Hate!

…un post dedicado a #LaFamiliaDelOdio

Según la Real Academia Española, el término “odio” significa “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”, contrario a “amor”, que es un “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.”

No hay odio si no hay amor. Son los polos del alma. Amas los orgasmos, pero odias a Justin Bieber. Es algo #normal.

Yo odio bastantes cosas, pero entiendo que todos son odios justificados. Aunque pienso que Justin Bieber asimila un ratoncito pendejo, con un look rayando en lo marica, no lo odio, porque no odio a los maricas. Es cierto que siento cierta aversión hacia él, pero debe ser el peinado de mamalón que lleva.

Anyways, aquí les dejo una lista de diez cosas que odio apasionadamente:

1. Puedo decir que odio la estadidad, y a las personas que degradan mi país desinformadamente en pro de un ideal que no les pertenece. No tengo tanto problema si eres un estadista, y tu opinión en una educada: hay espacio para diferentes vertientes ideológicas. Pero si lo haces pensando que vas a obtener un progreso económico desmedido, y eres capaz de tirar al medio a tus compatriotas por dinero, estas en mi “hate list: to be brutally murdered”.

2. No tengo ningún miedo a decir que odio a Félix Plaud. Con su delicada voz, y su falta de elocuencia, no convence, pero hiere oídos, y falta el respeto de cualquier persona con sentido común. Es uno de esos estadistas descritos en el punto #1.

3. Odio, al igual que las reses estadistas mal educadas, a los religiosos criticones, ciegos, y que todo lo resuelven con una “oracioncita a Dios”. No tengo problemas con que pertenezcas a la religión que sea. Hasta me puedo sentar contigo a hablar de tu Dios, sea cual sea, porque conozco algo de la historia de las religiones del mundo. Pero en el momento que me digas que los Haitianos se buscaron el terremoto por no llevar a Crihto en su corazón, que Ghandi va al infierno por ser Budista, o que sencillamente me empieces a “mandar fuego”, te puedes ir al soberano carajo. Si lo haces, eres tan becerro como el individuo que cito en el punto #2.

4. Odio – puñeta – sobremanera la gente presentá. Uno más uno es igual a dos, no a tres ni cuatro. O sea, haz la maldita matemática, y no te incluyas dónde no te han llamado. Y si lo haces, mantente al margen, porque puedes terminar con un golpe encima del ojo. Yo soy un presentao en las redes sociales, pero pues, si escribes tus problemas en un medio público, te expones a la opinión popular, y yo tiendo a ser bastante opinionado.

5. Detesto la gente bruta. Si, suene como suene, los odio con lo más profundo de mi corazón. Y si odio los brutos, más los odio si tienen una cuenta de banco jugosa, y su mensaje es uno que inspira la emulación de su intelecto. Mi odio está fundado en el hecho que esta trulla de cabrones con el cerebro de un mime son quienes, en resumidas cuentas, terminan dominando al país. Para más detalles, véase el siguiente punto.

6. Odio la cara de pendejo de Luis Fortuño. Hay veces que pienso que es un simple organismo similar a una ameba con piernas, y con limitadas habilidades para gobernar. Otras, que es un brillante estratega, y que todo lo hace con “un plan premeditado para conquistar el mundo”. Pero la mayoría del tiempo pienso que es un bruto, cuya cara refleja lo que es. El cabrón debería apodarse “Clueless”. Sinceramente pienso que es una de esas bestias que comenté en mi punto anterior, de los que logra, por suerte, agarrar al país por las pelotas.

7. Pero no sólo siento aversión hacia seres humanos, y algunas de sus actitudes. Hay algo que no sólo odio, sino que me repulsa sobre manera, y es el caldito de zafacón. Ese hedor que lo acompaña es, sencillamente, naunseabundo. Y odio, aborrezco, y cualquier sentimiento peor que pueda imaginarse, cuando ese líquido anaranjado, apestoso, y muchas veces medio pegajoso, me toca las manos o la ropa. El que se inventó que los alimentos podridos debían supurar pendejaces, deberían colgarlo del Sears Tower en Chicago.

8. También, deseo que desaparezcan de la faz de la Tierra las cabronas cucarachas. Acepto que es pendejismo mío, les tengo “un poco” de fobia. Pero, ¿qué maldito rol juegan ellas en nuestro ecosistema? Entiendo que es sólo y exclusivamente el de joder a tipos como yo, que no toleran esas antenas y alas color marrón. Pero dígame usted, estimado lector, imagínelas caminando, con su distintivo vaivén desorientado, por sus cachetes y adentrándose en su boca cuando esté durmiendo. O velando la güira para comerse ese pincho de cerdo que tanto está deseando. Lo colocas en la mesa y… fuás! Se te adelantó, y está dandole mordiscos invisibles, impregnándolas de sabrá Dios que, porque las hijas de la gran puta no se lo pueden comer completo: Ni tan siquiera un pedazo divisible. Por eso se han ganado mi odio. Son peor que un ratón de ferretería, que como no pueden comerse los clavos, los mean.

