Por Dónde Anda Ese Corazón

Mi corazón está ahí, anda por ahí.
Está escondido tras de un verso
mirando quedo, mirando eso
engavetado, corto de cariño
muerto de hambre, como esos niños
muerto de sed, seco sin sangre
azul, zombi, solo y sin aire
no lo mueve ni la prisa ni la risa
ni el autobús cuando se va de partida
ni las carnes, ni los muslos, ni las venidas.

Mi corazón está ahí – eso dicen – que por ahí,
escondido en un cajón
esperando que concluya esta canción
que le mienta el nombre, pero no lo toca
tirado ahí, como una roca
como esas que habitan en cuentos
donde la ilusión y lo real se trastocan
como el sapo que se queda sin lamentos
en el charco húmedo del desaire
bebiendo tinto cordobés o cerveza
soñando borracho y bolivariano.

Quién sabe dónde andará ese corazón, nadie sabe.
Sólo sabe la dueña, que no es quien lo lleva
lo llevo yo, caminando a duras penas
medio muerto, medio zombi, medio nena
cabizbajo, mirando lejos, medio dolido
medio vivo, gateando, con un respiro
con el último latido que le dejó tu despido.

Lo último que se sabe de este corazón
es que espera que le devuelvas la razón
que lo saques de su caja, y le devuelvas los latidos
que lo recojas del suelo cenizo
que seas bruja, y le plantes un hechizo
que no le temas, y lo hagas vivo.

Líneas Simples

Cuando creas que es delirio
que mis letras viven mentiras
que mis palabras son lo mismo
no lo pienses, no es maleficio.

La mentira es la que vivo
cuando te sueño o te cavilo
cuando al abismo me lanza
la luz del día, o tu mordaza.

Estas son unas líneas simples
sin palabrería muy erudita
con simpleza, te repiten
que anhelo tu boca, tu sonrisa.

Cartas Viejas

Te busco en cartas viejas
en los romances de ayer
en esas risas amarillas
que carga el álbum del anaquel.

Las letras nuevas no llegan
son los pasos diarios quienes truenan
tu nombre el que reverbera
es el viento, quien tu aliento se lleva.

Te busco en cartas viejas
ni tan viejas, son de ayer
pero un dia es mucho tiempo
sin tus manos sostener.

Entre Líneas

Ahí estás
dando vueltas, incesantemente
pintándome sonrisas
deseando la tuya abrazada a mis labios.

Hoy te pienso
te busco en cuadernos
tu foto entre la gente
tus letras indecentes
imagino tu cuerpo, iridiscente.

Si regresaras al Arahuaco
el oceano no me libra del pecado
de buscarte, adoptar mi suerte
en un instante, por volver a verte.

Aquí ando
deletreando tu nombre con mis dedos
como un loco
demente porque falta tu voz
y tu piel imaginaria.

Tu rostro se pierde entre rostros
tus letras se confunden con las voces
tus labios serenos
me observan desde lejos, inmóviles.

Lo Quiero Todo

Quiero saber todo:

El pensamiento oculto tras un silencio
el primer beso que diste escondida en el parque
que te sudan las manos cuando las compartes
las poesías que guardas en tu cabeza
tus obsesiones, sueños y esas canciones.

Quiero conocer todo:

El color de tus labios sin esa pintura
la forma de tus dedos sin ese esmalte
la pancita graciosa que ocultas bajo ese traje
la cicatriz que llevas bajo esos guantes
el contorno, las curvas que trazan tu cuerpo.

Quiero tener todo:

Ser dueño de tu hambre y tus calambres
tener tu aliento, saborear tus detalles
cargarte en el viento, vivirte en destellos
caminar junto a ti, durante una tarde
y en la otra, besarte, amarte…

Aunque sea un instante.

Vajilla Impar

Aunque solo te conozco en cartas
y desconozco a que huele tu piel
imagino tus labios con sabor a miel
en mi espalda, tus uñas escarlata.

Te busco, no te encuentro
en esta copa vacía de tinto
ni en esta cena, que está servida
en una vajilla cuadrada, impar.

Aunque sólo te sé en líneas
y desconozco la piel de tus piernas
imagino tus caderas tiernas
en mis manos, tus quejas.

Soñando con Gloria

Me abría paso entre la espesa multitud que se formaba frente a La Confiserie. A lo lejos se escuchaban las sirenas de la policía. Sobre mi cabeza se observaba un lánguido atardecer y las lámparas de la calle.

— “¡Déjenla respirar!”, gritaba uno.

— “¡Pero si no respira, no hay pulso!”, gritaba el otro.

Primero vi unas muletas en el suelo. Mi corazón se aceleraba. Luego vi su cuerpo inerte, con una aureola roja, que crecía coronando sus bellos cabellos miel.

Buscaba mi voz, pero no la encontré. Buscaba mi vida, pero huyó, para nunca regresar.

