Una Noche De Programación

Estoy en mi oficina, acompañado de un acondicionador de aire que no se cansa de soplar, dos monitores, mi computadora portátil, y mi teclado. Es casi media noche, y realmente no quiero estar aquí, prefiero el calor de mi hogar, y ver la sonrisa de mi hija.

Inicializo mis herramientas de trabajo: Visual Studio 2010, SQL Server 2008, Internet Explorer y Notepad. Parezco el hijo perdido de Bill Gates, obviamente, sin la fortuna, pero patrocinando todos sus productos.

Una de mis pantallas lee: Page Language=”C#”, y tiene un cursor que parpadea incesantemente, causándome un poco de tensión.

Comienzo a escribir, como un secretario. Cada palabra que escribo complementa las vibraciones impersonales de este lugar. Tal vez debería colgar algunos cuadros aquí para crear una atmósfera mas familiar.

Al poco tiempo, comienzo a procrastinar. Accedo mi Facebook, a ver quien me ha escrito. La mayoría del tiempo, no hay nadie nuevo. A veces recibo una receta de la Chef Milani, o una invitación a jugar con “La Finquita”, la cual deniego gustosamente.

Luego leo mi Twitter, el cual permanece visible durante toda mi estadía en mi espacio privado, y continúo escudriñando a ver si hay alguna conversación en la cual pueda insertarme mágicamente.

Después de un rato, regreso a lo que hacía anteriormente. Ese cursor me atormenta. Reviso mis correos electrónicos para retomar el hilo de lo que hacía ayer, o antes de ayer, lo que tenga más prioridad. Continúo escribiendo impacientemente.

Al pasar algunas horas, comienza a atormentarme la soledad, y por alguna razón que no he entendido aún, siento una erección. Debe ser la falta de compañía, la necesidad de calor humano, inalcanzable dentro de estas letras robóticas. Tal vez es sólo que mi compañero dentro de mis pantalones esta aburrido. Quien sabe.

Me dirijo al navegador. Usualmente navego con Firefox, Internet Explorer es muy lento para mi gusto, y guarda demasiada información de mi actividad en el Internet. Busco un poco de pornografía, pero la verdad es que ya no me gusta como cuando tenía dieciocho años, o, al menos, no verla solo. Prefiero hacerlo acompañado, y jugar al “hagamos eso, a ver que pasa”.

Si la impaciencia me agobia demasiado, voy a la oficina de mi vecino, y le robo un cigarrillo. Aunque dejé de fumar oficialmente hace mucho, de vez en cuando me doy ese placer secreto, que cura todas mis ansiedades, al menos, por un rato.

Cuando termino de fumar, regreso a Twitter, y escribo un comentario dirigido a “#nomention”. Por lo general va en la línea de: “Me gustaría hacerte cosas, bla bla bla”. Asumo que ese mensaje se pierde en los confines del ciberespacio, sin leerse, sólo por mí. Lo persigo por horas, observando como se apiñan sobre él los mensajes de mis llamados “Amigos”, a quienes no conozco personalmente.

A veces entro a mi blog, a verificar el tráfico. Me gusta ver al menos diez visitas diarias, y si son más, me siento como el New York Times. Para mí, eso iguala a éxito.

Sin darme cuenta, ya he terminado casi todas mis tareas laborales. Ya son las 3 de la madrugada. Todavía no comprendo que hago en mi oficina un domingo a esta hora, pero aquí estoy.

Dentro de esta rutina agobiante, siento un peculiar placer. Me fascina mi vida electrónica, aunque no lo admita abiertamente. Creo que es cierto anonimato que uno cobra, como el que toma un dulce y lo come, sin pagar.

Veo el reloj. Creo que es hora de volver a la realidad, despegarme del brillo de las pantallas, y conducir a mi casa, a dormir un poco. Mañana me espera otro día, igual al de hoy.

</html>

Trompetas y Diamantes

Sonó la primera trompeta.

El soldado tembloroso corre con un fusil en la mano.
Hay que matar.
Hay que sangrar.
Puede morir, pero titubear sería una afrenta.

Sonó la segunda trompeta.

El enemigo se acerca con un cuchillo en la mano.
Viene a matar.
Viene a sangrar.
Viene a morir en esta gesta.

Se escuchó, a lo lejos, el grito del cañón.

El enemigo y el soldado se detuvieron y se observaron.
Ambos tienen miedo.
Ambos llevan su familia en el bolsillo.
Se preguntan si vale la pena la muerte esclava, aunque prefieren la libertad sagrada.

Alrededor, mucho negro, balas anónimas y alaridos perdidos.