9. Tengo que decir que odio la gente mentirosa. Tal vez se debe a mi inhabilidad de ser buen embustero. A mí se me nota en la cara, y peor aún, se me olvidan. Pero soy bastante buen lector de rostros mentirosos. Cuando una persona miente, le cambia el semblante, y el todo con que dice la falacia. Te trata de convencer más allá de toda duda razonable que su historia es una veraz, y por eso los odio. No es ni siquiera por la mentira, porque eso es problema del embustero, sino por la cantidad de mierda que tienes que escuchar, leer, o simplemente tolerar para añadir credibilidad a la aventura ficticia.

10. Más que nada en el mundo, odio, al mismo tiempo que me inspira lástima, la gente que odia sin razón. Entiendo que para odiar algo, debes tener algún motivo. Aquí yo he expresado razones específicas justificando mis detestos. Por lo general, los autoproclamados “haters” son niños entre dieciséis y veintidós años que se aprendieron a limpiar el culo la semana pasada, y odian por pura rebeldía. Yo era uno de esos, hasta que aprendí que es una pérdida de tiempo, porque cuando odias por odiar, terminas engulléndote esa antipatía analmente. El problema no es ni siquiera ese, es que cuando te encuentras en plena ingestión culífica de tu odio, hay alguien que te está mirando y sacándotelo en cara. No pierdas el tiempo, además, los que odian sólo para cumplir con los rigores de la moda, no van al cielo. Verifiquen, lo dice en Tesalonicenses 3:56.

Algún día escribiré una lista que cosas que amo, pero eso no ocurrirá pronto, porque soy un pesimista de mierda. Y aunque lean mis escritos, y piensen que soy un cursi, engreído, y tal vez hasta con una dulzura que raya en lo maricón, están jodidos, porque esta entrada es diferente. Es más, al que piense eso, lo odio también.

Jódanse, y odien, pero con gusto y razones.

El Viajero Del Tiempo

“I am the magic man
the one who flies through time
dipping my fingers in the sand
shaping the blast
without breaking the glass.”

Recuerdo cuando te conocí, tenías veintidós años. Eras joven y llena de vida, eterna en la alegría que iluminaba tus ojos, y la sensualidad que adornaba tu cuerpo. Recuerdo tus rizos cobrizo, tus manos blancas, y tu suave piel. Tus mejillas aún conservaban el rosa de tu niñez.

Atesoro tus rasguños en mi espalda, y el eco de tu voz en mi alma. Aún llevo tus besos prendidos de mis labios, y tu cuerpo en mi respiración. Cuando cierro los ojos, veo la belleza de tu desnudez, tu cintura delicada. Siento tus caricias en mi cabello, y tu gemir se adueña de mis sentidos. Fue tu amor el que despertó mi deseo de convertirme en tu crónica de aire.

Era mi voz la que deletreaba tu nombre en las cuerdas del viento; mi mano la que provocaba tus inexplicables escalofríos; mis besos, los que acariciaban tu rostro cuando llorabas; mi canto, el que te arrullaba cuando querías dormir.

“I watch you from nearby
surfing the whiskers of air
diving in your body of sin
hell and heaven well aware.”

Ayer te vi niña, envuelta en tu cabellera castaño. Tu piel blanca y el rosa en tus mejillas te hacían lucir como una figurita de porcelana. Con tu falda de cuadros y tu presencia angelical, despertaste en mí una ternura que hasta entonces era desconocida para mí.

Yo era quien que te observaba cuando salías del colegio con el cabello revolcado y los zapatos polvorientos. También, a quien veías de vez en cuando en el reflejo del espejo, y jurabas que era tu imaginación haciéndote bromas.

Antes te vi anciana, tu rostro y tus manos cubiertos de arrugas. Tu piel maltratada mostraba una vida dura, y las líneas de tus ojos revelaban tu experiencia, inteligencia y madurez. Tu cabello plateado daba un toque irreal a tu presencia, que era por sí sola, monumental.

Sí, yo era quien te ayudaba a cruzar la calle cuando la vista te comenzó a fallar. También, quien te mecía en aquel sillón que tanto te encantaba. Yo fui el que te devolvió el periódico cuando el dolor te la arrancó de las manos. A mí era a quien confundías con la brisa, cuando acariciaba tu rostro. Tu vejez despertó en mi respeto y admiración, y el deseo de permanecer mis últimos años a tu lado, aunque fuera en delirios.

“Now I wave my magic wand
to watch you, both young and old
forever enthralled with your soul
you eyes and your fiery tongue.”

No sabes cuánto me hace sonrojar tu sonrisa; no sabes cuánto me hacen sufrir tus lágrimas. Habito tus venas, y en aquella foto sepia que conservas aún en nuestra habitación. Hoy vivo enamorado de ti: de tu niñez, de tu vejez, y de esos besos, los cuales llevo inscritos en mi existencia.

