Existen tantas definiciones de vida, como hay existencias, por ser característica común de los entes pensantes. Cada transcurso sobre la vida es distinto, aún en condiciones similares. Y cada uno está regido por un conjunto de reglas y filosofías, tan única como las huellas digitales.
De las veinte definiciones provistas por “La Real Academia Española”, mi favorita es: “relación o historia de las acciones notables ejecutadas por una persona durante su vida.”
O sea, la vida no es meramente el primer respiro, el último, y lo que hay entre medio. Es la forma en que perduras luego de expirar. Por ejemplo, podemos decir que Homero vivirá por siempre gracias a su Iliada, o Picasso mediante sus pinturas, eso considerando que viven a través de su arte, como dice la cultura popular. Viven, porque su obra nos permite escudriñar un trozo de su ente, de su yo consciente, aún después de su expiración.
Puedo complementar su definición de diccionario con mis ideas y filosofías. Por ejemplo, pienso que la vida tiene algo de animal. Es como una entidad que existe aparte del cuerpo y el alma. No es buena ni mala, solo transcurre, como una especie de tiempo consciente de si mismo y de su entorno, pero incapaz de tomar acción alguna. Está sólo ahí, como un espectador silente.
Dentro de sus cualidades cuasi-animales, se encuentra un cándido sentido del humor, el cual le permite burlarse cada vez que te tropiezas con ella. Y un comportamiento simbiótico, el cual permite que te agarres de ella cuando estás cayendo. Te protege de tu crueldad, al mismo tiempo que no te permite huir de ella. Tiene una personalidad dicotómica, sin intenciones, sólo instinto, que puede beneficiarte o perjudicarte.
Percibimos sólo una vida, sin principio ni fin. Es una alfombra de hielo sobre la cual patinamos con nuestros cuerpos cálidos. Es única, pero hay muchos sobre ella, y tus compañeros viajeros verán tus caídas, y tú las de ellos. Y si te burlaste, se van a burlar. Y si pateaste a alguien mientras estaba en el suelo, te van a patear. Muchos le dicen “el karma”. Yo le llamo “causa y efecto”.
No es una esencia cíclica, como muchos señalan, es sencillamente elástica. No vemos ni su principio ni final, porque está en constante expansión, nos antecede y nos precede. Su constante crecimiento es determinado por el tiempo de duración de los que nos mantenemos relacionados a ella. Es similar al espacio sideral, cuyo tamaño está determinado por el constante nacimiento y crecimiento de las galaxias.
Tal vez existen más vidas, con otros entes caminando sobre ellas, quien sabe. Pero en nuestra calidad de humanos sensoriales, se nos limita la conciencia a esta, la cual es invisiblemente palpable.
Dicho esto, creo que no es una acción conveniente el complicarse entendiendo que instinto o idiosincrasia rige a “la vida”, porque pasaremos nuestra existencia buscando unicornios. Sencillamente, debemos adoptar una filosofía la cual no afecte adversamente a los otros seres que caminamos sobre ella. Al contrario, debemos adquirir como un placer personal obligatorio la costumbre de darnos la mano, y si vemos al prójimo caer, ayudarlo a levantar, porque uno nunca sabe cuando nos toque a nosotros tropezarnos en esta pasarela chocarrera.
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