Realmente esto era todo un experimento. ¿Un triatlón? Y menos con mi increíble condición física.

Era un poco de correr bicicleta, un poco correr a pie, y un corto nado en la piscina. No era tampoco algo muy exigente. Aunque no gané, no hice mal tiempo, lo cual le dio el puntaje necesario a mi equipo para ganar la competencia. Todo este evento era un increíble cliché, encajonando para esta pequeña isla tropical caribeña, dónde no era bueno vivir, pero si divertirse.

Humillante para mí, quien tampoco ganó la carrera, pero me ganó a mí, fue una muchacha coja. Gloria, se llamaba. Tenía una sonrisa simpática, un cuerpo delgado, pero no precisamente atlético, ojos un poco grandes para su rostro, y una piel excesivamente blanca, como la de un fantasma, muy en contraste con mi naturaleza mediterránea. Lo que despertó mi interés en ella fue que me hubiera estado mirando tanto luego de la competencia, así es que me acerqué y le platiqué un rato.

— “¿Sabes que ganaste porque te dejé, verdad?”

— “What? I didn’t win! I just beat you, and you were one of the last.”

— “Como quiera, los tiempos no estuvieron malos. Digo, eso dicen. Yo no sé nada de esto. Yo sólo nadé y corrí.”

— “Pues estuvo patético”, Y se sonrió. Yo sé que había un click por algún lado.

— “Voy a la barra a buscar un poco de gasolina. ¿Te compro un trago? ”

— “Alright: Bourbon with Coke.”

— “Coño, tu bebes como hombre.”

Cuando regresé con los tragos, me estaba esperando al borde de la piscina, donde continuamos hablando durante varias horas y varias copas.

A medida que se iba acercando la noche, el alcohol se convirtió en atrevimiento, y la besé. Ella me correspondió dulcemente. No fue el beso apasionado que vemos en las películas, fue un beso simple, corto, con el cual saboreé sus labios. Luego, su lengua. No tengo que explicar que la pasamos muy bien.

Ya era hora de despedirse, y decidimos escaparnos a su habitación. Los cuartos del hotel dónde nos quedábamos no eran suntuosos, más bien, eran pequeños y simples, evocando un ambiente rústico. Abrías la puerta, y ahí estaba la cama, que no era muy grande. Había una pequeña mesa adornada con flores, y un cuadro completamente genérico que mostraba una playa pintada.

No perdimos tiempo, y nos desnudamos el uno al otro, mientras mordíamos nuestros labios. La levanté del suelo y la lancé bruscamente a la cama, y me abalancé sobre ella a hacerle cosquillas en la cintura con mi lengua. Las risas se fueron convirtiendo en suspiros, a medida que recorría su cuerpo con mi boca. Y esos suspiros húmedos se evaporaron, cuando se abrió la puerta, mostrando dos figuras de vestimenta formal.

Creo que el tiempo se congeló, deben haber pasado como cinco minutos, y no podía moverme. Cuando recuperé el aliento, me di cuenta que Gloria nos había arropado con un edredón.

Eran sus padres, quienes dieron media vuelta y salieron de la habitación. Ella me dijo que no tenía idea que llegarían allí, aunque sabía que tenían copia de las llaves del cuarto, porque ellos fueron quienes lo habían reservado inicialmente.

Nos vestimos y los invitamos a la habitación. Su madre entró, y su padre me haló de un brazo, hacia el pasillo.

— “¿Who the fuck are you, jodido perla de mierda?”

La verdad es que no sabía que contestar, no había pensado en el estatus de nuestra relación.

— “Yo soy Eduardo, amigo de Gloria.”

— “No jodas. Clase de amigo, ah. ¿Sabías que veníamos a buscarla hoy para su operación mañana? Sacando ventaja de su condición, eres tremendo maricón, y te voy a joder.”

Me agarró de la camisa y me lanzó contra la pared de aquel largo corredor. Las puertas del resto de las habitaciones estaban cerradas: claro, estaban todos disfrutando del sol y la playa. Gloria y yo habíamos estado disfrutando de nuestros cuerpos.

— “¡Déjalo papá! ¡Él no sabe nada! ¡Por qué le dijiste!” — Gritaba Gloria, con una voz temblorosa que jamás había escuchado, en legua española, matizada con ese acento estadounidense.

Repentinamente, me sentí fuera de la conversación, totalmente ajeno a este gran secreto, que sabían todos menos yo.

— “¿De qué hablan? Gloria…”

Aquel hombre, mucho más grande que yo, comenzó a llorar. Sus lágrimas se mezclaban con su ancho bigote, y me soltó. Ana, su esposa, se acercó y lo abrazó.

— “A Gloria le operan su pierna mañana. No hay remedio, la pierde. La infección no se detiene.”