Sólo tu existencia me aparta de extinguirme, y alimenta el deseo de latir contigo. Es por ti que soy un viajero del tiempo. Aunque mi cuerpo ya no sea, siempre te acompañaré. Viajo contigo y a través de tu historia, aunque no me veas. Soy, sólo por ti.

“I am your magic man:
swinging though your life with ease
playing with time
holding your light
teasing your stare, forever mine.”

La Muerte De Katerina

Katerina se encontraba al borde de su cama, al igual que hacía diariamente en las mañanas y en las noches, antes de dormir. A veces pintaba sus uñas, otras, si iba a lucir una falta corta, pasaba lociones sobre sus piernas. Hoy sus manos modelaban una lánguida soga sintética entre sus dedos.

Escuchaba una dulce voz, dando gritos dentro de su cabeza.

“No tienes nada que perder. Hazlo. Anda y hazlo.”

“Siénteme acariciar tu cuerpo, tus manos, tus senos, tu cuello. Déjame mezclarme con tu alma, abrazar tu vida tan fuertemente, que no vas a querer dejarme atrás.”

Había terminado su relación con su novio hacía meses, sus padres habían fallecido, y su trabajo era demasiado monótono y poco aventurero.

“Hazlo, anda” – repetía, junto al eco sordo en su interior.

Llevaba planificando ese día por meses. Había nombrado a la cuerda “Génesis”, y había previsto donde tendería su cuerpo: debía hacerlo frente a la ventana, porque quería que su último acto fuera dramático.

Sin pensarlo mucho más, se acerco a la ventana, se paro en una silla, ató un extremo de la soga del riel de las cortinas, envolvió el otro alrededor de su cuello, cerró sus ojos, y dejó caer su cuerpo al vacio, acompañado por un redoble hueco, como el murmullo de la caída del mueble.

Todo se veía nublado, oscuro. Veía formas las cuales no reconocía. Sentía el desasosiego típico provocado por la falta de compañía dentro de la oscuridad total.

A medida que mi vista se iba aclarando, pude identificar una luciérnaga, que navegó a través de mis manos sin el más mínimo esfuerzo. Mi cuerpo era translúcido, pero era ente, aunque se deslizaba con la brisa de aquel oscuro lugar. Aunque realmente no podía asegurar la oscuridad, porque no distinguía luz, pero mi visión era perfecta. Yo era una con aquellas tinieblas. Mis ojos eran pequeñas lentejuelas, y los menudos vellos de mis brazos, pequeñas algas luminosas.

Escuchaba unos quejidos a lo lejos. Creo que puedo casi ver la voz, y palpar el llanto. El llanto era copioso y la voz era roja.

Este lugar era tan inverosímil… Me conmovía y me confortaba, me aturdía, aunque nunca me sentí tan viva, tan despierta. Mi respiración se sentía fría, pero real.

Mis brazos se alargaban, y podía beber con ellos el vino que se encontraba en aquel pozo. Bebí por horas sin embriagarme. Sentía insectos bajo mi piel, veía unas cucarachas comiendo las uñas de mis pies.

Entonces, recordé, y toqué mi cuello. Tenía unas raíces que se entrelazaban desde mi cintura, por dentro de mi pecho, y salían por mi boca. Me ahorcaban, desde adentro, mi respiración ya no era fría – era ahora inexistente. Pero Génesis me inspiraba tranquilidad. Mientras fuera ella quien se entretejía con mi cabello, todo estaría bien.

Nunca había visto sus ojos verde brillantes, ni me había percatado de su cabellera rubia, suave, delicada, pero con la fuerza de dioses. Génesis lamía mis lágrimas, las cuales no me había percatado que fluían incesantemente. Me mordía también, suavemente, los lóbulos de las orejas.

Pero había alguien más ahí, alguien que quería robarme ese mundo de sombras embriagantes. A lo lejos, veía sus manos grises acercándose. Desesperé, e intenté correr, pero las manos me alcanzaron, y comenzaron a despedazar mi carne.

En un último intento, y con mi última piel, suspiré, y me deje caer del viento.

“¿Qué ocurrió?”

“Te encontramos en el suelo. ¿Estás bien?”

“Si, me duele el cuello. Déjame pararme…”

“No te muevas, que aquí están los paramédicos. ¡Estás loca!”

Las voces se iban desvaneciendo poco a poco, la luz era tenue, y el sueño aplastaba mis párpados.

Hoy me encuentro al borde de mi cama. Génesis no me acompaña hoy, pero la extraño, y extrañamente la deseo.

Cierro mis ojos, y puedo sentir las voces mudas acariciando mi cráneo, desde adentro. Se siente como un déjà vu – debe ser una segunda oportunidad. Sólo quiero nadar en el viento, para siempre gigante en mi oscuridad.

