Poema Verde

Saboreo tus flores, las que me trastocan
tus ramas y tus frutos, verde juego con tus hojas
preparo mi cincel hueco, mohoso y medio chueco
ese que está curado de espíritus y juegos.

Acompañado de mi suerte, que huele a vida verde
tomo mi lápiz, y recito cuatro versos en mi mente
es el eco de mi sapiencia y mi somnolencia
es anestesia necesaria, ofrenda a mi consciencia.

Son calumnias indecentes hacia mi humo verde
las que sugieren la idea de no volver a verte
a tus brazos regreso, juegas con mis dientes
te escucho, respirando, y paseando por mi mente.

Son deseos verdes que se elevan hasta el cielo,
martirizados ante el viento, lento y medio lelo
me vuelas en vahídos, con gusto me elevo
en un viaje, viaje, viaje, me despejo.

Buchipluma

Qué es que lo que pasa, pol qué es que te escondes
chamaquito ignorante, no te lamba y evita el roce
que cuando llega la lucha te vas y lloras
que cuando llega el momento cantas como una Lola.

Escucha, que tu finges vocabulario malo
el que se me sale sin querer cuando hablo alto
mamabicho que te pasa y si no te gusta
te empujo este bicho por esa chocha apestosa.

Tu me vienes con tus refranes de preso
que te pasa niño, si tu no sabes deso
tu vives entre los riquitos de Los Paseos
a ti no te ha faltau ni un cantue queso.

Te escucho hablando con flow de maliante
pero yo me he paseao entre tecatos y gantels
con el pendejo que se hace el mas pedante
y con el rico que no es ningun galante.

Ahora termino mi lamento, tirándote pegamento
cantando mi experimento, escúchame un momento
y espero que cuando haya que sacar las AKAs
no vengas a tirarte peos con la metracaca.

Deja el flow de gentuza, si a ti nadie te acusa
cuelga tus bolas de tráfala y de tusa
vete y aprende en Boricua y en Florida
vete y aprende que a éste no le llegas a la rodilla.

Soñando con Gloria

Me abría paso entre la espesa multitud que se formaba frente a La Confiserie. A lo lejos se escuchaban las sirenas de la policía. Sobre mi cabeza se observaba un lánguido atardecer y las lámparas de la calle.

— “¡Déjenla respirar!”, gritaba uno.

— “¡Pero si no respira, no hay pulso!”, gritaba el otro.

Primero vi unas muletas en el suelo. Mi corazón se aceleraba. Luego vi su cuerpo inerte, con una aureola roja, que crecía coronando sus bellos cabellos miel.

Buscaba mi voz, pero no la encontré. Buscaba mi vida, pero huyó, para nunca regresar.

Realmente esto era todo un experimento. ¿Un triatlón? Y menos con mi increíble condición física.

Era un poco de correr bicicleta, un poco correr a pie, y un corto nado en la piscina. No era tampoco algo muy exigente. Aunque no gané, no hice mal tiempo, lo cual le dio el puntaje necesario a mi equipo para ganar la competencia. Todo este evento era un increíble cliché, encajonando para esta pequeña isla tropical caribeña, dónde no era bueno vivir, pero si divertirse.

Humillante para mí, quien tampoco ganó la carrera, pero me ganó a mí, fue una muchacha coja. Gloria, se llamaba. Tenía una sonrisa simpática, un cuerpo delgado, pero no precisamente atlético, ojos un poco grandes para su rostro, y una piel excesivamente blanca, como la de un fantasma, muy en contraste con mi naturaleza mediterránea. Lo que despertó mi interés en ella fue que me hubiera estado mirando tanto luego de la competencia, así es que me acerqué y le platiqué un rato.

— “¿Sabes que ganaste porque te dejé, verdad?”

— “What? I didn’t win! I just beat you, and you were one of the last.”

— “Como quiera, los tiempos no estuvieron malos. Digo, eso dicen. Yo no sé nada de esto. Yo sólo nadé y corrí.”

— “Pues estuvo patético”, Y se sonrió. Yo sé que había un click por algún lado.

— “Voy a la barra a buscar un poco de gasolina. ¿Te compro un trago? ”

— “Alright: Bourbon with Coke.”

— “Coño, tu bebes como hombre.”

Cuando regresé con los tragos, me estaba esperando al borde de la piscina, donde continuamos hablando durante varias horas y varias copas.

A medida que se iba acercando la noche, el alcohol se convirtió en atrevimiento, y la besé. Ella me correspondió dulcemente. No fue el beso apasionado que vemos en las películas, fue un beso simple, corto, con el cual saboreé sus labios. Luego, su lengua. No tengo que explicar que la pasamos muy bien.