Los dos guerreros, aunque enemigos, son amigos en motivos.
El soldado suelta el fusil.
El enemigo suelta el cuchillo.
Se acercan el uno al otro, y un tercero emite un zumbido.
Más bien, se escucha un trueno: Ilumina el relámpago, caen los latidos.
Los nuevos amigos en el suelo, sangrantes, lloran con sus familias en las manos.
Los nuevos amigos en el suelo, mueren la muerte gigante.

Sonó la tercera trompeta.

El tercero corrió, junto al batallón.
Se premiará al soldado yerto.
Se pudrirá el enemigo muerto.
Se continuarán escuchando los gritos de la trompeta y los llantos furtivos.

Hay que continuar con esta guerra injusta.

Aquí caen los buenos, y se enriquecen los dueños.
Aquí los diamantes son gloria, y las vidas son escoria.

Hierro Sobre Papel

Soy el que esculpe la piedra
el que moldea el barro
el que dibuja sueños
en el mar o en el cielo
el que te lleva hasta el espacio
cualquier día, con mis textos.

A veces el que vuela,
otras, el que te eleva
pisando trastes sobre un lienzo
cavilando fantasías
pensando épicas poesías
para trazarlas con humildes
y menudas letras.

Soy derecho, y medio ciego
muestro mi rostro
en estos letreros
estantes para arañas y lagartijos
para los más
para los menos.

Quisiera escribir hasta morir
con mis letras extinguir
las pasiones mal fundadas
las confusiones y sus razones
darle a mi pueblo motivaciones
para querer vivir.

No quiero rezar por libertad
prefiero publicar un cuento real
dónde hay fuerzas para quebrar
estas cadenas, esclavistas del tema
ataduras muy poco sinceras
son sistemas y condenas ajenas.

Quisiera cantar de amor
pero mi voz no es la mejor
por eso mi obsequio
para usted, amado lector
son mis manos formando palabras
la hierba sobre la tierra.

Aunque mis causas no sean las tuyas
aunque mis gritos sean letras en fuga
aquí te ofrezco este testamento
dónde narro lo que hago y lo que anhelo
no mi mejor ni mi último intento
de llegarte a la cabeza e hincharte el pecho
con mi pluma, trazando tinta casi eterna
hierro sobre papel.

Recordando a Eduardo

Hoy nació Eduardo
sin nada de cabello,
con las piernas
un poco torcidas,
jincho y chimuelo.

Por ahí lo vi
persiguiendo unas chicas
en la universidad.

Calvo o con más pelo,
a veces gordo, a veces flaco,
más o menos cegato,
idealista, un poco vago,
desde siempre
viviendo su sueño,
de ser recordado
entre letras y lienzos.

Ayer se murió, era él,
lo veo en su mirada
aunque ahora estaba frío
y arrugado su ceño,
su sonrisa
era la misma
que retrataba
desde niño.

Ese fue Eduardo,
el de los retratos,
el que escribía versos
y dibujaba senos,
desde el ’75 molestando
y para siempre
en mi recuerdo.

Cuando Se Acaben Las Luchas

Cuando se acaben las luchas
viviré un mundo libre
lleno de almas tristes
y cuerpos cenizos
con patrias dormidas
y cadenas partidas.

Cuando se acaben las luchas
el cielo perderá su azul
y no habrá cuerpo en la tierra
y no habrá verde en el campo
y el universo estará ciego
de estrellas
de luna
de sol
estarán todos bajo mis pies.

Y si se acaban las luchas
me retiraré a una isla lejana
a vivir el sueño del justo
lejos de la vida
lejos de la mía
lejos de este mundo
intocable, inmutable
porque si llegara ese día
es porque la luz ha muerto.

Discotheque

La única iluminación que existía en la discoteca provenía de aquellas luces intermitentes, las cuales provocaban que las decenas de almas que ahí se movían rítmicamente, se congelaran en el tiempo por una fracción de segundos. El conjunto de los sonidos selváticos exhalado por las bocinas, y el estruendo de las respiraciones extáticas de las almas que ahí se encontraban, nublaban mis sentidos. Tomé a mi compañera firmemente de la mano, y nos adentramos en la multitud. Cegados por el resplandor de la oscuridad, comenzamos a bailar, y, luego de más o menos veinte minutos, nuestro ánimo formaba parte de la gran orgía musical que allí tomaba lugar.

Al mirar a lo lejos, se podían distinguir los celajes de los cuerpos involucrados en un ritual sin inhibiciones, cuyos únicos testigos eran algunos ojos extraviados y la música que sacudía las extremidades de todos aquellos seres, de todos nosotros, hipnotizados por la luz irregular, embriagados por el alcohol, y entregados a la música de los tambores y las voces confusas de los sintetizadores. Se comenzaban a escuchar los gemidos del deseo, contagiosos y exuberantes. Yo simplemente apreciaba la belleza de quien bailaba exóticamente frente a mí. Desde que entramos a aquel lugar, nuestro interior se inundaba con pasiones ocultas y erotismo prohibido.