Sonámbulo

Hoy despierto, igual que ayer, sonámbulo. No recuerdo si ya lavé mis dientes, porque todos mis días son iguales. Enciendo mi televisión, y veo noticias que me consternan por sólo cinco minutos – ya lo he visto todo. Si lo que veo no son mis nuevas, y ese mundo no es el mío, que más da.

Me dirijo a cocinarme algo, porque gruñe mi estómago. Al mirar dentro de mi nevera, me pregunto: ¿tostadas francesas, huevos fritos o en revoltillo? Me da igual, porque el café es igual.

La ropa que llevo es la de anoche aun. La que tengo en mi closet es la de la semana pasada, o de la antepasada, si tengo suerte.

Veo algunos seres compartiendo mis pasos, también sonámbulos, con quienes cruzo miradas, pero están todas vacías. Mis ojos son sólo cuevas, órbitas cóncavas que no invitan a nada.

Ni siquiera el agua cayendo sobre mí auyenta esta anestesia. Mi vida vive confinada en un trance, inescapable, monótono, e innegable.

El orden en el cual realice mis labores matutinas no importa, el desenlace es el mismo: me dirijo a mi trabajo, intento sobrevivir algunas horas, para luego regresar.

Sin ninguna eventualidad, lavo mi cuerpo, y me acuesto a dormir. Es ahí donde despierto, en sueños, dónde soy la arena del envase de cristal, y dónde, con una pincelada, trazo valles verdes, muñecos de nieve, y millones de destinos.

Luego comienza el otro día, el mismo de ayer, la misma vagancia sonámbula, como el ratón en su laberinto genérico, cuya ruta ha memorizado. Luego, sólo queda correr en la rueda, sin dirección.

Estudiantes, Lucha, Libertad

Cuando recibí mi suspensión académica, me di cuenta lo importante que era aquel lugar. Definitivamente, aquellas cientos de paredes eran más que concreto armado, sino un lugar dónde se enseña a vivir. Cuando regresé, lo que en un comienzo eran ganas de fiestas y alcohol, se había convertido en una urgencia auténtica por aprender.

Lo más que disfruté de la Universidad de Puerto Rico, aparte de lo académico, fue la relación intercultural entre estudiantes. Allí aprendes del chino que se sienta junto a ti en el salón de clases, o del argentino que conociste en los pasillos de la Facultad. Conoces al cristiano, al budista y al ateo. Todos éramos profesores y estudiantes simultáneamente.

No recuerdo enemistades más allá de algún malentendido por faldas. Durante esta travesía nos unía un fin común: convertirnos en entes pensantes, autosuficientes, capaces de de enfrentarnos al mundo, y devorarlo de un bocado.

Recientemente, han resurgido antiguas visiones que habían quedado olvidadas, porque en este lugar no hay tiempo ni espacio para estos discursos, son temas que dividen. Se ha retomado la pelea estéril causada por la coartación del aprendizaje y la libertad, y se toman bandos. Es de entenderse, porque en este lugar se profesa como religión el libre pensar, así es que hay espacio para llegar a tus propias conclusiones. El problema es que el discurso que se lleva en este momento es uno que confunde, que promueve la enajenación antes del bien común. Hay que sentir por nuestros colegas, porque eso es lo que hace patria.

Hoy, hago mi llamado: estudiantes, profesores, y libres pensantes: entre nosotros no hay enemigos, sino ignorantes y mal informados. La guerra de boricua contra boricua no es una pelea justa, es la misma sangre, y mucho menos si aparte de compueblanos, somos vecinos de estudio.

La lucha debe ser una, y es contra la idea necia y errada. Cuando este mensaje invada nuestro segundo hogar, e intente violentar nuestra paz, hay que sonar las trompetas y disparar los cañones – el disparo de palabras, del discurso sabio y de todas las razones.

Ahora, llamo la atención de nuestros gobernantes: recuerden que su labor se debe al deseo del pueblo. La administración de nuestro país, aunque no es tarea fácil, debe ser ecuánime, y buscando nuestro mejor interés. Recuerden siempre que los estudiantes somos los cerebros del futuro, los que dirigirán nuestra tierra hacia un mejor mañana. El negar el derecho a luchar y estudiar condena esta gestión, tendremos líderes débiles y de pensar poco profundo, completamente incapaces hacer avanzar nuestra cultura.

Enfatizo a estudiantes, decanos, profesores y directores, a la gente, y hasta al presidente: ayer esta guerra y estos motivos eran los suyos – si no lo son ahora – y serán los de tus hijos, nietos, o del hijo del vecino. El estúpido es el único que no se da cuenta que cuando se derrama la sangre del pueblo donde nacimos, la afrenta es contra uno mismo.