El tiempo se detuvo nuevamente. O sea, Gloria cojeaba porque su pierna estaba dañada, pero no sabía que a ese extremo. Cuando la acariciaba, la sentía un poco fría, pero jamás pensé que se debía a algo similar. Se veía completamente normal, blanca, como el resto de su cuerpo, su cintura, y sus senos. Durante el tiempo que pasamos juntos en aquel paraíso, bailamos, bebimos, y disfrutamos de las excursiones, de la playa, como si fuéramos una pareja con veinte años de historia, sin secretos. Pero esto era algo completamente nuevo para mí.

Recuerdo que le pregunté a que se debía su claudicación, y sólo me dijo que era una infección “del tipo que no se contagia. No te preocupes, no me duele, no me molesta. Sólo, que no tengo mucha sensación en la pierna. That’s it.” Aparentemente, that was not it.

El crujir metálico de los tanques de guerra alemanes era inconfundible, junto a su respiración de vapor y su olor a aceite quemado. Los escuchaba acercarse, mientras yo esperaba para unirme a la tropa. Todo en Mauthausen estaba tranquilo. La gente caminaba por el poblado como si la guerra no estuviera cerca, aunque a veces la sangre se podía oler en el viento.

Al llegar la tarde, me dirigí al apartamento. Cuando abrí la puerta, todo estaba extrañamente oscuro, y faltaba el delicioso perfume de mi amada, con el cual me recibía a diario.

Entonces, escuché el sonido que hace la tela cuando se desgarra, y corrí en su dirección desenfundando mi Luger. Abrí la puerta, y ahí estaba aquel gigante rubio, barbudo, y hediento sobre el cuerpo blanco de Gloria. La prótesis de su pierna estaba a un lado, las muletas a otro, y su cara estaba llena de sangre. Definitivamente yo fui una visita inesperada: la cara de asombro de aquel hombre no necesitaba palabras. Sin pensarlo dos veces, hice un certero disparo en su cabeza.

En ese instante, entró la policía, junto a un hombre que había visto antes en pancartas cerca del teatro. Su nombre era Ricardo Gil, un famoso cantante de ópera, y me dijo en perfecto español, el cual era raro escuchar en aquellos lares: “¡Mataste a mi hermano!” Y se abalanzó sobre él, cuyo cuerpo yacía al lado de Gloria.

Yo me acerqué a mi querida, quien estaba muy maltrecha.

— “This man just followed me here. I don’t know what really happened. He came in and beat me, took out my leg, and tried to rape me, but I didn’t let him. I ate his ear. Then you shot him dead.”

Justo dijo estas palabras, y se desmayó.

— “¡Hijo de puta, mataste a mi hermano! Yo lo iba siguiendo e íbamos a entrar, cuando escuchamos el disparo. Él tenía ciertos problemas, pero no era malo. ¡Mataste a mi hermano, maldita seas, y ahora estoy solo!”, gritaba Gil.

Levanté a Gloria del suelo, la cargué en mis brazos, la dejé en nuestro cuarto, y regresé al baño, dónde yacía el hermano del cantante. La policía no hizo preguntas en aquel momento, era obvio lo que había ocurrido ahí. Entre todos cargaron el cuerpo de aquel individuo, y se fueron, no sin antes decirme que me visitarían luego para hablar acerca de lo sucedido.

— “Gute Nacht.”

Todo el planeta huele a vapor. Todos los lugares están rodeados por ductos de bronce. Hasta el frío era distribuido con vapor. A veces pensaba que tanta humedad era nauseabunda, pero por otro lado, ¿dónde estaríamos si no fuera por esta maravillosa tecnología?

Ahora el vapor impregnaba el tren en dirección a Toulouse.

— “El médico me dijo que la infección estaba en la otra pierna, y que la iba a perder.”

Quedé atónito. Tantos años juntos, y todavía aquel demonio circulaba su sangre. Ella lucía llorosa, pero resignada. Ella me hablaba, mientras tocaba aquella pierna mecánica, que llevaba al lado izquierdo de su cuerpo.

— “Sabes que te amo. Amo cada centímetro de tu cuerpo, de tu alma. Si es lo que hay que hacer, voy a estar aquí para ti. Mientras cargues esa mirada preciosa, y ese corazón cálido, te voy a amar.”

— “Come, I want to show you something…”, dijo, con aquella sonrisa traviesa que la caracterizaba.

Caminamos hacia un vagón que transportaba leña, y se encontraba apartado del ojo humano. Era como un laberinto de madera, tenue, pero intrigante. Con sus ojos depositados en los míos, y con súbito, pero sensual movimiento, acarició mi sexo por encima del pantalón.

— “Gloria…”

— “You are my man, my first and only gentleman. I don’t know any better, or worse. And I love you, and I don’t need anything else”, susurró a mi oído.

— “Shut up, and fuck me, just like you used to when we were teenagers. Fuck my wetness, and lick it, like only you know how to.”

