Allí estaba
aún amarrado al castaño
enjuto su rostro
y fuerte su vida.
Aunque deseaba morir
esas amarras lo sostenían
al recuerdo
a la vida.
Muchos pájaros
anidaron en sus manos,
muchas abejas
cultivaron su miel
en su cabello largo,
a veces enmarañado,
pero nadie logró
tocar su corazón.
Ese antiguo guerrero
luchó, batalló
mas nunca murió
mas nunca ganó.
Las cruces:
aquellas cicatrices
todavía eran visibles.
Sus uñas
sus dientes
su mirada
estaban carcomidos
por el tiempo.
Sus pies
eran el reflejo
de cuantos ríos,
trincheras y desiertos
cruzó en su vida.
Sus ojos,
eran diario
eran historia
a veces negra
a veces roja.
Así vivió
muriendo todos los días un poco —
agonizando —
atado al castaño de un imposible
acompañado de algunos pájaros
porque los guerreros
desdichados en el amor
aunque honrosos en los cuentos
viven condenados
a un centenario
de soledad.