El fin de esta batalla es perpetuar una educación libre y accesible, esa es la consigna y la meta. Hay que detener este matricidio. El camino somos nosotros, porque esta lucha que hacemos también nos educa, y más, nos fortalece. Hay que unirse en ideales y en manos.

Cuando alcancemos esta libertad, alcanzaremos la paz. Vayamos, vivamos, y venzamos.

Una Noche De Programación

Estoy en mi oficina, acompañado de un acondicionador de aire que no se cansa de soplar, dos monitores, mi computadora portátil, y mi teclado. Es casi media noche, y realmente no quiero estar aquí, prefiero el calor de mi hogar, y ver la sonrisa de mi hija.

Inicializo mis herramientas de trabajo: Visual Studio 2010, SQL Server 2008, Internet Explorer y Notepad. Parezco el hijo perdido de Bill Gates, obviamente, sin la fortuna, pero patrocinando todos sus productos.

Una de mis pantallas lee: Page Language=”C#”, y tiene un cursor que parpadea incesantemente, causándome un poco de tensión.

Comienzo a escribir, como un secretario. Cada palabra que escribo complementa las vibraciones impersonales de este lugar. Tal vez debería colgar algunos cuadros aquí para crear una atmósfera mas familiar.

Al poco tiempo, comienzo a procrastinar. Accedo mi Facebook, a ver quien me ha escrito. La mayoría del tiempo, no hay nadie nuevo. A veces recibo una receta de la Chef Milani, o una invitación a jugar con “La Finquita”, la cual deniego gustosamente.

Luego leo mi Twitter, el cual permanece visible durante toda mi estadía en mi espacio privado, y continúo escudriñando a ver si hay alguna conversación en la cual pueda insertarme mágicamente.

Después de un rato, regreso a lo que hacía anteriormente. Ese cursor me atormenta. Reviso mis correos electrónicos para retomar el hilo de lo que hacía ayer, o antes de ayer, lo que tenga más prioridad. Continúo escribiendo impacientemente.

Al pasar algunas horas, comienza a atormentarme la soledad, y por alguna razón que no he entendido aún, siento una erección. Debe ser la falta de compañía, la necesidad de calor humano, inalcanzable dentro de estas letras robóticas. Tal vez es sólo que mi compañero dentro de mis pantalones esta aburrido. Quien sabe.

Me dirijo al navegador. Usualmente navego con Firefox, Internet Explorer es muy lento para mi gusto, y guarda demasiada información de mi actividad en el Internet. Busco un poco de pornografía, pero la verdad es que ya no me gusta como cuando tenía dieciocho años, o, al menos, no verla solo. Prefiero hacerlo acompañado, y jugar al “hagamos eso, a ver que pasa”.

Si la impaciencia me agobia demasiado, voy a la oficina de mi vecino, y le robo un cigarrillo. Aunque dejé de fumar oficialmente hace mucho, de vez en cuando me doy ese placer secreto, que cura todas mis ansiedades, al menos, por un rato.

Cuando termino de fumar, regreso a Twitter, y escribo un comentario dirigido a “#nomention”. Por lo general va en la línea de: “Me gustaría hacerte cosas, bla bla bla”. Asumo que ese mensaje se pierde en los confines del ciberespacio, sin leerse, sólo por mí. Lo persigo por horas, observando como se apiñan sobre él los mensajes de mis llamados “Amigos”, a quienes no conozco personalmente.

A veces entro a mi blog, a verificar el tráfico. Me gusta ver al menos diez visitas diarias, y si son más, me siento como el New York Times. Para mí, eso iguala a éxito.

Sin darme cuenta, ya he terminado casi todas mis tareas laborales. Ya son las 3 de la madrugada. Todavía no comprendo que hago en mi oficina un domingo a esta hora, pero aquí estoy.

Dentro de esta rutina agobiante, siento un peculiar placer. Me fascina mi vida electrónica, aunque no lo admita abiertamente. Creo que es cierto anonimato que uno cobra, como el que toma un dulce y lo come, sin pagar.

Veo el reloj. Creo que es hora de volver a la realidad, despegarme del brillo de las pantallas, y conducir a mi casa, a dormir un poco. Mañana me espera otro día, igual al de hoy.

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La Verdadera Historia de Puerto Rico

En el año prehistórico 1492, Dios creó una isla en el Mar Caribe llamada Boriquén, y la pobló con dos indios, uno era Adán y la otra, Eva. Ellos tuvieron tanto sexo, que poblaron el territorio con muchos indiecitos, a quienes nombraron Taínos.

Al pasar las décadas, como ocurre en todas partes, la sobrepoblación propició la criminalidad y el uso de drogas ilegales, quienes se adueñaron del lugar. Había “tecatos” por todas las esquinas, así es que a Adán y Eva, quienes habían adoptado los nombres “hippies” Guarionex y Yuixa, llamaron a España para que los ayudaran a poner su isla “bajo control”.

