Érase una vez un trozo de hielo
que navegaba sobre tu piel
no era grande ni pequeño
siempre aventurero y risueño.
En tu cuello las bocas con sabor a miel
lo acaparaban, lo acariciaban, lo desvestían
tus senos lo mimaban, tu cintura lo albergaba,
tu ombligo lo manoseaba, tu sexo lo abrigaba.
Y aquel frio trozo se volvió lengua
y tú, como el hielo, te volviste delirio y humedad.