Ya era hora de despedirse, y decidimos escaparnos a su habitación. Los cuartos del hotel dónde nos quedábamos no eran suntuosos, más bien, eran pequeños y simples, evocando un ambiente rústico. Abrías la puerta, y ahí estaba la cama, que no era muy grande. Había una pequeña mesa adornada con flores, y un cuadro completamente genérico que mostraba una playa pintada.

No perdimos tiempo, y nos desnudamos el uno al otro, mientras mordíamos nuestros labios. La levanté del suelo y la lancé bruscamente a la cama, y me abalancé sobre ella a hacerle cosquillas en la cintura con mi lengua. Las risas se fueron convirtiendo en suspiros, a medida que recorría su cuerpo con mi boca. Y esos suspiros húmedos se evaporaron, cuando se abrió la puerta, mostrando dos figuras de vestimenta formal.

Creo que el tiempo se congeló, deben haber pasado como cinco minutos, y no podía moverme. Cuando recuperé el aliento, me di cuenta que Gloria nos había arropado con un edredón.

Eran sus padres, quienes dieron media vuelta y salieron de la habitación. Ella me dijo que no tenía idea que llegarían allí, aunque sabía que tenían copia de las llaves del cuarto, porque ellos fueron quienes lo habían reservado inicialmente.

Nos vestimos y los invitamos a la habitación. Su madre entró, y su padre me haló de un brazo, hacia el pasillo.

— “¿Who the fuck are you, jodido perla de mierda?”

La verdad es que no sabía que contestar, no había pensado en el estatus de nuestra relación.

— “Yo soy Eduardo, amigo de Gloria.”

— “No jodas. Clase de amigo, ah. ¿Sabías que veníamos a buscarla hoy para su operación mañana? Sacando ventaja de su condición, eres tremendo maricón, y te voy a joder.”

Me agarró de la camisa y me lanzó contra la pared de aquel largo corredor. Las puertas del resto de las habitaciones estaban cerradas: claro, estaban todos disfrutando del sol y la playa. Gloria y yo habíamos estado disfrutando de nuestros cuerpos.

— “¡Déjalo papá! ¡Él no sabe nada! ¡Por qué le dijiste!” — Gritaba Gloria, con una voz temblorosa que jamás había escuchado, en legua española, matizada con ese acento estadounidense.

Repentinamente, me sentí fuera de la conversación, totalmente ajeno a este gran secreto, que sabían todos menos yo.

— “¿De qué hablan? Gloria…”

Aquel hombre, mucho más grande que yo, comenzó a llorar. Sus lágrimas se mezclaban con su ancho bigote, y me soltó. Ana, su esposa, se acercó y lo abrazó.

— “A Gloria le operan su pierna mañana. No hay remedio, la pierde. La infección no se detiene.”

El tiempo se detuvo nuevamente. O sea, Gloria cojeaba porque su pierna estaba dañada, pero no sabía que a ese extremo. Cuando la acariciaba, la sentía un poco fría, pero jamás pensé que se debía a algo similar. Se veía completamente normal, blanca, como el resto de su cuerpo, su cintura, y sus senos. Durante el tiempo que pasamos juntos en aquel paraíso, bailamos, bebimos, y disfrutamos de las excursiones, de la playa, como si fuéramos una pareja con veinte años de historia, sin secretos. Pero esto era algo completamente nuevo para mí.

Recuerdo que le pregunté a que se debía su claudicación, y sólo me dijo que era una infección “del tipo que no se contagia. No te preocupes, no me duele, no me molesta. Sólo, que no tengo mucha sensación en la pierna. That’s it.” Aparentemente, that was not it.

El crujir metálico de los tanques de guerra alemanes era inconfundible, junto a su respiración de vapor y su olor a aceite quemado. Los escuchaba acercarse, mientras yo esperaba para unirme a la tropa. Todo en Mauthausen estaba tranquilo. La gente caminaba por el poblado como si la guerra no estuviera cerca, aunque a veces la sangre se podía oler en el viento.

Al llegar la tarde, me dirigí al apartamento. Cuando abrí la puerta, todo estaba extrañamente oscuro, y faltaba el delicioso perfume de mi amada, con el cual me recibía a diario.

Entonces, escuché el sonido que hace la tela cuando se desgarra, y corrí en su dirección desenfundando mi Luger. Abrí la puerta, y ahí estaba aquel gigante rubio, barbudo, y hediento sobre el cuerpo blanco de Gloria. La prótesis de su pierna estaba a un lado, las muletas a otro, y su cara estaba llena de sangre. Definitivamente yo fui una visita inesperada: la cara de asombro de aquel hombre no necesitaba palabras. Sin pensarlo dos veces, hice un certero disparo en su cabeza.

En ese instante, entró la policía, junto a un hombre que había visto antes en pancartas cerca del teatro. Su nombre era Ricardo Gil, un famoso cantante de ópera, y me dijo en perfecto español, el cual era raro escuchar en aquellos lares: “¡Mataste a mi hermano!” Y se abalanzó sobre él, cuyo cuerpo yacía al lado de Gloria.

