A veinte años de ayer

Si te viera a veinte años de ayer
no se que sería de mis ojos.

Presumo que se me escaparía
la vida, el todo en un segundo.

Imagino latidos en la cabeza
como chasquidos de elefante
mientras me vuelvo infante
enfrentando tanta rareza.

Imagino veinte años y ayer
luego de cien cambios de piel
que serían mis nuevos versos
tallados con uñas y cincel.

Si te viera a veinte años de ayer
no se que sería de mis ojos.

Presumo que esta vida huiría
escapando de los segundos.

Lo Nuestro

Nuestros cuerpos delinean
una trampa, una cálida guarida
Dónde se refugian nuestras uñas
bañadas de dulce muerte consentida.

Estos besos, lánguidos en el proceso
efímeros espasmos y excesos
que nos mantienen sedientos
del veneno, alas de lo bueno.

Nuestras perversidades sin diálogo
son los muertos de enero
nuestros melancólicos gemidos
son de marzo los latidos, y su hilo.

Esta es la vida que no persigo
sombría costumbre sin testigos
es sólo luz, es ruta sin camino
ya ni sé, será de nuestra piel destino.

Desvido

Hay días en que me comporto
como si una vida la hubiera tenido
desvíos del tiempo engañoso
soy una panza, ella, cabello teñido.

Si sumo los minutos y días
llegamos a las semanas tal vez
pero que es, me aqueja la idiotez
de recordarte ausente, y tan mía.

Quién diría que tu cintura, los besos
calarían tanto en mis huesos;
quien diría que cien años después
entre sinápsis te encierro.

Sólo te ofrezco un café esta tarde
olvidemos nuestra cordura
recordemos los besos y tu cintura
entre suspiros, nuestro antes.

Me Preocupa Extrañarte

Me preocupa extrañarte
porque el extrañar y el olvidar
transitan la misma vía
andan de manos,
niños mirando a lados distintos
quehaceres en un laberinto
no quiero, no, olvidarte.

Pero lo hago, poco a poco
necesito tu foto para recordar
tus lineas, tus labios
imaginar tu besar
recordar mis manos perdidas
en tus selvas fértiles
como colonizador
de laderas y cordilleras.

Comienzo a hablarte
desde estas melancolías
desde las noches fingidas
entre sonrisas tardías
con dedos entumecidos
de tanta poesía
versos amargos, quien diría.

Me preocupa extrañarte
porque el extrañar y el olvidar
andan por la misma senda
divagando horizontes opuestos
y eres mi aire.

Día Parcial

Nadas en mis fonemas
en mis argumentos vagos
en los “será” resuenas
y en los “tal vez” te asomas.

Qué será, que tendrás,
será tu mirar voraz
que me priva del aire
pero me hace inmortal.

Qué será, que tendrás,
serán tus labios, frescas fresas
que ennudecen mi lengua
pero endulzan mi paladar.

Será tu firme caminar
cómplice de tu verdad
que no me puedes amar
sólo brindar un día parcial.

Mentiras de la Memoria

Hoy te recordé áurea en mi ayer
cuando por poco me enamoraste
robaste mi aliento sin querer
sólo pensándote hasta el desgaste.

Claro, porque fuiste una ausente
te dibujaba versos en un desierto
transeúnte invisible y pesadumbre
mientras abrazaba nubes y cuentos.

Infatuaciones sin muchas razones
te soñaba, y tu aliento saboreaba
eran mentiras en diez canciones
historietas que iluso fantaseaba.

Irreal nuestro tiempo compartido
no hubo ni piel, ni muertes, ni vahídos
ni desgarré tu corto vestido
fue neblina sin tiempo ni sentido.

Hoy quiero un abrazarme a tu piel
condecorar con gemidos mi victoria
acariciar con mis labios tu desnudez
aunque sean mentiras de mi memoria.

Perdida, O Huyendo

Ella estaba de alma presente ahí
transparente, niebla entre mis dedos
mis manos la buscaban con anhelo
pero la perdí, ni su medio vivir.

No sé dónde dejé nuestras charlas
si las extravié en un tono digital
en la cueva marrón del auricular
junto a las bromas durante el desvelo.