Puse mi mano bajo su falda, y sentí su calor. La besé violentamente. Me sentía como un ladrón robando el secreto de la vida. Y descendimos, poco a poco, ocultos entre madera y oscuridad.

Eran aproximadamente las cuatro de la madrugada, y la sala de mi antigua casa de Berlín estaba iluminada muy tenuemente.

Mi abuela estaba sentada en el sofá como de costumbre, y yo, un niño aún, fui a sentarme en su falda.

Me miró de manera seria: ¡Gloria es una puta! Asumo que lo dijo con su mirada, porque nunca movió los labios.

Levante mi cuerpo adulto de su regazo, y le di una bofetada, pero fuerte, como se la daría a un hombre. Ella cerró sus ojos lentamente, y volvió a mirarme, llorosa. Yo la abracé, y ella se volvió polvo.

— “Perdón, abuela”, dije llorando yo también. “La amo desde el primer día que la tuve entre mis brazos. El hombre que maté trató de violarla. ¡Yo le creo abuela! ¡Yo le creo!”

“Esta infección se encuentra en su punto de máximo desarrollo, Gloria, no hay más nada que podamos hacer. Ve a tu casa, prepara la cena para tu marido, ámalo y cuéntale.”

Llorosa, se fue a casa a esperarme. Al menos, eso me contó el médico semanas después.

— “Eduardo, let’s get married and have children. We’ve wandered through half the world, and we have never been married.”

— “¿Pero, para qué? Llevamos más de seis años juntos. A quién le importa eso del matrimonio. Total, todos piensan que estamos casados.”

— “Yes, but God knows…”

— “Dios no existe.”

— “How can you tell?”

— “Tú sabes el cuento de cómo el Emperador Romano Constantino regó la voz acerca del Cristianismo. Si no hubiera sido por él, creeríamos en Zeus ahora mismo, y le llevaríamos uvas a Dionisio.”

— “Baby, forget about the Bible. God lives inside us, and he’s watching us. The one thing that is sacred to God is love. Let’s get married in front of him, and have an enormous family.”

— “¡Basta de estupideces! ¿Para qué quiero traer hijos a este mundo tan cruel, lleno de guerra y maldad?”

Di media vuelta, y me dirigí a la puerta.

— “Baby, I’m dying…”

— “We all are”, constesté, y me fuí.

Caminé por el pueblo durante horas, y recordé que Gloria había ido al médico un poco más temprano. Un extraño pensamiento me invadió la cabeza. ¿Sería que aquella infección infernal por fin estaría acabando con ella? Mi terquedad había nublado mi razón.

Regresé a casa, había atardecido, pero ella ya no se encontraba ahí. Una vecina me dijo que la había visto caminando hacia la dulcería del pueblo, y hacia allá me dirigí.

A lo lejos, escuché un trueno, y vi cómo se arremolinaba un tumulto frente a La Confiserie. Corrí, y empujé la gente, y ahí estaba ella, en el suelo. Había sangre en todo el suelo, y ahora en mis manos. Volteé, lloroso, y no podía creer lo que veían mis ojos: el famoso español Ricardo Gil, se alejaba lentamente de aquel lugar.

Volví a empujar a la gente, pero ahora la multitud era más densa, y como magia, el cantante desapareció frente a mis ojos.

La mañana era muy clara, y su luz me despertó. No había sangre, ni multitud, ni disparos: sólo estaba yo envuelto en mis sábanas, lloroso, sufriendo en mi vigilia por un sueño.

Fue interesante, nunca he estado ni en Francia, ni en Alemania, pero fue todo demasiado real. Tenía el sabor de Gloria en los labios, o al menos, esa impresión tenía. Su perfume también parecía reposar suavemente en mi respiración.

Me levanté de la cama, y caminé hacia el comedor. Tomé el lápiz y el bloque de papel que estaban ahí cerca, me senté, y comencé a escribir.

Olas Radioactivas

Ódiense, amigos, ódiense
y les digo con respeto luego jódanse
por qué – porque si seguimos jodiendo
acabaremos el alimento
y destruiremos los elementos
que nos recuerdan los momentos
cuando al que odiaba
lo llamábamos excremento.

Y mantenga la posición
no se mueva, ni cambie de condición
porque la terquedad
endurece la sociedad
manteniendo los tsunamis
y las olas radioactivas a dis-tan-ciá
creando terremotos mentales
haciéndoles la paja a los gubernamentales.

Pero sigo lleno de odio
tirándole líricas a los pimpollos
cantándole a los grandes
que no me coman el joyo…
pero qué se yo
esa es nuestra condición
que nos lleva lentamente
a la autodestrucción.

Ódiense, amigos, ódiense
y les digo, bien sencillo, luego jódanse
por qué – porque si seguimos jodiendo
acabaremos el alimento
y moriremos bien lento
aunque creemos mementos
que nos recuerden los momentos
en que retozábamos en el excremento.