Yo me acerqué a mi querida, quien estaba muy maltrecha.

— “This man just followed me here. I don’t know what really happened. He came in and beat me, took out my leg, and tried to rape me, but I didn’t let him. I ate his ear. Then you shot him dead.”

Justo dijo estas palabras, y se desmayó.

— “¡Hijo de puta, mataste a mi hermano! Yo lo iba siguiendo e íbamos a entrar, cuando escuchamos el disparo. Él tenía ciertos problemas, pero no era malo. ¡Mataste a mi hermano, maldita seas, y ahora estoy solo!”, gritaba Gil.

Levanté a Gloria del suelo, la cargué en mis brazos, la dejé en nuestro cuarto, y regresé al baño, dónde yacía el hermano del cantante. La policía no hizo preguntas en aquel momento, era obvio lo que había ocurrido ahí. Entre todos cargaron el cuerpo de aquel individuo, y se fueron, no sin antes decirme que me visitarían luego para hablar acerca de lo sucedido.

— “Gute Nacht.”

Todo el planeta huele a vapor. Todos los lugares están rodeados por ductos de bronce. Hasta el frío era distribuido con vapor. A veces pensaba que tanta humedad era nauseabunda, pero por otro lado, ¿dónde estaríamos si no fuera por esta maravillosa tecnología?

Ahora el vapor impregnaba el tren en dirección a Toulouse.

— “El médico me dijo que la infección estaba en la otra pierna, y que la iba a perder.”

Quedé atónito. Tantos años juntos, y todavía aquel demonio circulaba su sangre. Ella lucía llorosa, pero resignada. Ella me hablaba, mientras tocaba aquella pierna mecánica, que llevaba al lado izquierdo de su cuerpo.

— “Sabes que te amo. Amo cada centímetro de tu cuerpo, de tu alma. Si es lo que hay que hacer, voy a estar aquí para ti. Mientras cargues esa mirada preciosa, y ese corazón cálido, te voy a amar.”

— “Come, I want to show you something…”, dijo, con aquella sonrisa traviesa que la caracterizaba.

Caminamos hacia un vagón que transportaba leña, y se encontraba apartado del ojo humano. Era como un laberinto de madera, tenue, pero intrigante. Con sus ojos depositados en los míos, y con súbito, pero sensual movimiento, acarició mi sexo por encima del pantalón.

— “Gloria…”

— “You are my man, my first and only gentleman. I don’t know any better, or worse. And I love you, and I don’t need anything else”, susurró a mi oído.

— “Shut up, and fuck me, just like you used to when we were teenagers. Fuck my wetness, and lick it, like only you know how to.”

Puse mi mano bajo su falda, y sentí su calor. La besé violentamente. Me sentía como un ladrón robando el secreto de la vida. Y descendimos, poco a poco, ocultos entre madera y oscuridad.

Eran aproximadamente las cuatro de la madrugada, y la sala de mi antigua casa de Berlín estaba iluminada muy tenuemente.

Mi abuela estaba sentada en el sofá como de costumbre, y yo, un niño aún, fui a sentarme en su falda.

Me miró de manera seria: ¡Gloria es una puta! Asumo que lo dijo con su mirada, porque nunca movió los labios.

Levante mi cuerpo adulto de su regazo, y le di una bofetada, pero fuerte, como se la daría a un hombre. Ella cerró sus ojos lentamente, y volvió a mirarme, llorosa. Yo la abracé, y ella se volvió polvo.

— “Perdón, abuela”, dije llorando yo también. “La amo desde el primer día que la tuve entre mis brazos. El hombre que maté trató de violarla. ¡Yo le creo abuela! ¡Yo le creo!”

“Esta infección se encuentra en su punto de máximo desarrollo, Gloria, no hay más nada que podamos hacer. Ve a tu casa, prepara la cena para tu marido, ámalo y cuéntale.”

Llorosa, se fue a casa a esperarme. Al menos, eso me contó el médico semanas después.

— “Eduardo, let’s get married and have children. We’ve wandered through half the world, and we have never been married.”

— “¿Pero, para qué? Llevamos más de seis años juntos. A quién le importa eso del matrimonio. Total, todos piensan que estamos casados.”

— “Yes, but God knows…”

— “Dios no existe.”

— “How can you tell?”

— “Tú sabes el cuento de cómo el Emperador Romano Constantino regó la voz acerca del Cristianismo. Si no hubiera sido por él, creeríamos en Zeus ahora mismo, y le llevaríamos uvas a Dionisio.”

— “Baby, forget about the Bible. God lives inside us, and he’s watching us. The one thing that is sacred to God is love. Let’s get married in front of him, and have an enormous family.”

— “¡Basta de estupideces! ¿Para qué quiero traer hijos a este mundo tan cruel, lleno de guerra y maldad?”

