnos con la voz temblorosa del sexo, y explorarnos mutuamente con la voz del deseo.
10
En fin, nos faltó por decirnos “nosotros”, y “para siempre”. Este punto no necesita más explicación, porque es la raíz de estos diez puntos que pesan como si fueran un millón.
Aquí dejo esta carta, la deslizo bajo tu puerta. Espero que leas, no con emoción ni perdiendo la razón, sino para que sepas lo que quise decirte cada vez que preguntabas el por qué de mi mirar extraño, fijo, y perdido.
Esto es lo que te decían mis ojos, pero a mis labios les faltó decir. Gracias por llenarme con tu gracia. Gracias por tu dulce compañía. Gracias, por ti.
18.170645-66.040964