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¿La raíz de las “Olas Radioactivas”? Este “Tweet” de @ZZ_Ramirez

La Muerte De Katerina: Día Dos

Ver el “Día Uno”…

“Háblale.”

“No, háblale tú, que estás cerca de su oído.”

“Katerina” – susurraba – “¡Tan grande y tan pálida! ¡Tan gris!”

Con un giro de su cabeza, una de las diminutas arañas cayó al suelo, mientras la otra se aferró fuertemente a su oreja. Con un poco de impulso, entró en su oído.

Ahora su voz era estruendosa: “Ahora soy parte de tu pensar. ¡Me tienes atrapado en esta mugre! ¡Seré parte de tu carne y de tu cerebro hasta que mueras!”

Desesperada, Katerina tomó unas tijeras, y comenzó a rascarse violentamente los oídos y la cabeza. Sangre se disparó explosivamente, y un alarido escapó sus labios.

Ahora, la voz reía maniacamente: “¡Puta gris, llegué para quedarme!”

Sin poder aguantar más, corrió desde su baño hasta su cuarto en el segundo piso, y de un salto atravesó aquella ventana de cristal que una vez sirvió de marco para su cuerpo colgado.

Escuchaba los gritos en su interior, pero también sentía la brisa abofeteando su rostro.

Súbitamente, la yerba fresca acariciaba su cuerpo, y las voces eran ahora mudas.

Cuando abrí los ojos, vi unos pájaros negros volar justo frente a mis ojos, tan cerca, que parecía que se iban a enredar en mis largas pestañas. Traté de alcanzar uno con mis manos, pero desapareció entre mis dedos.

Me levanté, y pude admirar aquellas flores extrañísimas que vestían el patio de mi casa, las cuales hacían cosquillas en mis pies. Eran pequeñitas, negras, y con su centro rojo. Caminé sobre ellas, alrededor de una casa muy similar a la mía, pero no creo que lo fuera, porque esta era vieja y descolorida. Además, mi casa tenía tejas color ladrillo brillante, y las que veo tienen el color de la sangre seca. Decidí alejarme un poco, porque su olor a humedad me daba náuseas.

Más adelante, pude divisar un cuerpo inerte en el piso. Tenía un parecido conmigo, pero no era yo, pues yo estaba aquí. Era como una reflexión de espejo, pero inmóvil, y con su cara cubierta de sangre, vidrios y astillas. Había unas tijeras que salían de un ojo.

Di media vuelta, y cerré los ojos. Podía escuchar el zumbido del viento, y sentirlo en mi rostro. Podía saborear la grama fresca. No era ni de noche ni de día, no veía ni sol ni luna: era todo una tétrica penumbra. Poco a poco se iba aclarando mi memoria. Debo estar muerta, pero es tan distinto a la primera vez que lo estuve. La magia había sido reemplazada por un aroma a miedo.

A lo lejos, divisé una pequeña cueva, hacia la cual me dirigí.

La entrada estaba cubierta por un musgo marrón, como espumoso. Se escuchaba un eco reconfortante en su interior, así es que entré. Creo que escuchaba música. No, eran pequeños gemidos melodiosos. Eran voces que exhalaban el placer de la carne. Me percaté que esta profundidad húmeda tenía un olor a mar, un aroma sexual.

A medida que me iba adentrando en la cueva, el olor se intensificaba, y los gemidos se escuchaban más fuertes, y poco a poco mi cuerpo enloquecía. Sentía el placer extraño de quién hace travesuras y es observado secretamente. Me recosté de una pared y me deslicé hasta su suave suelo. Acaricié mis senos, pellizcando mis pezones. Aquel olor acariciaba mi cintura y mis muslos. Con mis manos, exploraba los menudos vellos que rodeaban mis entremuslos, y acariciaba aquel pequeño pedacito de carne que iba cobrando rigidez. Mis suaves gemidos hacían compañía a la musicalidad de aquella gruta. Mi cuerpo se encontraba húmedo con perspiración y lujuria.

Sentía unas manos invisibles haciéndome el amor, inundando mi boca con su éctasis, y acariciando mi cuello con su lengua. Junto a las naturales contracciones orgásmicas en mi vientre, sentí algo moverse, justo ahí adentro. Súbitamente, mi placer se convirtió en una desgarradora agonía. Unas patas antropoideas salían del núcleo de mi placer, rompiéndome, como un parto, pero no uno humano. Fatigada pude observar como una gigantesca araña cubierta de sangre huía de mi cuerpo, caminando por las paredes de aquella tenue cueva. Aquel horrendo animal cruzó un enorme acantilado, hasta llegar al otro lado.

A medida que la araña se alejaba, dejaba atrás, como rastro, un fino hilo sedoso, que formaba un puente entre ambos lados del vacío.