Di media vuelta, y me dirigí a la puerta.

— “Baby, I’m dying…”

— “We all are”, constesté, y me fuí.

Caminé por el pueblo durante horas, y recordé que Gloria había ido al médico un poco más temprano. Un extraño pensamiento me invadió la cabeza. ¿Sería que aquella infección infernal por fin estaría acabando con ella? Mi terquedad había nublado mi razón.

Regresé a casa, había atardecido, pero ella ya no se encontraba ahí. Una vecina me dijo que la había visto caminando hacia la dulcería del pueblo, y hacia allá me dirigí.

A lo lejos, escuché un trueno, y vi cómo se arremolinaba un tumulto frente a La Confiserie. Corrí, y empujé la gente, y ahí estaba ella, en el suelo. Había sangre en todo el suelo, y ahora en mis manos. Volteé, lloroso, y no podía creer lo que veían mis ojos: el famoso español Ricardo Gil, se alejaba lentamente de aquel lugar.

Volví a empujar a la gente, pero ahora la multitud era más densa, y como magia, el cantante desapareció frente a mis ojos.

La mañana era muy clara, y su luz me despertó. No había sangre, ni multitud, ni disparos: sólo estaba yo envuelto en mis sábanas, lloroso, sufriendo en mi vigilia por un sueño.

Fue interesante, nunca he estado ni en Francia, ni en Alemania, pero fue todo demasiado real. Tenía el sabor de Gloria en los labios, o al menos, esa impresión tenía. Su perfume también parecía reposar suavemente en mi respiración.

Me levanté de la cama, y caminé hacia el comedor. Tomé el lápiz y el bloque de papel que estaban ahí cerca, me senté, y comencé a escribir.

Hate!

…un post dedicado a #LaFamiliaDelOdio

Según la Real Academia Española, el término “odio” significa “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”, contrario a “amor”, que es un “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.”

No hay odio si no hay amor. Son los polos del alma. Amas los orgasmos, pero odias a Justin Bieber. Es algo #normal.

Yo odio bastantes cosas, pero entiendo que todos son odios justificados. Aunque pienso que Justin Bieber asimila un ratoncito pendejo, con un look rayando en lo marica, no lo odio, porque no odio a los maricas. Es cierto que siento cierta aversión hacia él, pero debe ser el peinado de mamalón que lleva.

Anyways, aquí les dejo una lista de diez cosas que odio apasionadamente:

1. Puedo decir que odio la estadidad, y a las personas que degradan mi país desinformadamente en pro de un ideal que no les pertenece. No tengo tanto problema si eres un estadista, y tu opinión en una educada: hay espacio para diferentes vertientes ideológicas. Pero si lo haces pensando que vas a obtener un progreso económico desmedido, y eres capaz de tirar al medio a tus compatriotas por dinero, estas en mi “hate list: to be brutally murdered”.

2. No tengo ningún miedo a decir que odio a Félix Plaud. Con su delicada voz, y su falta de elocuencia, no convence, pero hiere oídos, y falta el respeto de cualquier persona con sentido común. Es uno de esos estadistas descritos en el punto #1.

3. Odio, al igual que las reses estadistas mal educadas, a los religiosos criticones, ciegos, y que todo lo resuelven con una “oracioncita a Dios”. No tengo problemas con que pertenezcas a la religión que sea. Hasta me puedo sentar contigo a hablar de tu Dios, sea cual sea, porque conozco algo de la historia de las religiones del mundo. Pero en el momento que me digas que los Haitianos se buscaron el terremoto por no llevar a Crihto en su corazón, que Ghandi va al infierno por ser Budista, o que sencillamente me empieces a “mandar fuego”, te puedes ir al soberano carajo. Si lo haces, eres tan becerro como el individuo que cito en el punto #2.

4. Odio – puñeta – sobremanera la gente presentá. Uno más uno es igual a dos, no a tres ni cuatro. O sea, haz la maldita matemática, y no te incluyas dónde no te han llamado. Y si lo haces, mantente al margen, porque puedes terminar con un golpe encima del ojo. Yo soy un presentao en las redes sociales, pero pues, si escribes tus problemas en un medio público, te expones a la opinión popular, y yo tiendo a ser bastante opinionado.

5. Detesto la gente bruta. Si, suene como suene, los odio con lo más profundo de mi corazón. Y si odio los brutos, más los odio si tienen una cuenta de banco jugosa, y su mensaje es uno que inspira la emulación de su intelecto. Mi odio está fundado en el hecho que esta trulla de cabrones con el cerebro de un mime son quienes, en resumidas cuentas, terminan dominando al país. Para más detalles, véase el siguiente punto.