La sensualidad de los movimientos aumentaba, hasta que nos encontramos contra una pared que nos impedía escapar el uno del otro. Era un rincón oscuro, como el resto de la pista de baile. Nos besábamos, y acariciábamos nuestros cuerpos de la forma más exquisita. Nuestras lenguas vagaban erráticas dentro de nuestras bocas, que eran una, al igual que nuestros alientos. Sus manos jugaban y quitaban los botones de mi camisa; mis manos sentían sus senos fríos. Mi cuerpo se movía al ritmo de sus caderas; nuestros deseos se encontraban y bailaban, como danzaba la llama del fuego que llevaba en sus manos aquel que caminó por nuestro lado encendiéndo un cigarrillo.

Los latidos y las respiraciones se comenzaban a intensificar, nublando la atmósfera, opacando la música, la cual no era ya sino el deseo desesperado de nuestros cuerpos queriéndose sentir. Aunque no era posible ver claramente, podía sentir su mirada intensa clavándose en la mía.

Comencé a quitar los botones de su camisa, y mis besos bajaron de su boca a su cuello, de su cuello hasta sus hombros. Luego, besé sus senos delicados y un pequeño lunar que adornaba el espacio entre ellos. Podía sentir los escalofríos que recorrían su cuerpo, su piel erizada por mis besos y por frialdad de esta gruta.

Con cada movimiento nuestro, su falda, la cual era bastante corta, se levantaba cada vez más, revelando su ropa interior, cuyos encajes blancos se tornaban azul neón bajo las luces negras. A lo lejos, se escuchaban las respiraciones agitadas de la multitud, y se podían ver las expresiones congeladas en sus rostros. Sus encajes blancos se encontraban ahora en un bolsillo de mi pantalón.

Mis manos la instruían a entregarle su sexo a mi boca, la cual descendía lentamente, deslizándose por su cuerpo. La devoraba y acariciaba, mientras ella enredaba sus dedos en mi cabello, aproximándome contra su pubis. Saboreaba su delicioso néctar, mientras escuchaba como su respiración se transformaba en un gemido, y su vientre bailaba al ritmo de mi lengua. Entre más ella tiraba de mi cabello, mas intensas se volvían mis caricias. Mis manos y mi paladar disfrutaban de su humedad interior.

Su cuerpo comenzaba a temblar, sus gemidos se volvían entrecortados, y sus manos se volvían heladas en mi espalda. Con un gesto rápido, pero delicado, ella retiró mi boca de su cuerpo.

Con su sabor en mi boca, observaba como su piel resaltaba entre la oscuridad que la envolvía. La acerqué a mi pecho, y la abracé rozando su cuerpo con mi sexo erguido, contenido sólo por mi ropa. Ella acariciaba mi pecho con sus mejillas, mientras aquel roce, lento y rítmico, se volvía apasionado y desesperado. Sentíamos la multitud bajo nuestros pies, mientras nosotros continuábamos con nuestro propio baile.

Utilizando la pared para mantener nuestro equilibrio, envolvió con una de sus piernas mi cintura, mientras con sus manos liberaba el infierno que llevaba dentro de mi ropa, dirigiéndolo a su interior. Besando sus labios conocí su interior, explorando sus más íntimos secretos y profundidades. Entre más me adentraba en su cuerpo, más se intensificaba nuestro movimiento, y mas se elevaba el volumen de nuestro canto sordo.

Su otra pierna se abrazó a mi cuerpo también, mientras yo la sostenía por sus caderas. Ella, utilizaba mis hombros y la pared para impulsarse hacia mí, mientras yo me impulsaba hacia ella. Sentía su humedad bañando mis piernas y su sudor en mi pecho. Nuestros delirios se volvían uno, en una experiencia exquisita dónde no había tiempo, sólo sonidos sordos y nuestro baile erótico.

Al transcurrir los minutos, se aceleraba la métrica de nuestro ritmo, aumentaba el temblor de nuestras piernas, y se volvían mas intensos los gritos mudos susurrados en nuestros oídos. Nuestros ojos, llenos de éctasis, vagaban entre las miradas extraviadas e insospechadas de la gente.