Perseguí con mis ojos aquella tela sedosa, hasta llegar a su origen, donde se cruzaron nuestras miradas. Ella reía burlonamente, y repetía: “Eres gris. Ayer eras gris. Aún adentro de tus oídos mugrientos, sigues gris, como ceniza de cigarrillos, como el polvo de tus huesos.”

Me armé de valor, y decidí cruzar aquel fino puente para confrontar aquel maldito ser, que me atormentaba, y que es responsable de estos vidrios que visten mi rostro.

Luego de caminar dos o tres pasos, me encontraba frente a ella. Con sus mil ojos, y conservando una postura estatuesca, me observaba, y con un inesperado movimiento, devoró mi piel. Mi alma huyó despavorida, buscando refugio en las sombras más oscuras de la cueva. Era yo ahora un músculo vacío, frío, y rígido.

Sin poder contenerme, caí al suelo, temblorosa.

Aquella bestia se acercaba, al parecer, a concluir lo que había comenzado, y así lo hizo. Arrancó primero una de mis piernas, luego devoró los dedos de mis manos, y luego, el resto, de un solo golpe.

Sobre aquella oscuridad que digería lentamente a Katerina, se observó una luz. Dos, tres, más rayos de luz, como dedos, o como un cuchillo, entrando por el vientre de la araña. Ella pudo ver su rostro reflejado en aquella luminosidad. Era ella misma, su alma que había salido de su escondite.

Poco a poco, se fue volviendo tenue la luz, y el espacio se iba encogiendo.

Sentía al monstruo encogiéndose a mi alrededor, y lentamente, su piel se convertía en la mía. Ahora, no hay más araña, lo que queda es un pellejo gris sobre mi luz.

Me sentía libre, aunque presa en aquella cueva, cuyo puente sedoso había quedado destruido.

También sentía el suelo caer a mi alrededor. Y yo me derrumbé, también, junto a la cueva.

La luz entró a través de uno de sus párpados, y junto a ella, un fuerte dolor en todo el cuerpo. Saboreaba sangre, madera y cristal, y escuchaba voces acercándose, junto al llorar de una ambulancia.

Una vecina la agarraba fuertemente de la mano.

“Ya viene ayuda, Kathy, no te preocupes.”

Y ella sonrió. Había muerto por segunda vez, y ahí estaba, de regreso a su cotidianidad, su gris, al igual que ayer. Su respiración era débil, y estaba segura que, lamentablemente, todo estaría bien.

Vampiro

“La eternidad es un concepto imposible de comprender por el hombre, por la naturaleza perecedera de todo lo que conoce.”
Hace mucho tiempo que soy vampiro. He aprendido bastante acerca de nosotros en los libros y en la televisión, aunque la mayoría es ficción. Ni las cruces ni el agua bendita me afectan, ni siquiera atravesar mi corazón podría causarme algún daño: todas son falacias del cine y de escritores con mucha imaginación. Lo único que tengo prohibido es caminar durante el día, porque sólo un destello de luz solar podría transformar mi cuerpo en cenizas. Mas aún así, quién lo puede asegurar, tal vez es también parte de la mitología popular.

Soy vivo, mas evidentemente, no en una forma natural. Soy, como puede imaginar, inmortal.

Puedo escuchar los lamentos de las ánimas y los latidos de un corazón a varias millas de distancia. Mis colmillos son largos, como los de una pantera, y afilados, como la espina de una rosa. Mis uñas parecen de cristal, y mis lágrimas son sangre. Cuando no me he alimentado por largos periodos de tiempo, mi piel irradia cierta brillantez sobrenatural, la cual me dificulta el caminar entre los mortales sin levantar sospechas acerca de mi origen. Y creo que usted, amigo lector, debe conocer el tipo de dieta que llevo, la cual es la característica que más distingue mi naturaleza de la humana. Han sido el tiempo y la experiencia mis mejores compañeros en esta aventura, ayudándome a separar los mitos de las verdades.

Este relato que les voy a narrar describe uno de los sucesos más significativos en mi existencia como caminante nocturno. Ocurrió luego de seis meses de haberme convertido en Vampiro.

Unas nubes grises, las cuales amenazaban con derramarse sobre la tierra fresca, opacaban los destellos de la luna en cuarto menguante.

Podía escuchar el crujir de las hojas al ser acariciadas por el viento; distinguir, mejor que nadie, los colores de los murales pintados en los viejos edificios de la universidad; respirar el delicioso perfume de las margaritas que florecían en bosques lejos de aquí, inalcanzables por la mano del hombre.

Algo que me deleitaba, y aún lo sigue haciendo, era escuchar el murmullo característico de las ánimas de las multitudes.

Allí me encontraba, parado frente al teatro, mi pensamiento dirigido hacia aquel torrente de emociones que emanaba del público, de los actores, del director de la obra que allí se presentaba. En fin, de todos los cuerpos almados que allí se encontraban. Jugué con sus mentes — con todas ellas — y las leía, como quien lee una revista. Me burlaba de sus deseos, de sus miedos, de sus risas y de sus llantos silenciosos, porque yo conocía el verdadero significado de la existencia. Fue ahí donde la encontré.