6. Odio la cara de pendejo de Luis Fortuño. Hay veces que pienso que es un simple organismo similar a una ameba con piernas, y con limitadas habilidades para gobernar. Otras, que es un brillante estratega, y que todo lo hace con “un plan premeditado para conquistar el mundo”. Pero la mayoría del tiempo pienso que es un bruto, cuya cara refleja lo que es. El cabrón debería apodarse “Clueless”. Sinceramente pienso que es una de esas bestias que comenté en mi punto anterior, de los que logra, por suerte, agarrar al país por las pelotas.

7. Pero no sólo siento aversión hacia seres humanos, y algunas de sus actitudes. Hay algo que no sólo odio, sino que me repulsa sobre manera, y es el caldito de zafacón. Ese hedor que lo acompaña es, sencillamente, naunseabundo. Y odio, aborrezco, y cualquier sentimiento peor que pueda imaginarse, cuando ese líquido anaranjado, apestoso, y muchas veces medio pegajoso, me toca las manos o la ropa. El que se inventó que los alimentos podridos debían supurar pendejaces, deberían colgarlo del Sears Tower en Chicago.

8. También, deseo que desaparezcan de la faz de la Tierra las cabronas cucarachas. Acepto que es pendejismo mío, les tengo “un poco” de fobia. Pero, ¿qué maldito rol juegan ellas en nuestro ecosistema? Entiendo que es sólo y exclusivamente el de joder a tipos como yo, que no toleran esas antenas y alas color marrón. Pero dígame usted, estimado lector, imagínelas caminando, con su distintivo vaivén desorientado, por sus cachetes y adentrándose en su boca cuando esté durmiendo. O velando la güira para comerse ese pincho de cerdo que tanto está deseando. Lo colocas en la mesa y… fuás! Se te adelantó, y está dandole mordiscos invisibles, impregnándolas de sabrá Dios que, porque las hijas de la gran puta no se lo pueden comer completo: Ni tan siquiera un pedazo divisible. Por eso se han ganado mi odio. Son peor que un ratón de ferretería, que como no pueden comerse los clavos, los mean.

9. Tengo que decir que odio la gente mentirosa. Tal vez se debe a mi inhabilidad de ser buen embustero. A mí se me nota en la cara, y peor aún, se me olvidan. Pero soy bastante buen lector de rostros mentirosos. Cuando una persona miente, le cambia el semblante, y el todo con que dice la falacia. Te trata de convencer más allá de toda duda razonable que su historia es una veraz, y por eso los odio. No es ni siquiera por la mentira, porque eso es problema del embustero, sino por la cantidad de mierda que tienes que escuchar, leer, o simplemente tolerar para añadir credibilidad a la aventura ficticia.

10. Más que nada en el mundo, odio, al mismo tiempo que me inspira lástima, la gente que odia sin razón. Entiendo que para odiar algo, debes tener algún motivo. Aquí yo he expresado razones específicas justificando mis detestos. Por lo general, los autoproclamados “haters” son niños entre dieciséis y veintidós años que se aprendieron a limpiar el culo la semana pasada, y odian por pura rebeldía. Yo era uno de esos, hasta que aprendí que es una pérdida de tiempo, porque cuando odias por odiar, terminas engulléndote esa antipatía analmente. El problema no es ni siquiera ese, es que cuando te encuentras en plena ingestión culífica de tu odio, hay alguien que te está mirando y sacándotelo en cara. No pierdas el tiempo, además, los que odian sólo para cumplir con los rigores de la moda, no van al cielo. Verifiquen, lo dice en Tesalonicenses 3:56.

Algún día escribiré una lista que cosas que amo, pero eso no ocurrirá pronto, porque soy un pesimista de mierda. Y aunque lean mis escritos, y piensen que soy un cursi, engreído, y tal vez hasta con una dulzura que raya en lo maricón, están jodidos, porque esta entrada es diferente. Es más, al que piense eso, lo odio también.

Jódanse, y odien, pero con gusto y razones.

Una Noche De Programación

Estoy en mi oficina, acompañado de un acondicionador de aire que no se cansa de soplar, dos monitores, mi computadora portátil, y mi teclado. Es casi media noche, y realmente no quiero estar aquí, prefiero el calor de mi hogar, y ver la sonrisa de mi hija.

Inicializo mis herramientas de trabajo: Visual Studio 2010, SQL Server 2008, Internet Explorer y Notepad. Parezco el hijo perdido de Bill Gates, obviamente, sin la fortuna, pero patrocinando todos sus productos.

Una de mis pantallas lee: Page Language=”C#”, y tiene un cursor que parpadea incesantemente, causándome un poco de tensión.

Comienzo a escribir, como un secretario. Cada palabra que escribo complementa las vibraciones impersonales de este lugar. Tal vez debería colgar algunos cuadros aquí para crear una atmósfera mas familiar.

Al poco tiempo, comienzo a procrastinar. Accedo mi Facebook, a ver quien me ha escrito. La mayoría del tiempo, no hay nadie nuevo. A veces recibo una receta de la Chef Milani, o una invitación a jugar con “La Finquita”, la cual deniego gustosamente.

