Veo niños y ancianos
el amor, que es un milagro
la vida, y como nos sublimamos
en nuestra vejez.
Veo el verde en las hojas
el rojo de las rosas
el azul del cielo
y hasta el rosado de los gusanos
y no puedo pensar en otra cosa
que no sea en lo perfecto.
Y llega la idea del Dios
omnisciente y todopoderoso,
compasivo, pero furioso
ese Padre enajenado
que pide alabanza, rezo y sacrificio.
Pero hasta donde llega la perversidad del hombre
que ha convertido a un organismo creador –
a un ente cíclico en la eternidad –
en un libro polvoriento en un estante.
Y nos llega la ira del Grande,
transformada en plagas, inundaciones,
y en mil cataclismos,
en arañas, langostas,
y doscientas calamidades
que aún no tienen ni nombre,
y nos quita los respiros
la paz en que vivo.
Es entonces que nos llega su salvación –
luego de su maldición –
convertida en cruces doradas,
plata y astillas,
en un hombre triste
cubierto de sangre
ahí clavado
acompañado de su madre
quien lo llora hasta hoy,
y cuyo sufrimiento
se apodera del cerebro
y el corazón del hombre.
Y ya con la idea del Dios
omnisciente y todopoderoso,
compasivo, pero furioso
ese Padre enajenado
que pide alabanza, rezo y sacrificio,
el mismo que nos protege
que nos castiga, y nos ilumina
y a veces hasta nos latiga…
…pero las ideas tienen una peculiaridad,
y es que sólo existen
en la cabeza de quien las piensa,
y al igual que la vida, la belleza y el verde
son efímeras.