Su piel era blanca como la nieve; sus labios, como los pétalos de una rosa, suaves y delicados. Su alma tenía una delicadeza angelical y una sensualidad que enloquecía mis sentidos. Pude saborear su nombre en mis labios: Verónica.

Quería robar sus besos, sin quitar su aliento; sentir su piel, sin quitar el color rosa de sus mejillas. Pensar en su sangre recorriendo mis venas me hacía vivir. Sentía nuevamente el delirio humano, el cual había olvidado hace algún tiempo.

Verónica, ven, y dame tu aliento.

Yo estaba recostado de una pared sombría, desde la cual podía estudiar el movimiento de las multitudes entrando y saliendo del teatro, y, al mismo tiempo, ocultar el extraño resplandor característico de mi piel. Contemplaba la puerta de salida del teatro, donde ella aparecería.

Poco a poco, la penumbra que envolvía aquel lugar dejaba entrever una figura. Ahí estaba, bella en un vestido rojo, que resaltaba irresistiblemente la palidez de su piel. Su cabello estaba recogido, permitiéndome ver claramente su cuello, el cual se extendía hasta el cielo mismo.

Puse mi nombre en sus labios, y aunque me encontraba a muchos metros de distancia, pude ver como se transformaba su boca al invocarme en un débil suspiro.

Ella caminaba hacia la oscuridad que me rodeaba. Nos atraíamos como los polos opuestos de un cuerpo, ahora los polos opuestos de la existencia misma.

Ahí estaba yo, en mi vestimenta impecable. Llevaba una camisa negra de mangas largas y unos pantalones gris oscuro. Mi cabello negro, que hacía juego con mis ojos azabache, caía un poco más abajo de mis mejillas. Mi sonrisa perlada resplandecía, y resaltaban mis colmillos felinos.

Me acerqué a ella, y no sintió miedo: sabía quien yo era antes de ser Vampiro. Ya mis ojos se habían reflejado en los suyos; ya su nombre se había derretido en mi lengua.

Tal vez por eso la llamé. Siempre deseé poseer su carne y su espíritu; siempre quise sentir su dulce beso y su piel bajo mis uñas. Ahora todo era diferente: podía entrar en su mente y leer su espíritu, lo cual hice, nuevamente, mientras la miraba a los ojos.

Verónica sabía lo que yo estaba haciendo, mas no se resistió. Todo lo contrario, me abrió su interior y me mostró sus más íntimos secretos, sus fantasías y sus delirios. Desbordó toda su pasión en un pensamiento que estremeció mi cuerpo. Se acercó a mí, y tomó mis manos heladas, acarició mi rostro muerto, y siguió perdida en mi mirada. Era ella, ahora, quien trataba de buscar en mi alma, pero su condición humana no se lo permitía.

“¿Qué te ha pasado? ¿En qué te has convertido? ¿Qué eres?” – susurraban sus labios, ahora, con un poco de miedo.

Yo estaba ahí, sólo repitiendo su nombre en mi pensamiento. Mis labios eran incapaces de moverse. De la misma manera en que había puesto mi nombre en sus labios antes, susurré en su mente:

Verónica, hace tiempo que mi alma clama por la tuya. Hace tiempo que mi boca delira por tu piel, y mis manos por tu beso. Acércate a mí, y regálame tu hálito. Déjame beber del cáliz de tu cuerpo, y bebe del mío, para así culminar esta desesperación y comenzar una aventura. Vamos a convertirnos en una historia sin comienzo ni final, porque así es mi deseo por ti, infinito.

Ella parecía saber en qué consistía el ritual. Era lo único que los libros y el cine habían logrado reconstruir de la manera más fiel.

Se acercó aún más a mí, soltó su cabellera, y me besó. Aquel beso duró más de una vida, y fue, en ese momento, que se desbordó toda mi pasión. Ella cortó accidentalmente su lengua con mis colmillos, permitiéndome saborear esa sangre, tan llena de pasión y de vida, que circulaba sus venas. Un suspiro y mil gemidos escaparon de mi boca. Un escalofrío recorrió su delicada piel. Mordí mis labios, para que ella también pudiera saborear mi sangre. Al hacerlo, enloqueció apasionadamente. Ahora ella gemía.

Nos habíamos deslizado de sombra en sombra, hasta llegar a un lugar completamente desolado, lejos del teatro. Nuestros labios estaban llenos de una misma sangre; bebíamos de la copa que formaba nuestro besar.

En medio de ese remolino de emociones y caricias, deslicé mi boca desde sus labios hasta su cuello, y clavé mis colmillos de la manera más sutil, ella sintiendo el más delicioso dolor. Dejó escapar un suspiro, y otro escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza.