Luego leo mi Twitter, el cual permanece visible durante toda mi estadía en mi espacio privado, y continúo escudriñando a ver si hay alguna conversación en la cual pueda insertarme mágicamente.

Después de un rato, regreso a lo que hacía anteriormente. Ese cursor me atormenta. Reviso mis correos electrónicos para retomar el hilo de lo que hacía ayer, o antes de ayer, lo que tenga más prioridad. Continúo escribiendo impacientemente.

Al pasar algunas horas, comienza a atormentarme la soledad, y por alguna razón que no he entendido aún, siento una erección. Debe ser la falta de compañía, la necesidad de calor humano, inalcanzable dentro de estas letras robóticas. Tal vez es sólo que mi compañero dentro de mis pantalones esta aburrido. Quien sabe.

Me dirijo al navegador. Usualmente navego con Firefox, Internet Explorer es muy lento para mi gusto, y guarda demasiada información de mi actividad en el Internet. Busco un poco de pornografía, pero la verdad es que ya no me gusta como cuando tenía dieciocho años, o, al menos, no verla solo. Prefiero hacerlo acompañado, y jugar al “hagamos eso, a ver que pasa”.

Si la impaciencia me agobia demasiado, voy a la oficina de mi vecino, y le robo un cigarrillo. Aunque dejé de fumar oficialmente hace mucho, de vez en cuando me doy ese placer secreto, que cura todas mis ansiedades, al menos, por un rato.

Cuando termino de fumar, regreso a Twitter, y escribo un comentario dirigido a “#nomention”. Por lo general va en la línea de: “Me gustaría hacerte cosas, bla bla bla”. Asumo que ese mensaje se pierde en los confines del ciberespacio, sin leerse, sólo por mí. Lo persigo por horas, observando como se apiñan sobre él los mensajes de mis llamados “Amigos”, a quienes no conozco personalmente.

A veces entro a mi blog, a verificar el tráfico. Me gusta ver al menos diez visitas diarias, y si son más, me siento como el New York Times. Para mí, eso iguala a éxito.

Sin darme cuenta, ya he terminado casi todas mis tareas laborales. Ya son las 3 de la madrugada. Todavía no comprendo que hago en mi oficina un domingo a esta hora, pero aquí estoy.

Dentro de esta rutina agobiante, siento un peculiar placer. Me fascina mi vida electrónica, aunque no lo admita abiertamente. Creo que es cierto anonimato que uno cobra, como el que toma un dulce y lo come, sin pagar.

Veo el reloj. Creo que es hora de volver a la realidad, despegarme del brillo de las pantallas, y conducir a mi casa, a dormir un poco. Mañana me espera otro día, igual al de hoy.

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Hierro Sobre Papel

Soy el que esculpe la piedra
el que moldea el barro
el que dibuja sueños
en el mar o en el cielo
el que te lleva hasta el espacio
cualquier día, con mis textos.

A veces el que vuela,
otras, el que te eleva
pisando trastes sobre un lienzo
cavilando fantasías
pensando épicas poesías
para trazarlas con humildes
y menudas letras.

Soy derecho, y medio ciego
muestro mi rostro
en estos letreros
estantes para arañas y lagartijos
para los más
para los menos.

Quisiera escribir hasta morir
con mis letras extinguir
las pasiones mal fundadas
las confusiones y sus razones
darle a mi pueblo motivaciones
para querer vivir.

No quiero rezar por libertad
prefiero publicar un cuento real
dónde hay fuerzas para quebrar
estas cadenas, esclavistas del tema
ataduras muy poco sinceras
son sistemas y condenas ajenas.

Quisiera cantar de amor
pero mi voz no es la mejor
por eso mi obsequio
para usted, amado lector
son mis manos formando palabras
la hierba sobre la tierra.

Aunque mis causas no sean las tuyas
aunque mis gritos sean letras en fuga
aquí te ofrezco este testamento
dónde narro lo que hago y lo que anhelo
no mi mejor ni mi último intento
de llegarte a la cabeza e hincharte el pecho
con mi pluma, trazando tinta casi eterna
hierro sobre papel.

Discotheque

La única iluminación que existía en la discoteca provenía de aquellas luces intermitentes, las cuales provocaban que las decenas de almas que ahí se movían rítmicamente, se congelaran en el tiempo por una fracción de segundos. El conjunto de los sonidos selváticos exhalado por las bocinas, y el estruendo de las respiraciones extáticas de las almas que ahí se encontraban, nublaban mis sentidos. Tomé a mi compañera firmemente de la mano, y nos adentramos en la multitud. Cegados por el resplandor de la oscuridad, comenzamos a bailar, y, luego de más o menos veinte minutos, nuestro ánimo formaba parte de la gran orgía musical que allí tomaba lugar.