Perdida o huyendo, ¿dime dónde estás?
mis victorias mueren sin destilar
no ves que sin ti vuelvo a ser mortal
te fuiste, en silencio y sin avisar.

Noventa y Dos

Nos recuerdo escuchando música en aquel Ford Thunderbird del ochenta y ocho, mientras su padre ofrecía el Servicio Dominical en la Iglesia. Compartíamos uno de los asientos, y nos acariciábamos el cabello, sin un sólo beso.

Nunca olvidaré su cintura estrecha, ni sus caderas, ni su piel pálida, como luz de estrella, ni los lunares que llevaba prendidos, como luciérnagas de sus nubes, ni su boca pícara, siempre una tentación para la mía.

Guardo en mi memoria como en el noventa y dos le robe ese beso, y cómo luego nos golpeó como pared el que su padre no nos quisiera juntos. ¿Como era posible que aquel hombre, siendo un mensajero de Dios, nos privara del amor? De haber permitido nuestro romance, nuestra historia hubiera sido una diferente, y no hubiera pasado todos estos años imaginando cómo hubiese sido el “esto” inexistente. Aunque él apartó nuestros caminos, el destino es destino, y nos volvió a encontrar.

Yo solía ser una persona de mucha fe, en todos los aspectos. Creía en el ser humano, y su buena voluntad, y tenía esta alocada idea que existía alguien, más allá de mi entendimiento, que me observaba y me escuchaba. Esos eran los días en los cuales conservaba mi juventud espiritual. Con el pasar de los años, mi alma se volvió vieja, al igual que mis deseos, mis ambiciones – maltrechas por el tiempo y la vida.

Isabel era la hija de un ministro luterano, y mi madre frecuentaba la iglesia en la cual su padre ofrecía sus servicios. Yo la acompañaba, y ahí la conocí. Desde que la vi, la quise para mí. Tenía el cabello rubio y rizado, casi por su cintura. Su piel era como la nieve, y sus ojos, como la noche. Quería, a como de lugar, apoderarme de aquellos labios carnosos, adornados siempre por una pequeña sonrisa, y endulzados por una dulce y suave voz.

Luego vinieron sus lágrimas, luego un dulce beso, y luego, una despedida seca y orgullosa, como quien piensa que se lo merece todo. Yo era joven, adolescente, inmaduro, con esa maldita tendencia de alejar todo lo que quería tener cerca. Sólo tenía que mantenerme ahí, perseverando, pero no estaba dispuesto a enfrascarme en una guerra con un General Cristiano a quien yo no le hacía ninguna gracia.

Pasaron los días; así mismo, los meses y, finalmente, los años, y nuestro contacto se volvió frío. Nuestras vidas tomaron caminos diferentes. Aunque realmente desconozco cual fue el suyo, puedo hablar semanas del mio.

Un día, años después, y luego de varios amores y sábanas, decidí volver a acompañar a mi madre a visitar aquella iglesia, sólo por curiosidad. Al menos, esa era la excusa que me daba, por no aceptar la verdadera razón. Un sólo paso dentro del templo fue suficiente para darme cuenta que no podía engañarme.

Al igual que antes, su piel blanca como pétalo de margarita, su delgada cintura, sus senos menudos, sus caderas radiantes. Lo único diferente era el color de sus rizos, que eran ahora miel.

Al final del servicio, me acerqué y extendí mi mano. Y ese ademán se volvió un abrazo cálido. Pero ahí quedo todo: “Bye”, y nos despedimos. Yo me adelanté a mi progenitora, y me marché en mi carro a quien sabe donde.

Esa noche, Isabel llamó a mi apartamento, lo cual me sorprendió mucho. Mi madre le había dado mi número telefónico, por mas que siempre le decía que era privado y que “a nadie” se lo podía comunicar. Pero esa voz familiar fue más que bienvenida. Hablamos por horas, y quedamos en que la recogería en su casa para dar una vuelta.