En un último gemido, nuestros cuerpos temblorosos se deslizaron hasta al suelo. Nos miramos un rato, y mi boca no podía pronunciar ninguna palabra descifrable, me había quedado sin aliento. Ella rió, acarició mi cabello y besó mis labios. Junto a su respiración, la cual se encontraba un poco menos agitada que la mía, se escaparon algunas palabras poco inteligibles, pero era evidente la necesidad de llevar nuestra aventura prohibida a otro lugar. Sin vacilar, y con una sonrisa traviesa en nuestros labios, nos levantamos, caminamos entre la gente, y salimos de allí.

Cuando Escribo

Cuando escribo,
lo hago porque me guían
una voz, un aroma
en resumen
una esencia que,
aunque no conozco ni escucho,
la siento y me acapara.

Ella me dicta
cada una de las líneas que trazo.
Sólo cuelgo mi lápiz sobre el papel
y todo fluye como arena
como fluyen
las horas, los días y la vida
al tenerte en mis labios:
Poesía.

Dormir

“Hola” a los pocos que se den la vuelta por aquí. Mi nombre es Eduardo, como ya se habrán percatado. Lo dice por ahí, en algún lado. Ya mismo cumplo 35, o sea, que estoy más o menos en el ombligo de mi vida. A la vista de muchos, parezco una persona común y corriente, a la de otros, tal vez un superhéroe español, y a los que viven conmigo, les debo dar la impresión que lo que me gusta es dormir.

La verdad es que soy un perezoso. No soy un vago. Es que, sencillamente, me gusta soñar. No necesariamente estar completamente dormido, sino dejarme ir, estar al borde de la vigilia y el sueño, e imaginar mil y una cosas disparatadas.

A veces, me sueño vampiro, alimentándome de los demás, con uñas de cristal, y colmillos afilados. Seduciendo con la mirada, con la violencia sutil que solamente esos entes nocturnos poseen.

Otras veces, me sueño quince años más joven, estudiando en la universidad aún. Sin muchas responsabilidades, con muchas fiestas, rodeado de amigos viejos, falsos y verdaderos, de alcohol y placeres de la piel.

Hace como diez años sueño con mi abuela muerta. No es nada inquietante. A veces, ella pasa por mi lado y mira. Otras, la sueño con las risas o los regaños de antaño. ¿Será que la extraño? Casi nunca pienso en ella, excepto cuando duermo, o cuando escribo.

Recuerdo una época cuando solía soñar con sexo constantemente. No era algo agobiante. Era cuando más feliz me levantaba a ir a trabajar, a estudiar, o, sencillamente, a vivir. Gracioso era que casi nunca sabía con quien estaba intercambiando mi aliento. Sólo me levantaba con este cosquilleo cotidiano en todo el cuerpo, con fuerzas renovadas para enfrentar mi día.

Cuando era pequeño, me encantaba relajarme hasta casi dormirme, sentir como el ritmo de mi respiración disminuía, escuchar los latidos de mi corazón, y mover los dedos. Cada minúsculo movimiento se sentía como si estuviera haciendo el más intenso ejercicio. No me extenuaba, pero podía sentir cada uno de los músculos involucrados en el gesto. De vez en cuando trato de evocar esa sensación, pero no tengo éxito. Tal vez, la candidez del antes hacía disfrutar esos pequeños placeres ocultos, libres de malicias y superficialidades.

Hace algunos meses, me acostaba a dormir, y sentía la sensación de no soñar nada. Por más que buscaba, no había nada ahí. Creo que fueron las peores noches de todas, sin descanso real, ni imaginación, sólo una aparente vigilia constante. Esto me causaba pavor. Sólo oscuridad y vacío, todo un día constante.

Increíblemente, existen personas quienes, por el contrario, tienen miedo a soñar. ¿Será que la perversidad de su interior los asusta? ¿Será que su falta de imaginación los aburre? ¿Serán pesadillas, malos amores, y vidas anteriores, que regresan en la oscuridad a acecharlos, como un tigre a su presa?

Una pesadilla no es otra cosa que tus sueños dejándote saber que estás vivo, que sientes y padeces. Te están jugando una broma, porque a veces pareciera que tienen mente propia. Pero es la tuya, así es que no hay miedo necesario, no hay perversidad que no esté ahí ya, ni vida pasada, mi mala acción.

Los sueños no se limitan por el cuerpo que habita, ni por su cerebro consciente, ni por su entorno inmediato. Muchas veces me he soñado pez, nadando sin respirar, o ave, observando a todos desde arriba. Una vez soñé que desaparecía, pero estaba ahí aún. ¿Cómo es eso posible?

Por eso me encanta dormir. Puedo vivir más de una vida, o vivir una, y verla a través de cien ojos diferentes. Pues, soy un holgazán entonces. Sin sueños, no soy ente, ni aquí, ni allá.