Al mirar a lo lejos, se podían distinguir los celajes de los cuerpos involucrados en un ritual sin inhibiciones, cuyos únicos testigos eran algunos ojos extraviados y la música que sacudía las extremidades de todos aquellos seres, de todos nosotros, hipnotizados por la luz irregular, embriagados por el alcohol, y entregados a la música de los tambores y las voces confusas de los sintetizadores. Se comenzaban a escuchar los gemidos del deseo, contagiosos y exuberantes. Yo simplemente apreciaba la belleza de quien bailaba exóticamente frente a mí. Desde que entramos a aquel lugar, nuestro interior se inundaba con pasiones ocultas y erotismo prohibido.

La sensualidad de los movimientos aumentaba, hasta que nos encontramos contra una pared que nos impedía escapar el uno del otro. Era un rincón oscuro, como el resto de la pista de baile. Nos besábamos, y acariciábamos nuestros cuerpos de la forma más exquisita. Nuestras lenguas vagaban erráticas dentro de nuestras bocas, que eran una, al igual que nuestros alientos. Sus manos jugaban y quitaban los botones de mi camisa; mis manos sentían sus senos fríos. Mi cuerpo se movía al ritmo de sus caderas; nuestros deseos se encontraban y bailaban, como danzaba la llama del fuego que llevaba en sus manos aquel que caminó por nuestro lado encendiéndo un cigarrillo.

Los latidos y las respiraciones se comenzaban a intensificar, nublando la atmósfera, opacando la música, la cual no era ya sino el deseo desesperado de nuestros cuerpos queriéndose sentir. Aunque no era posible ver claramente, podía sentir su mirada intensa clavándose en la mía.

Comencé a quitar los botones de su camisa, y mis besos bajaron de su boca a su cuello, de su cuello hasta sus hombros. Luego, besé sus senos delicados y un pequeño lunar que adornaba el espacio entre ellos. Podía sentir los escalofríos que recorrían su cuerpo, su piel erizada por mis besos y por frialdad de esta gruta.

Con cada movimiento nuestro, su falda, la cual era bastante corta, se levantaba cada vez más, revelando su ropa interior, cuyos encajes blancos se tornaban azul neón bajo las luces negras. A lo lejos, se escuchaban las respiraciones agitadas de la multitud, y se podían ver las expresiones congeladas en sus rostros. Sus encajes blancos se encontraban ahora en un bolsillo de mi pantalón.

Mis manos la instruían a entregarle su sexo a mi boca, la cual descendía lentamente, deslizándose por su cuerpo. La devoraba y acariciaba, mientras ella enredaba sus dedos en mi cabello, aproximándome contra su pubis. Saboreaba su delicioso néctar, mientras escuchaba como su respiración se transformaba en un gemido, y su vientre bailaba al ritmo de mi lengua. Entre más ella tiraba de mi cabello, mas intensas se volvían mis caricias. Mis manos y mi paladar disfrutaban de su humedad interior.

Su cuerpo comenzaba a temblar, sus gemidos se volvían entrecortados, y sus manos se volvían heladas en mi espalda. Con un gesto rápido, pero delicado, ella retiró mi boca de su cuerpo.

Con su sabor en mi boca, observaba como su piel resaltaba entre la oscuridad que la envolvía. La acerqué a mi pecho, y la abracé rozando su cuerpo con mi sexo erguido, contenido sólo por mi ropa. Ella acariciaba mi pecho con sus mejillas, mientras aquel roce, lento y rítmico, se volvía apasionado y desesperado. Sentíamos la multitud bajo nuestros pies, mientras nosotros continuábamos con nuestro propio baile.

Utilizando la pared para mantener nuestro equilibrio, envolvió con una de sus piernas mi cintura, mientras con sus manos liberaba el infierno que llevaba dentro de mi ropa, dirigiéndolo a su interior. Besando sus labios conocí su interior, explorando sus más íntimos secretos y profundidades. Entre más me adentraba en su cuerpo, más se intensificaba nuestro movimiento, y mas se elevaba el volumen de nuestro canto sordo.

Su otra pierna se abrazó a mi cuerpo también, mientras yo la sostenía por sus caderas. Ella, utilizaba mis hombros y la pared para impulsarse hacia mí, mientras yo me impulsaba hacia ella. Sentía su humedad bañando mis piernas y su sudor en mi pecho. Nuestros delirios se volvían uno, en una experiencia exquisita dónde no había tiempo, sólo sonidos sordos y nuestro baile erótico.

Al transcurrir los minutos, se aceleraba la métrica de nuestro ritmo, aumentaba el temblor de nuestras piernas, y se volvían mas intensos los gritos mudos susurrados en nuestros oídos. Nuestros ojos, llenos de éctasis, vagaban entre las miradas extraviadas e insospechadas de la gente.