Sus manos encontraron las mías, y con sus uñas desgarró la piel de mi muñeca, derramando mi sangre con la promesa de una vida eterna.

Toma, bebe mi sangre, y sé eterna en tu amor por mí. Eterno soy en mi amor por ti.

Acercó mi brazo a su boca, y bebió. Mientras yo bebía de su cuello, ella bebía de mi muñeca, formando un circuito de vida mortal y vida eterna. Sentía sus senos contra mi pecho. Mi sexo se erguía, lleno de su sangre. Ambos éramos inmortales en nuestro deseo.

Mis manos descendían hasta sus piernas, se deslizaban sobre su piel, jugaban con su cabello, con su vestido, y con la brisa que acariciaba mis dedos y su espalda.

Mis besos viajaron desde sus labios hasta su pecho, desde su pecho hasta su vientre, desde su vientre hasta su pubis. Ella, con una mano, acariciaba mi cabello, y con la otra, mi espalda, ahora caliente porque su vida nutría mi cuerpo.

Mis labios se enmarañaban en su sexo. Mi lengua saboreaba el dulce néctar de su interior. Mi alma escalaba sus piernas temblorosas, se ahogaba en un suspiro al besar su cintura blanca, y renacía en el dulce de su sangre, que bañaba nuestros cuerpos.

Ella rasgaba mi pecho y mi espalda. Yo clavaba mis uñas en sus muñecas, y bebía aquel vino, que chispeaba dulce en mi boca.

En aquel momento, nuestros cuerpos estaban cubiertos por los vestigios de nuestra ropa. Eran, sólo, trozos de tela tintos y húmedos con el rocío de la noche y de nuestro líquido vital.

Yo estaba agotado por la sangre que había perdido. Verónica, aunque había perdido más que yo, había cobrado una nueva fuerza sobrenatural — poseía el vigor de inmortalidad.

Ahora ella bebía de mi cuerpo, de las heridas que tenía en mi pecho y mi espalda, mientras mi sexo buscaba más sentido en su interior. Entre suspiros y gemidos corrían nuestras almas, dándole significado a esa muerte inmortal que ambos estábamos compartiendo en ese momento.

Nuestro éctasis culminó con la amenaza de la luz del alba, en esta primera noche de la aventura de nuestra nueva existencia. Estaríamos, ahora, juntos en un para siempre, a escondidas del Sol, durante todas las noches de la eternidad.

Esa noche murió el cielo. Las almas caían felices a la Tierra, donde pueden sentir, nuevamente, el delirio terrenal.

“ ‘Love?’ I asked. ‘There was love between you and the vampire who made you?’ I leaned forward.

“ ‘Yes,’ he said. ‘A love so strong that he couldn’t allow me to grow old and die. A love that waited patiently until I was strong enough to be born to darkness.’ ”

Fragmento de Interview with the Vampire,
escrito por Anne Rice.

Caminamos rápidamente cerca del teatro, el cual estaba ahora, completamente vacío.

La lluvia, que golpeaba impetuosamente las aceras de aquellos oscuros callejones y humedecía nuestros cuerpos, era la única compañía que teníamos. Nos movíamos tan rápido, que de alguien haber estado en las cercanías, no hubiera podido vernos. Bailábamos al unísono con las sombras.

Nos detuvimos frente a una ventana, la cual estaba iluminada por la luz tenue que ofrecían unas velas. Verónica se acercó y observó sus manos y el reflejo de su rostro en el cristal. El color rosa que habitaba sus palmas y sus mejillas había desaparecido, al igual que la vida como la había conocido hasta ese momento. Poco a poco, se le hacían visibles los colores imposibles de capturar por los ojos mortales. Poco a poco, comenzaba a escuchar los lamentos de las almas. Poco a poco, crecían unos colmillos afilados dentro de su boca.

“¡Qué eres! ¡Qué soy! Mis manos se han vuelto pálidas como la muerte, pero puedo respirar, ver y sentir. ¡Qué es este frío!” — gritaba Verónica, horrorizada y sorprendida — “¡En qué me has convertido!”

Le contesté, esta vez utilizando esa voz, tan natural para los humanos, pero tan olvidada para mí:

“Eres ahora quien siente la pena que acosa las almas, quien escucha el crujir y caer de los pétalos de una rosa. Eres, ahora, una con la noche. También quien le brinda la muerte súbita o la vida eterna a la existencia perecedera.”

“El frío que sientes es la sangre muerta que ahora circula por tus venas, y la nueva vida que estas adoptando. La vida que Dios una vez te brindó te está abandonando; al mismo tiempo, la que yo acabo de soplar en tu corazón sostiene tu alma y alimenta tu cuerpo, y así será hasta el final de tus días, el cual, tal vez, nunca verás.”

“Sé que esto puede parecerte sinsentido. Lo único que puedo asegurarte es que eres Vampiro en la eternidad, y eterna eres en mi amor.”