El tiempo futuro es una maraña de sucesos que no han ocurrido, las cuales causan tensión, y sólo sirven para percudir la imaginación. Con el “ay, si fuera” o el “podría ser”, el ser humano tiende a planificar toda su vida. Todo su destino gira en torno a una posible mentira o a un remoto tal vez.
El tiempo presente es como las líneas que se forman cuando vas en el asiento trasero de un automóvil mirando hacia afuera por el cristal pequeño. Es todo un itinerario de detalles prácticamente imperceptibles; un conglomerado de colores y formas indivisibles. Todo ocurre tan rápido: es tiempo presente, el cual, al culminar su análisis, ya es pasado.
Admito que soy parásito del tiempo pasado — es lo único claro, lo único acerca de lo cual puedes estar seguro, a ciencia cierta, que es completamente veraz. Está evidenciado, y podemos regresar a él cuantas veces queramos. Sólo existe una condición: regresamos en calidad de espectadores. No es posible cambiar nada ahí, y revivimos sin claridad, a veces perdiéndonos en una temporalidad tempestuosa.
Existen muchos pensares en cuanto al pasado, y reina la idea que al ser pretérito, no vale la pena regresar. ¿Pero no es este tiempo que pretendemos olvidar nuestra mejor guía acerca de como conducir un presente cuyo diario sea uno digno de releer?
Existen también quienes hacen de su ayer un hoy. ¿Es eso posible? Podemos hablar de cómo, al momento de cavilar sobre lo viejo, lo hacemos nuevo, por estar invirtiendo recursos disponibles sólo a la contemporaneidad. Quien sabe, tal vez al pensar en el pasado, estamos haciendo un viaje temporal, histórico.
Estas son sólo ideas torcidas en cuanto a un tema incierto, variable. Siéntase libre de crear su propio criterio, y quien sabe, tal vez cuando alguien lo visite, ese pensamiento añejo podría convertirse en uno corriente, hogaño.