En un último gemido, nuestros cuerpos temblorosos se deslizaron hasta al suelo. Nos miramos un rato, y mi boca no podía pronunciar ninguna palabra descifrable, me había quedado sin aliento. Ella rió, acarició mi cabello y besó mis labios. Junto a su respiración, la cual se encontraba un poco menos agitada que la mía, se escaparon algunas palabras poco inteligibles, pero era evidente la necesidad de llevar nuestra aventura prohibida a otro lugar. Sin vacilar, y con una sonrisa traviesa en nuestros labios, nos levantamos, caminamos entre la gente, y salimos de allí.

Cuando Escribo

Cuando escribo,
lo hago porque me guían
una voz, un aroma
en resumen
una esencia que,
aunque no conozco ni escucho,
la siento y me acapara.

Ella me dicta
cada una de las líneas que trazo.
Sólo cuelgo mi lápiz sobre el papel
y todo fluye como arena
como fluyen
las horas, los días y la vida
al tenerte en mis labios:
Poesía.

Dormir

“Hola” a los pocos que se den la vuelta por aquí. Mi nombre es Eduardo, como ya se habrán percatado. Lo dice por ahí, en algún lado. Ya mismo cumplo 35, o sea, que estoy más o menos en el ombligo de mi vida. A la vista de muchos, parezco una persona común y corriente, a la de otros, tal vez un superhéroe español, y a los que viven conmigo, les debo dar la impresión que lo que me gusta es dormir.

La verdad es que soy un perezoso. No soy un vago. Es que, sencillamente, me gusta soñar. No necesariamente estar completamente dormido, sino dejarme ir, estar al borde de la vigilia y el sueño, e imaginar mil y una cosas disparatadas.

A veces, me sueño vampiro, alimentándome de los demás, con uñas de cristal, y colmillos afilados. Seduciendo con la mirada, con la violencia sutil que solamente esos entes nocturnos poseen.

Otras veces, me sueño quince años más joven, estudiando en la universidad aún. Sin muchas responsabilidades, con muchas fiestas, rodeado de amigos viejos, falsos y verdaderos, de alcohol y placeres de la piel.

Hace como diez años sueño con mi abuela muerta. No es nada inquietante. A veces, ella pasa por mi lado y mira. Otras, la sueño con las risas o los regaños de antaño. ¿Será que la extraño? Casi nunca pienso en ella, excepto cuando duermo, o cuando escribo.

Recuerdo una época cuando solía soñar con sexo constantemente. No era algo agobiante. Era cuando más feliz me levantaba a ir a trabajar, a estudiar, o, sencillamente, a vivir. Gracioso era que casi nunca sabía con quien estaba intercambiando mi aliento. Sólo me levantaba con este cosquilleo cotidiano en todo el cuerpo, con fuerzas renovadas para enfrentar mi día.

Cuando era pequeño, me encantaba relajarme hasta casi dormirme, sentir como el ritmo de mi respiración disminuía, escuchar los latidos de mi corazón, y mover los dedos. Cada minúsculo movimiento se sentía como si estuviera haciendo el más intenso ejercicio. No me extenuaba, pero podía sentir cada uno de los músculos involucrados en el gesto. De vez en cuando trato de evocar esa sensación, pero no tengo éxito. Tal vez, la candidez del antes hacía disfrutar esos pequeños placeres ocultos, libres de malicias y superficialidades.

Hace algunos meses, me acostaba a dormir, y sentía la sensación de no soñar nada. Por más que buscaba, no había nada ahí. Creo que fueron las peores noches de todas, sin descanso real, ni imaginación, sólo una aparente vigilia constante. Esto me causaba pavor. Sólo oscuridad y vacío, todo un día constante.

Increíblemente, existen personas quienes, por el contrario, tienen miedo a soñar. ¿Será que la perversidad de su interior los asusta? ¿Será que su falta de imaginación los aburre? ¿Serán pesadillas, malos amores, y vidas anteriores, que regresan en la oscuridad a acecharlos, como un tigre a su presa?

Una pesadilla no es otra cosa que tus sueños dejándote saber que estás vivo, que sientes y padeces. Te están jugando una broma, porque a veces pareciera que tienen mente propia. Pero es la tuya, así es que no hay miedo necesario, no hay perversidad que no esté ahí ya, ni vida pasada, mi mala acción.

Los sueños no se limitan por el cuerpo que habita, ni por su cerebro consciente, ni por su entorno inmediato. Muchas veces me he soñado pez, nadando sin respirar, o ave, observando a todos desde arriba. Una vez soñé que desaparecía, pero estaba ahí aún. ¿Cómo es eso posible?

Por eso me encanta dormir. Puedo vivir más de una vida, o vivir una, y verla a través de cien ojos diferentes. Pues, soy un holgazán entonces. Sin sueños, no soy ente, ni aquí, ni allá.