Si mejor no recuerdo, fuimos al cine. Luego, decidimos ir a la playa, donde caminamos por la arena y las rocas sin que importara el tiempo. Hablamos sin parar durante horas, de lo mucho que había cambiado mi físico, de porque había dejado crecer mi cabello hasta los hombros, de mi barba, de cómo ella permanecía intacta ante el paso de los años, con la única excepción de su cabello y su mirada, la cual reflejaba más madurez. Charlamos de nuestras vidas, de nuestros estudios y trabajos.

Cuando nos cansamos de hablar, nos besamos. Nuestras lenguas bailaban y se fundían como dos espadas sobre la brasa. Mis manos acariciaban su cintura, y sus manos se enredaban en mi cabello. Jamás podré borrarlo de mis recuerdos.

Que ocurrió conmigo, no lo se todavía. Mientras ella parecía retomar todo con la misma candidez que antes, yo trabajaba incansablemente en la manera más fácil de llevarla a mi cama. Es a lo que estaba acostumbrado, a los amoríos de una noche, y así la traté, como a una sábana más. Y ella, ni corta ni perezosa, decidió que eso no era lo que quería.

Ese día era perfecto. La brisa que refrescaba los cuerpos, las nubes formaban animales salvajes. Nos dirigíamos, por idea suya, a un cementerio donde estaba sepultada una abuela de ella, y, junto a su lapida, me dijo las siguientes palabras: “Entre nosotros no va a haber más nada, esto se acabó. Seremos amigos, y ya, sin besos ni más nada.”

En mi cabeza no cabía eso. Me sentí tan humillado, despreciado, que la lleve a su casa y no la volví a llamar, con excepción de una vez, pero ella estaba tan indiferente en el teléfono, que colgué.

La última vez que supe de ella fue porque, hace aproximadamente un año, me encontré con su hermano en un centro comercial. Cuando le pregunté por ella, me contesto que estaba en Alemania, casada y con hijos. Ni siquiera recuerdo si era un hijo o una hija, o si era más de uno. Y como magia, aquel dulce beso adolescente de domingo se convirtió en cianuro.

Me parece increíble como todavía recuerdo el sabor de sus labios, con el aroma del mar y la textura de la suave arena. Me parece increíble como cada vez que escucho aquellos viejos boleros, me es inevitable recordar a Isabel, juntos escuchando música en aquel carro, y mis esperanzas de robarle un beso.

El Olvidado

Escucho pasos, retazos del tiempo
metrónomo de mis pensamientos
rítmicas cavilaciones incesantes
escalofríos que recorren estantes.

Mis fonemas son dialecto del viento
componiendo sílabas en desacierto
inventándole sentido al minuto vivido
óleo muerto, cenizo, hierro sometido.

Muchos años para mí, como mil
son diminutos arroces de abril
puedo jurar que casi soy albañil
artífice de un curioso cajón azul senil.

Mi seso ralo, como yunque de yeso
marea que arremete con pegar recio
martilleo, o humilde cosquilleo
hálito de victimario, o voz de cotilleo.

Mercenario de ideas de arcilla
de cien sinsentidos las manecillas
palpitaciones de tiempo polvoriento
vidrio que mece y contiene el conteo.

Pero eso fue ayer, y antes de la miel
hoy, menos que un calendario de piel
soy el polvo del abandonado anaquel
soy páginas de un libro a medio leer.

Y yo, que no guardo fe en lo venidero
ni creo en cuentos de hechiceros
me encuentro volando alto y lelo
cavilando silente universos paralelos.

Igual, trazo mi camino con pasos
solo nací, y solo abandoné el regazo
aunque mi conciencia ya desespera
harto, adolorido, pero en pie de guerra.

Danza Izquierda

Viviendo tierra en guerra interna
con mi pueblo que no despierta
es gente de sonrisa amarillenta
peleando por las apariencias.

Aprieta el pecho en la caravana
la negra gitana, baila bambalana
grita el necio, de oídos chuecos
voz que sacude como trueno.

Ciegos por la salsa y la bachata
entre dominó, hierro, y faldas
Suena un estruendo melodioso
vuelan aureos gitanas y odiosos.

Egos destruidos en un vahído
metales calientes y sinsentidos
humo y sangre son los testigos
de un pueblo izquierdo y activo.