España tenía una fuerza policiaca muy poderosa. Se distinguían por poseer la primera “Fuerza De Choque”, que consistía de unos negritos alterados genéticamente, y alimentados con esteroides para aumentar el rendimiento físico. Luego de recibir la petición de ayuda, enviaron al Cristóbal “El Genovés” Colón, y a Juan “Ponce” De León, junto a dos mil agentes de la “Fuerza De Choque”. Chris y Juan se alojaron en San Juan, y estacionaron a los negritos en unos terrenos baldíos que había en Loíza.

La “Fuerza” comenzó a construir unas edificaciones para alojarse, a las cuales llamaron “Caseríos”. Como es conocido, el uso de esteroides aumenta la agresividad y la urgencia sexual, así es que empeoró la situación cuando comenzaron a violar a las Indias vecinas. A los españoles no les quedó más remedio que pedir ayuda a los Estados Unidos, el primer país Americano.

Ellos pusieron en marcha un plan que incluía Becas “Pell”, estímulos económicos mediante bonos, y dinero para comprar alimentos. También, reforestaron “El Yunque” y construyeron “El Morro”, para fomentar el turismo. También nos ayudaron a combatir los problemas de salud que existían en aquel momento, regalándonos, en primicia, pastillas anticonceptivas y hasta la cura para la gripe porcina. Se dice que próximamente nos llegarán la cura del cáncer y la cura para el SIDA. Los Españoles y Taínos, agradecidos por la benevolencia Americana, les regalaron las tierras de la antigua Boriquén, quienes las renombraron como “Puerto Rico”.

Con toda la maquinaria en marcha, trajeron la televisión, el Cable TV, y fundaron el periódico “El Nuevo Día”, para educar a los indios y negros. Estos fueron los cimientos de una tierna relación de amor, al estilo “The Brady Bunch”, entre los ciudadanos. También introdujeron deportes apropiados para la población general, que antes sólo comía peyote y se lanzaban con unas piedras enormes en unos parquecitos llamados “Bateyes”. Fomentaron el baloncesto entre los negros y el beisbol entre los indios.

Poco a poco, al irse purificando sus espíritus, fueron apareciendo los primeros puertorriqueños blancos y de ojos azules.

Por otro lado, se creó una resistencia al modernismo y progreso: “El Partido Nacionalista”, fundado por los terroristas Pedro Albizu Campos y Rubén Berríos. Este movimiento vil y cobarde envío a los Estados Unidos a una mujer para seducir y asesinar al Presidente de los Estados Unidos, y así obstaculizar la labor de reconstrucción de este preciado país.

Pero, indiscutiblemente, el amor Americano hacia el nuevo Puerto Rico era tan grande, que nos perdonó nuestra afrenta, e incluso, nos permitió nombrar un administrador para nuestro país. Fue este primer gobernante, Luis Muñoz Marín, quien obliteró el movimiento nacionalista, pero marcó otro momento nefasto para la Isla, la creación de otro movimiento terrorista llamado “La Pava”.

Agraciadamente, existían Puertorriqueños fieles y llenos de dignidad, y reciprocaban el cariño Estadounidense. Fue Don Luis A. Ferré, quién llegó a millones de corazones con su consigna “La verdad no grita, la razón convence”. Armado con sólo palabras y el alma en su mano, pudo vencer al tal Muñoz Marín.

Ferré comenzó su labor de reconstrucción, la cual fue continuada por Don Pedro Rosselló, a quién la iglesia Católica beatificó por sus milagros, curaciones y don de palabra. Rosselló trajo, sobre sus hombros, el primer tren de la Isla, y creo sitios para celebrar actividades públicas, uno de ellos conocido como “Choliseo”, cuyo significado en latín es “Diversión de ojos azules”.

Este gobierno, que nos garantiza progreso y bienaventuranza, hasta el día de hoy ha sido continuado por el Honorable Luis Fortuño. Sus grandes esfuerzos han intentado ser saboteados por los recientes miembros de la “Nueva Pava” – “El Caníbal” Acevedo Vilá, Rafael Hernández Colón, y Silverio Pérez – pero no han tenido éxito en su gestión.

De esta manera continuamos hoy viviendo, con el progreso traído por los gigantes Americanos. Le agradezco a mi maestra de Estudios Sociales de sexto grado por narrarme a tan corta edad la cruda verdad de mi Puerto Rico. Mi abuela intentó manchar la reputación de tan ilustrada maestra, haciéndome otra historia de nuestros orígenes, pero qué sabe ella en la chochedad de sus años.

Discotheque

La única iluminación que existía en la discoteca provenía de aquellas luces intermitentes, las cuales provocaban que las decenas de almas que ahí se movían rítmicamente, se congelaran en el tiempo por una fracción de segundos. El conjunto de los sonidos selváticos exhalado por las bocinas, y el estruendo de las respiraciones extáticas de las almas que ahí se encontraban, nublaban mis sentidos. Tomé a mi compañera firmemente de la mano, y nos adentramos en la multitud. Cegados por el resplandor de la oscuridad, comenzamos a bailar, y, luego de más o menos veinte minutos, nuestro ánimo formaba parte de la gran orgía musical que allí tomaba lugar.

Al mirar a lo lejos, se podían distinguir los celajes de los cuerpos involucrados en un ritual sin inhibiciones, cuyos únicos testigos eran algunos ojos extraviados y la música que sacudía las extremidades de todos aquellos seres, de todos nosotros, hipnotizados por la luz irregular, embriagados por el alcohol, y entregados a la música de los tambores y las voces confusas de los sintetizadores. Se comenzaban a escuchar los gemidos del deseo, contagiosos y exuberantes. Yo simplemente apreciaba la belleza de quien bailaba exóticamente frente a mí. Desde que entramos a aquel lugar, nuestro interior se inundaba con pasiones ocultas y erotismo prohibido.

La sensualidad de los movimientos aumentaba, hasta que nos encontramos contra una pared que nos impedía escapar el uno del otro. Era un rincón oscuro, como el resto de la pista de baile. Nos besábamos, y acariciábamos nuestros cuerpos de la forma más exquisita. Nuestras lenguas vagaban erráticas dentro de nuestras bocas, que eran una, al igual que nuestros alientos. Sus manos jugaban y quitaban los botones de mi camisa; mis manos sentían sus senos fríos. Mi cuerpo se movía al ritmo de sus caderas; nuestros deseos se encontraban y bailaban, como danzaba la llama del fuego que llevaba en sus manos aquel que caminó por nuestro lado encendiéndo un cigarrillo.

Los latidos y las respiraciones se comenzaban a intensificar, nublando la atmósfera, opacando la música, la cual no era ya sino el deseo desesperado de nuestros cuerpos queriéndose sentir. Aunque no era posible ver claramente, podía sentir su mirada intensa clavándose en la mía.

Comencé a quitar los botones de su camisa, y mis besos bajaron de su boca a su cuello, de su cuello hasta sus hombros. Luego, besé sus senos delicados y un pequeño lunar que adornaba el espacio entre ellos. Podía sentir los escalofríos que recorrían su cuerpo, su piel erizada por mis besos y por frialdad de esta gruta.

Con cada movimiento nuestro, su falda, la cual era bastante corta, se levantaba cada vez más, revelando su ropa interior, cuyos encajes blancos se tornaban azul neón bajo las luces negras. A lo lejos, se escuchaban las respiraciones agitadas de la multitud, y se podían ver las expresiones congeladas en sus rostros. Sus encajes blancos se encontraban ahora en un bolsillo de mi pantalón.

Mis manos la instruían a entregarle su sexo a mi boca, la cual descendía lentamente, deslizándose por su cuerpo. La devoraba y acariciaba, mientras ella enredaba sus dedos en mi cabello, aproximándome contra su pubis. Saboreaba su delicioso néctar, mientras escuchaba como su respiración se transformaba en un gemido, y su vientre bailaba al ritmo de mi lengua. Entre más ella tiraba de mi cabello, mas intensas se volvían mis caricias. Mis manos y mi paladar disfrutaban de su humedad interior.

Su cuerpo comenzaba a temblar, sus gemidos se volvían entrecortados, y sus manos se volvían heladas en mi espalda. Con un gesto rápido, pero delicado, ella retiró mi boca de su cuerpo.

Con su sabor en mi boca, observaba como su piel resaltaba entre la oscuridad que la envolvía. La acerqué a mi pecho, y la abracé rozando su cuerpo con mi sexo erguido, contenido sólo por mi ropa. Ella acariciaba mi pecho con sus mejillas, mientras aquel roce, lento y rítmico, se volvía apasionado y desesperado. Sentíamos la multitud bajo nuestros pies, mientras nosotros continuábamos con nuestro propio baile.

Utilizando la pared para mantener nuestro equilibrio, envolvió con una de sus piernas mi cintura, mientras con sus manos liberaba el infierno que llevaba dentro de mi ropa, dirigiéndolo a su interior. Besando sus labios conocí su interior, explorando sus más íntimos secretos y profundidades. Entre más me adentraba en su cuerpo, más se intensificaba nuestro movimiento, y mas se elevaba el volumen de nuestro canto sordo.

Su otra pierna se abrazó a mi cuerpo también, mientras yo la sostenía por sus caderas. Ella, utilizaba mis hombros y la pared para impulsarse hacia mí, mientras yo me impulsaba hacia ella. Sentía su humedad bañando mis piernas y su sudor en mi pecho. Nuestros delirios se volvían uno, en una experiencia exquisita dónde no había tiempo, sólo sonidos sordos y nuestro baile erótico.

Al transcurrir los minutos, se aceleraba la métrica de nuestro ritmo, aumentaba el temblor de nuestras piernas, y se volvían mas intensos los gritos mudos susurrados en nuestros oídos. Nuestros ojos, llenos de éctasis, vagaban entre las miradas extraviadas e insospechadas de la gente.

En un último gemido, nuestros cuerpos temblorosos se deslizaron hasta al suelo. Nos miramos un rato, y mi boca no podía pronunciar ninguna palabra descifrable, me había quedado sin aliento. Ella rió, acarició mi cabello y besó mis labios. Junto a su respiración, la cual se encontraba un poco menos agitada que la mía, se escaparon algunas palabras poco inteligibles, pero era evidente la necesidad de llevar nuestra aventura prohibida a otro lugar. Sin vacilar, y con una sonrisa traviesa en nuestros labios, nos levantamos, caminamos entre la gente, y salimos de allí.

No Me Preguntes

Escucho el crujir del cielo, y lo veo desmoronarse en un destello, mientras conduzco mi automóvil a través de una avenida sin final. ¿A dónde nos lleva, llena de piedras y sinsabores, de vidas y decepciones, rodeada por árboles, miradas extraviadas y las vías del tren?

No me preguntes, porque llevo conduciendo por mucho rato y estoy cansado. Estoy añorando tus labios calientes, para olvidar las vueltas de la rueda, la cual gira y gira sin consideración de nadie — ni del tiempo, ni mía. Espero pacientemente por la caricia de tus manos, que se deslice sobre mi pecho y mi cabello, que tus uñas rasguen mi espalda. Siénteme llegar a tu alcoba, sin preguntar nada, y vamos a enredarnos entre tus sábanas de seda y piel.

¿Por qué me preguntas si mis labios tienen amor para ti? Si cuando acaricias mis manos callosas, puedes sentir la vida de un chofer cansado de conducir sobre arena, tierra y piedras, pero dispuesto a recorrer el camino de su vida contigo.

Despertar

Otra vez me encuentro aquí, dibujándote con mis palabras en este cuaderno. De nuevo, soñando despierto, entretejiéndote en la maraña de mis deseos.

Ya no encuentro palabras nuevas en mi pecho, porque esta espera me ha secado, me ha dejado estéril, como un desierto en verano. Mis manos tiemblan mucho al escribir, mis ojos se encuentran ciegos con desesperanza. Mi cuaderno tiene sus páginas amarillas por el tiempo y la humedad.

Tu ausencia es la agonía del que está muriendo, pero no muere. Tu amor son celos y confusión. Mi vida es un sinsentido, llena de pasiones vacías y de promesas escritas sobre la arena en la playa.

Lo que me hace respirar es mi deseo de soñar, aunque sólo sueño despierto, porque ya no puedo dormir.

Hace algunos días, me soñé joven y lleno de vida. Nos encontrábamos en un espacio inmutable; no existía el espació, y el tiempo no transcurría. Sólo existía ese momento, y era nuestro: tú, con esa sonrisa que jamás se marchitará, y yo, suspirando por ella.

Nunca vi tu rostro, pero sé que eras tú. Así es que, sin dudarlo me acerqué, y te besé. No conforme con besar tu beso, también lo atrapé entre mis dientes, fuertemente. Y tú reíste.

Mientras observaba tu sonrisa maliciosa, pude notar como una gota de sangre humedecía tus labios, resecos por el frío y falta de humedad de aquel instante. Acerqué mi mano, y quité el exceso de rojo que tintaba tus labios, y bebí el delicado néctar de mis dedos. Sentí tu vida en mi boca.

Te mirabas en mis labios, que también estaban tintos con el vino de tus labios.

Me acerqué a ti, deslizando una de mis manos entre tu cuello y el lugar donde comienza tu cabello. Con mi otra mano acaricié tu mejilla, y bebí de tus labios. Cerraste tus ojos en un suspirar, mientras me alimentaba de tu vida, y tu alma se apoderaba de la mía. Podía escuchar tu corazón latir. Tu cuerpo se apoyaba contra el mío, y nos movíamos bien despacio, a un ritmo invisible, pero palpable.

Pero, cuando mis ojos se abren, me encuentro en este sillón apolillado, dibujando fantasías en mi cuaderno amarillo, roído por el tiempo. Por eso, he decidido no soñar más: la agonía se ha vuelo intolerable. Me he vuelto vampiro del deseo – me alimento de sueños y fantasías. Ya no quiero aborrecer mi tiempo en vigilia, la pesadilla a la que me enfrento cuando te vas. He decidido dejarte libre, porque haciéndolo quedo libre también. Estoy atrapado en mi deseo de poseerte, mas me he dado cuenta que es un imposible. Mi deseo es sólo otro sueño.

Adiós mi vida, mi sueño, mi esperanza. Adiós mis pétalos color rosa, mi mirada de fuego, mi cabellos de viento, mis labios de seda, mis manos de nieve. Adiós, mi único y verdadero amor. Voy a despertar.